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Mons. Castagna: "Todos los bautizados deben replicar los sentimientos de Cristo"

El arzobispo emérito de Corrientes recordó que Jesús no juzgaba a los pecadores, pero hay quienes sí se constituyen en "jueces implacables de sus hermanos pecadores" .

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Castagna, ofreció sus sugerencias para la homilía del domingo 25 de junio y XII del tiempo ordinario.



El prelado expresó que la frase ‘No pecar más', supone el reconocimiento del pecado cometido e incluye la humildad para someterse al juicio de Dios, que se expresa en su misericordia. “Jesús no se opone a la severa ley de Moisés, la saca de un contexto interpretativo rígido e implacable, que inspira ejecutarla sin más y de inmediato. Todos los bautizados deben replicar los sentimientos de Cristo”.



“No se entienden las composturas antievangélicas que algunos - autocalificados cristianos - adoptan, constituyéndose en jueces implacables de sus hermanos pecadores”, subrayó.



Texto de las sugerencias


1. Vivir en la Verdad. Jesús infunde valor a sus discípulos. La Verdad que Él encarna no podrá ser ocultada. El mundo actual es un gran simulador. El mal, que más se destaca y predomina, en muchas actitudes humanas hoy vigentes, es la mentira. Jesús la señala con particular énfasis. Es preciso empeñarse en vivir en la verdad. El Señor garantiza la coherencia entre la vida y la verdad. Nos hemos habituado a confundir lo bueno con lo malo, la verdad y con la mentira. La confusión, en circunstancias como las actuales, genera injusticias y enemistades, grietas abismales capaces de encubrir los propósitos más oscuros del corazón. La conversión al Evangelio se expresa en la obediencia a la Verdad, que Jesús personifica. Es la tarea cotidiana de los cristianos. Por ello, la fe trasciende el ámbito privado y exige ser profesada públicamente: “No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido. Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día, y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas” (Mateo 10, 26-27).



2. El domingo, un espacio irremplazable. Es la ocasión de comprometer nuestra vida en el seguimiento de Jesús. Escucharlo y obedecerlo, constituye el secreto de la santidad. Cada domingo celebramos la Palabra -la escuchamos para obedecerla- al proclamar los textos bíblicos que corresponden. Es allí donde recibimos la fuerza para el ejercicio de nuestra misión evangelizadora. No lo logramos si encerramos el precepto dominical en una dimensión puramente formal y legalista. Es el Día del Señor, en el que el descanso es síntesis del trabajo de toda la semana. Es entonces cuando la comunión, con Dios y con la familia, se expresa y retroalimenta. Algunos hábitos contradicen la verdadera naturaleza del domingo. Se ha perdido la tradicional costumbre de juntarse en familia y compartir la vida. Sus miembros se dispersan en pos de intereses personales, encolumnados detrás de los dictámenes de un mundo que ha dado la espalda a los valores espirituales. La misión de la Iglesia no puede circunscribirse a una práctica litúrgica con poca gravitación en la vida familiar y social. El relato bíblico de la Creación constituye un paradigma de suma actualidad para la vida humana.



3. Una Iglesia sin miedo. Aquellos discípulos, y quienes los suceden, deben perder el miedo, y enfrentar las amenazas de sus ocasionales perseguidores. Sin ser insensibles ante la violencia, dispondrán de un valor inquebrantable frente a los perseguidores de turno. El pasado y el presente nos ofrecen ejemplos sorprendentes e inexplicables. Es la oportunidad de volver a la conciencia la palabra de Cristo: “No teman a los que matan al cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que pude arrojar el alma y el cuerpo al Gehena” (Mateo 10, 28). El pecado mata al cuerpo y al alma. Es lo que debemos temer. No parece ocurrir así, conforme a la advertencia del Venerable Papa Pio XII, al comprobar la pérdida de conciencia de pecado en nuestra actual sociedad. Sin caer en el extremo de ver pecado en todos lados será preciso identificarlo cuando se comete. Para ello será preciso recurrir a los diez mandamientos y a las inspiraciones que emergen de las enseñanzas de Jesús. El Señor no condena al pecador, pero no niega la existencia del pecado cuando se incurre en él. El texto del Evangelio de San Juan, referido a la mujer sorprendida en adulterio, es por demás ilustrativo: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado? Ella le respondió: “Nadie, Señor”. Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. “Vete, no peques más en adelante” (Juan 8, 10-11).



4. La Ley, el perdón y la misericordia. “No pecar más”, supone el reconocimiento del pecado cometido. Incluye la humildad para someterse al juicio de Dios, que se expresa en su misericordia. Jesús no se opone a la severa ley de Moisés, la saca de un contexto interpretativo rígido e implacable, que inspira ejecutarla sin más y de inmediato. Todos los bautizados deben replicar los sentimientos de Cristo. No se entienden las composturas antievangélicas que algunos - autocalificados cristianos - adoptan, constituyéndose en jueces implacables de sus hermanos pecadores.+





HOMILÍA MONS. CASTAGNA

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