"Jesús pondera el bien que encuentra, antes de denunciar el mal que debe ser extirpado. Sobre todo, considera el valor de la fe", sostuvo el arzobispo emérito de Corrientes.
Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, recordó que "la enseñanza de Jesús es la respuesta de Dios a la situación angustiosa causada por el pecado".
"Su consecuencia es la paz, una paz que es don de Dios y paciente elaboración de los hombres y mujeres comprometidos en el bien común", destacó, en sus sugerencias para la homilía de este domingo.
"Jesús se encuentra con un mundo interiormente tironeado por el bien y el mal, por la gracia y el pecado", agregó.
El arzobispo explicó que "la redención, que Él protagoniza, no hace borrón y cuenta nueva, sino que produce una oportuna transformación, a partir del bien existente".
"Jesús pondera el bien que encuentra, antes de denunciar el mal que debe ser extirpado. Sobre todo, considera el valor de la fe", sostuvo. "Todo bien es obra del Divino Espíritu, en consecuencia, corresponde atribuir a su gracia la bondad y belleza que hallamos en el mundo", aseguró.
Texto completo de las sugerencias
1.- El amor, como compromiso indisoluble. Este texto bíblico se refiere a la indisolubilidad del matrimonio. Jesús reconoce que hay un problema, que Moisés resuelve con una cuestionable legislación que permite el divorcio. La misma se debe a la "dureza de corazón "de aquel pueblo, pero no a la verdad original e indeformable: "Si Moisés les dio esa prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido". (Marcos 10, 5-9) Lejos de todo legalismo farisaico, Jesús destaca la naturaleza, como creación de Dios. El matrimonio no es un pacto desechable sino la institución creada por Dios, para que se convierta en la imagen del Misterio trinitario. Los hombres no tienen derecho a deformarla, con el pretexto de modernizarla. La dureza de corazón que Jesús señala en su pueblo, y que explica la cuestionable concesión de Moisés, no invalida la decisión original del Creador. Jesús no vino a abolir la ley sino a darle cumplimiento. Su vuelta a los orígenes es un reconocimiento de la indestructibilidad de la verdad original: "Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer"? "Que el hombre no separa lo que Dios ha unido". (Marcos 10, 6-9) Como entonces, también hoy, la enseñanza del Maestro sobre un tema, tan espinoso y controvertido, recupera la identidad original de los hombres, perdida por causa del pecado. Existe, en la concepción de muchos pseudo intelectuales una extraña y abusiva interpretación, que deforma la Verdad revelada y empuja al hombre a la más trágica de sus decisiones. El varón es varón y la mujer es mujer; nadie puede manipular la naturaleza humana, para acomodarla a cualquier capricho, opuesto a la creación de Dios. Existen hoy intentos escandalosos de manipulación, con aparente entonación científica. Dar la espalda a la Verdad, que no inventan los preclaros rectores del pensamiento moderno, reclama la humildad que San Juan propone en el prólogo de su Evangelio.
2.- No hay legislación que cambie lo que Dios ha unido. Recibir la Palabra, como lo entiende el Apóstol y evangelista, es recibir a Cristo, y constituirlo en el Camino a la Verdad y a la Vida. La Palabra "era Dios", y su capacidad reveladora infunde una nueva visión, para la asunción de las diversas y temporales responsabilidades. No todos los que afirman entender, nivelan lo que dicen con el Evangelio. Para ello, se necesita una práctica de la fe que no tolera cierta concepción filosófica y política que aleja del Espíritu del Evangelio. Las intervenciones de Cristo, en la historia de sus contemporáneos, dejan de manifiesto que no está dispuesto a achicar la verdad en favor de quienes proponen acomodarla a intereses sectarios, dañados por el error y la corrupción. Jesús da a entender que no hay legislación humana que cambie lo que Dios ha unido. Para que sea posible la fidelidad a los votos conyugales, se requiere vivir en el amor, cuya posibilidad y perfección está en el Padre Celestial: "Sean perfectos como el Padre Celestial es perfecto". La dureza de corazón de los contemporáneos de Moisés responde a la carencia - o a la deformación - del amor verdadero. La legislación humana intenta acomodarse, aunque ilegítimamente, a situaciones particulares, pero no le será lícito modificar lo que Dios ha establecido desde los orígenes. Jesús denuncia cualquier intento de torcer lo que Dios ha establecido. El cumplimiento de la ley, misión que Cristo se atribuye, deja con claridad cómo debe ser entendida la ley. Es inexplicable que quienes se declaran cristianos intenten desoír la enseñanza de Jesús, insistiendo en la vigencia de la Ley del Antiguo Testamento, superada hoy en el Nuevo. El Nuevo Testamento lleva a la perfección el Antiguo y fundamenta una moral basada en el amor auténtico: "Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros". (Juan 13, 34) La fe reclama la conversión del egoísmo al amor, del pecado a la gracia. El mismo Cristo se propone como modelo del amor verdadero - "como yo los he amado" - señalando la Cruz como expresión perfecta del amor. La explicación de la ruptura del vínculo matrimonial, es la ausencia o deformación del amor. El egoísmo contamina la concepción y vivencia del amor. Las versiones contemporáneas del amor, inspiradas en el egoísmo, constituyen deformaciones del amor. A partir de las mismas, la convivencia humana se enrarece hasta volverse irrespirable.
3.- Todo bien es obra del Divino Espíritu. La enseñanza de Jesús es la respuesta de Dios a la situación angustiosa causada por el pecado. Su consecuencia es la paz, una paz que es don de Dios y paciente elaboración de los hombres y mujeres comprometidos en el bien común. Jesús se encuentra con un mundo interiormente tironeado por el bien y el mal, por la gracia y el pecado. La Redención, que Él protagoniza, no hace borrón y cuenta nueva, sino que produce una oportuna transformación, a partir del bien existente. Jesús pondera el bien que encuentra, antes de denunciar el mal que debe ser extirpado. Sobre todo, considera el valor de la fe. Todo bien es obra del Divino Espíritu, en consecuencia, corresponde atribuir a su gracia la bondad y belleza que hallamos en el mundo. La victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, constituye la obra reconstructora de la gracia. La predicación apostólica, y de la misma Iglesia, manifiesta la asunción que la Redención realiza en ese mundo tironeado. La presencia de Cristo resucitado en el mundo, es actualizada por la Visitación de María a su parienta Isabel. Juan, en el seno de su madre, se estremece ante la presencia del Hijo de Dios, en las entrañas virginales de María. El gozo de Juan, no nacido aún, evidencia la misteriosa obra del Espíritu en la espera de la llegada del Redentor. Aunque el pecado está activo en el mundo, también lo está el Vencedor del pecado, generando la salvación, misteriosamente activa por la acción eficaz de quien es el Salvador. Juan, en el seno de Isabel, y conmovido por la presencia de Jesús, es el hombre tocado por la acción del Espíritu, en la espera de Quien viene a redimir y santificar al mundo. Dios trabaja en los hombres, suscitando - por Juan - una verdadera preparación, para recibir al Salvador. La Iglesia, como María entonces, lleva a Cristo al mundo, causando el gozo de la Pascua en quienes la identifican como portadora del Señor: "¿Quién soy para que la Madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno". (Lucas 1, 43) La enorme tarea de la evangelización repite la Visita de María a Isabel. María es el ejemplo de cómo debemos comportarnos, reconociendo la acción precursora del Espíritu de Cristo, que llevamos en nuestras entrañas de bautizados, para que el mundo crea y salte de gozo. Juan nos conduce, por la penitencia, a la conversión y a la santidad. Cristo perdona nuestros pecados y orienta nuestro regreso a los brazos del Padre y a su Casa familiar. Es preciso que esta verdad ocupe nuestro pensamiento.
4.- Los santos son los niños que el Padre prefiere y Cristo bendice. Cerramos nuestra reflexión evangélica con la conclusión del texto proclamado. La ternura que Jesús dispensa a los niños constituye la preferencia de Dios por los pequeños y humildes. La inocencia, condición para ingresar en el Reino, aunque aparece con la edad inicial del hombre, se perfecciona con la santidad. La misma devuelve la inocencia que el pecado ha destruido. Ya no importan los años: los santos son los niños que el Padre ama y que Jesús abraza y bendice. De ellos es el Reino y su construcción. Es importante, en el plan de Dios, que los hombres, a pesar de los pecados que hayan cometido, recuperen la pureza e inocencia con que Dios los dotó al crearlos. Son inocentes, no como Adán sino como Cristo.