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Mons. Castagna: "Aprender a oírlo y a transmitirlo como la Palabra"

"La insistencia del Papa, de que las homilías deben ser breves y sustanciosas, responde a la adopción del lenguaje bíblico, que está al servicio de la transmisión de la Palabra de Dios", destacó.



Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, consideró que "el mundo sordo y mudo necesita la Palabra de Jesús, y su tacto misericordioso".



"Se es sordo cuando los oídos están cerrados a la Palabra de Dios", advirtió y profundizó: "La mudez es consecuencia de la sordera". "Incapacita para formular la Palabra escuchada, de labios del mismo Jesús; que no cesan de repetir un 'éfeta' oportuno y necesario", aseguró.



El arzobispo sostuvo que "la Palabra escuchada debe ser transmitida a un mundo que ha perdido la capacidad de distinguirla, entre el palabrerío que inunda a ciertos medios de comunicación".



"Los ministros de la predicación y de la catequesis no deben ceder a la tentación de adoptar el 'palabrerío' inexpresivo, que parece predominar en la población", planteó.



"La insistencia del Papa Francisco, de que las homilías deben ser breves y sustanciosas, responde a la adopción del lenguaje bíblico, que está al servicio de la transmisión de la Palabra de Dios. Jesús escoge a los humildes que solicitan recuperar el oído y el habla. Sabe que, para escucharlo como Palabra de Dios, deben aprender a oírlo y a transmitirlo", concluyó.



Texto de la sugerencia



1.- Dios se involucra con los que sufren. Jesús realiza ciertos signos para curar a un sordo y mudo. De esa manera manifiesta que no es un curandero sino la imagen clara del Dios que se involucra con los que sufren. Su misión había sido descrita por el Profeta Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos para proclamar un año de gracia del Señor". (Lucas 4, 16-19) (Isaías) Jesús es consciente de la misión que, como Hijo del hombre, debe desempeñar en el mundo. Su preferencia por los enfermos deja clara la perspectiva de que el pecado de origen hace de cada ser humano un sordo mudo. Es el único Médico capaz de sanar al mundo de esa enfermedad. Así lo hace, recibiendo el divino poder con el derramamiento de su sangre y su Resurrección: "Acercándose Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra". (Mateo 28, 18). Es urgente que obtengamos una conciencia viva de que Jesús resucitado está presente hoy, sanándonos del pecado. Para hacernos objeto de su sanación necesitamos reconocernos pecadores; apremiados por su palabra y curados por su perdón. Lo hace mediante el ministerio de los Apóstoles, que se prolonga en el tiempo, en virtud de la actividad ministerial de la Iglesia. Se destaca su actual valor, oponiéndose a la incredulidad del mundo, urgiendo a que la Iglesia sea misionera y le proponga el Evangelio. El celo apostólico que manifestaban los Doce, transferido a los actuales anunciadores de la Buena Noticia, debe ser actualizado. El fervor de los Apóstoles acompaña necesariamente la predicación y los infatigables viajes misioneros. Se produce la adhesión a la persona de Jesús. De allí las innumerables conversiones, y la osadía de los Apóstoles, hasta entonces dominados por el miedo y la cobardía. Todos ellos enfrentaron una muerte cruenta, dando testimonio de amor a su Maestro. La suerte que deben correr sus discípulos - pronosticada por Jesús - no deja margen para la duda: "Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí". (Mateo 5, 11)



2.- El Evangelio y la Eucaristía. Jesús prohíbe, a los beneficiados por sus milagros, que los divulguen. El objeto de los hechos milagrosos no es presentar una imagen falsa de su verdadera identidad. Se opone resueltamente a que lo confundan con un "milagrero", con el propósito de que el auditorio, propenso a lo extraordinario, lo aclame por los prodigios que realiza. Su Palabra - Él mismo - es más importante, que sus milagros. En algunas ocasiones lo denuncia abiertamente, y hace que el hecho constituya, principalmente, un llamamiento a la conversión. Vino en busca de los pecadores, y aplica sus esfuerzos misioneros a recuperarlos para su Padre. Es la intención que hoy abriga la Iglesia, en su actividad pastoral, y que explica su estructura sacramental. El mundo no llegará a entenderla mientras se empeñe en no darle cabida en sus esquemas filosóficos y recursos tecnológicos. Existe una oposición sistemática a los valores espirituales, como la Iglesia los presenta en los espacios culturales propios de los diversos pueblos. La ocasión siempre es oportuna para anunciar la Buena Nueva al mundo. No responde a las angustias circunstanciales, que ponen en conflicto la vida de las personas. Es la recomposición de las relaciones con Dios Creador y Redentor, y con los restantes miembros de la comunidad humana. Relaciones tan inseparables como las de los dos primeros mandamientos del Decálogo. El mundo actual necesita que la Iglesia le anuncie el Evangelio y explicite sus contenidos, mediante la predicación, la catequesis y la teología. La acción apostólica, que versa sobre esos elementos, conducen a la Eucaristía; de esta manera denominados en el Nuevo Testamento: La Palabra y la fracción del Pan. Descuidar alguno de ellos es nocivo, y gravemente perjudicial para el cumplimiento de la misión que Cristo encomienda a sus discípulos. De esa inseparabilidad depende la eficacia del ministerio apostólico. La mediocridad de muchos ministros pone en riesgo - con frecuencia - el mismo éxito de la misión. La comunidad cristiana, reunida por la Palabra y la Eucaristía, es representativa del Misterio de Cristo. Como Cristo vino al mundo para reunir a las ovejas perdidas, la Iglesia es enviada, por el mismo Señor, para cumplir la misma misión. Si se pierde el fervor para evangelizar al mundo, la Iglesia pierde su identidad y es considerada una entidad inútil. Es triste, y tiene responsables, que la Iglesia aparezca innecesaria para algunos sectores del mundo moderno.



3.- El mundo necesita a Dios. La Iglesia es Cristo mismo: el Dios que necesita el mundo. Es preciso presentarlo como la necesidad existencial más apremiante, entre las "necesidades" que nuestros contemporáneos desean satisfacer. San Agustín expresó bellamente esa necesidad que, identificada, le brindó el paso a la santidad. Es preciso detenernos en cada manifestación de la presencia real de Jesús: el Evangelio y la Eucaristía. La vida cristiana abarca ambas expresiones de su presencia, y encuentra en ellas su explícita manifestación. La meditación de la Palabra y la celebración de la Eucaristía constituyen el núcleo de la religión cristiana. Si se lo desestima, la fe decae, hasta desaparecer. La alarma, activada por Jesús, cobra una actualidad innegable: "Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?" (Lucas 18, 8) Él se ha quedado entre nosotros para que la fe no desaparezca. La desatención de la Palabra, tanto de parte de sus ministros como de sus oyentes, se expresa en el desinterés y mal trato en la celebración del rito de la fracción del Pan. No obstante, el costado abierto de Jesús crucificado, sigue manando la gracia, de la que el mundo tiene sed. El ministerio de la Iglesia mantiene abierto ese manantial, para quienes buscan saciar sinceramente su sed de Dios. La Iglesia no es una ONG poderosa, está para saciar el hambre y la sed de Dios, incluso en quienes viven en la inconciencia de sus verdaderas necesidades. La solicitud que manifiesta Jesús, al relacionarse con el pueblo, expresa la intención del Padre, que ofrece a su Hijo como Salvador del mundo. El Amor es el inspirador y ejecutor de ese proyecto divino. Recordemos la expresión de San Juan, Apóstol y evangelista: "Porque Dios amó tanto al mundo, que entregó su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna". (Juan 3, 16) Este concepto debiera bastar para conmover el corazón más endurecido por la indiferencia y la corrupción. El amor que Dios profesa al mundo es la Buena Nueva, incluso para quienes han adoptado, apriorísticamente, una posición de rechazo a toda forma religiosa de vida. Dios es la Verdad, y está interesado en nuestra salvación, aunque nosotros no lo estemos. Dios vigila, como una madre junto al lecho de su hijo enfermo. Está dispuesto siempre a perdonar, con tal que el hijo regrese a sus brazos, arrepentido y dispuesto a vivir en su amor.



4.- Aprender a oírlo y a transmitirlo como la Palabra. El mundo sordo y mudo necesita la Palabra de Jesús, y su tacto misericordioso. Se es sordo cuando los oídos están cerrados a la Palabra de Dios. La mudez es consecuencia de la sordera. Incapacita para formular la Palabra escuchada, de labios del mismo Jesús; que no cesan de repetir un "éfeta" oportuno y necesario. La Palabra escuchada debe ser transmitida a un mundo que ha perdido la capacidad de distinguirla, entre el palabrerío que inunda a ciertos medios de comunicación. Los ministros de la predicación y de la catequesis no deben ceder a la tentación de adoptar el "palabrerío" inexpresivo, que parece predominar en la población. La insistencia del Papa Francisco, de que las homilías deben ser breves y sustanciosas, responde a la adopción del lenguaje bíblico, que está al servicio de la transmisión de la Palabra de Dios. Jesús escoge a los humildes que solicitan recuperar el oído y el habla. Sabe que, para escucharlo como Palabra de Dios, deben aprender a oírlo y a transmitirlo.

HOMILÍA MONS. CASTAGNA

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