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Mons. Castagna: 'Cristo garantiza su existencia y orienta a la vida eterna'

En sus sugerencias para la homilía del domingo, el arzobispo emérito de Corrientes dijo que lo peor que puede ocurrirle al mundo "es perder la conciencia de su deseo de vida eterna".

En sus sugerencias para la homilía de este domingo 4° de Cuaresma, el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvardor Castagna, señaló que lo peor que puede ocurrirle al mundo “es perder la conciencia de su deseo de vida eterna”.

“Los seres humanos abrigan la esperanza de que la muerte biológica no acabe con su vida. No obstante se encaminan, por senderos fantasiosos, y desechan la Vida eterna que Cristo les ofrece”, manifestó el prelado.

Asimismo, expresó que “existe la vida para siempre, más allá de lo que se pudiera verificar científicamente. Cristo garantiza su existencia y orienta, a quienes se disponen a creer, a la Vida eterna. Él mismo es su personalización y garante: ‘Yo soy la Resurrección y la Vida’. Es preciso creer en Él para alcanzarla”.

Texto completo de las sugerencias

1. Cristo llora la pérdida del amigo. Lázaro, María y Marta eran amigos entrañables de Jesús. Este extenso relato bíblico nos introduce en el misterio de la humanidad de Cristo. Sus sentimientos tiernos son dispensados a sus más cercanos: Apóstoles y amigos. No disimula su cercanía a los hombres, al contrario. Se estremece ante aquellas mujeres que lloran la pérdida del hermano querido, y llora con ellas, a pesar de saber que la muerte retrocedería ante su poder y Lázaro volvería a la vida. Tanto Marta como María le confiesan su fe. Saben que es el Mesías de Dios y que vino a dar sentido al dolor, a vencer la muerte de aquel amigo, demostrando que la Resurrección es Él mismo: “Pero yo sé que aún ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas. Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta le respondió: “Sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Juan 11, 22-25).

2. Cristo, causa de Vida para quienes creen en Él. El tiempo de Cuaresma abre camino hacia la Pascua de Resurrección. Cristo, que transita el drama humano de la muerte, ya resucitado se constituye en causa de Vida eterna para quienes creen en Él. La resurrección del amigo Lázaro es una clara manifestación de que Jesús es el vencedor de la muerte. Sus discípulos, y los judíos que acompañan a Marta y a María, se convencen de la divinidad del Señor. Es vencedor de la muerte, porque vino a eliminar el pecado, causa indiscutible de la muerte-desaparición. Es preciso y urgente que el mundo conozca y celebre este esperanzador Misterio. La vida, que los hombres quieren se prolongue indefinidamente, logra su consistencia, en el reconocimiento de Cristo resucitado y Salvador. El celo apostólico, por hacer llegar a todos su conocimiento, anima a sus principales discípulos. Los duros trabajos, de los Apóstoles y colaboradores, responden al mandato del Señor y, también, a la necesidad de su fe: “Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme; al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Corintios 9, 16).

3. Vida después de la muerte. Lo peor que puede ocurrir al mundo es perder la conciencia de su deseo de Vida eterna. Los seres humanos abrigan la esperanza de que la muerte biológica no acabe con su vida. No obstante se encaminan, por senderos fantasiosos, y desechan la Vida eterna que Cristo les ofrece. El registro voluminoso de experiencias, caratuladas: “vida después de la muerte”, aleja de la verdad que Jesús enseña. Existe la vida para siempre, más allá de lo que se pudiera verificar científicamente. Cristo garantiza su existencia y orienta - a quienes se disponen a creer - a la Vida eterna. Él mismo es su personalización y garante: “Yo soy la Resurrección y la Vida”. Es preciso creer en Él para alcanzarla: “El que cree en mí, aunque muera vivirá” (Juan 11, 25). El mismo Apóstol Juan, destaca esta escena al iniciar su Evangelio con un prólogo en el que identifica a Cristo con la Palabra. La gente buena, que busca honestamente la verdad, ante el prodigio de la resurrección de Lázaro, cree en su Hacedor. Pero, los fariseos, a pesar de la espectacularidad del hecho, no solamente se niegan a creer sino que proyectan destruir todo vestigio del milagro, incluyendo a Lázaro.

4. El poder de la confianza en el Padre. Gran lección del Señor Jesús, para quienes nos debatimos en la incredulidad. El poder exhibido nace de su absoluta confianza en el Padre: “Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes…” (Juan 11, 41). De inmediato llama a Lázaro de la muerte, y es obedecido. La fe sin confianza en Quien creemos, está condenada a la desaparición. La Cuaresma nos dispone a responder como creyentes a las ofensivas del mundo: Ideologías y comportamientos morales, que contradicen el espíritu de los Mandamientos y de las Bienaventuranzas. Todo requiere esfuerzo, la vivencia de la fe incluye una respuesta libre por parte del agraciado. Es imprescindible ejercitar el buen uso de la libertad.

HOMILÍA MONS. CASTAGNA

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