"Es la ocasión de renovar nuestra devoción al Espíritu Santo y considerarlo como el inspirador y animador principal de nuestra vida cristiana", aseguró el arzobispo emérito de Corrientes.
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, recordó que “Pentecostés es la oficialización de la Iglesia, nacida de la Pascua y destinada a la misión”.
“Desde entonces se ha producido una historia de gracia que depende exclusivamente del Espíritu Santo. Como resultado, la Iglesia será imbatible a pesar de los errores y despistes de muchos de sus miembros”, aseguró en su sugerencia para la homilía.
“Su historia es una sucesión ininterrumpida de hechos que corroboran el cumplimiento de aquella promesa. Ya resucitado, Cristo prolonga la misión que -mediante su prodigiosa intervención en la vida del mundo- recibe del Padre. Se rodea de discípulos y elige a los doce, para que, en su Nombre, la misma misión abarque toda la historia humana: ‘Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes’”.
El prelado sostuvo que “la supervivencia de la Iglesia de Cristo, entre las vicisitudes de la historia, no explica su consistencia y perpetuidad por la genial habilidad de sus dirigentes”.
“Desde aquellos galileos, rudos y bastante iletrados, hasta nuestros días, la fuerza misteriosa que asiste a la Iglesia no proviene de la genialidad de algunos sino de la gracia de Pentecostés”.
Texto de la sugerencia
1.- La principal promesa cumplida. Llegó el momento -una hora clave para Jesús resucitado- en que dará cumplimiento a su principal promesa. El mismo evangelista y Apóstol Juan se ocupa de consignar esa promesa: “Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí”. (Juan 15, 26) Queda al descubierto el Misterio de Dios, que es Uno y Trino. El Espíritu Santo, tercera Persona de la Santísima Trinidad, será enviado “desde el Padre” por el Hijo encarnado y glorificado. Pentecostés es la oficialización de la Iglesia, nacida de la Pascua y destinada a la Misión. Desde entonces se ha producido una historia de gracia que depende exclusivamente del Espíritu Santo. Como resultado, la Iglesia será imbatible a pesar de los errores y despistes de muchos de sus miembros.
2.- La indestructibilidad de la Iglesia procede de Pentecostés. Su historia es una sucesión ininterrumpida de hechos que corroboran el cumplimiento de aquella promesa. Ya resucitado, Cristo prolonga la misión que -mediante su prodigiosa intervención en la vida del mundo- recibe del Padre. Se rodea de discípulos y elige a los Doce, para que, en su Nombre, la misma misión abarque toda la historia humana: “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. (Juan 20, 21) La supervivencia de la Iglesia de Cristo, entre las vicisitudes de la historia, no explica su consistencia y perpetuidad por la genial habilidad de sus dirigentes. Desde aquellos galileos, rudos y bastante iletrados, hasta nuestros días, la fuerza misteriosa que asiste a la Iglesia no proviene de la genialidad de algunos sino de la gracia de Pentecostés. Hoy lo celebramos. Es la ocasión de renovar nuestra devoción al Espíritu Santo y considerarlo como el inspirador y animador principal de nuestra vida cristiana. Lo que hoy podría aparecer como patrimonio exclusivo de algunos grupos debe ser incorporado a la catequesis y a la piedad litúrgica de todo el Pueblo de Dios.
3.- Pentecostés y el perdón de los pecados. Aquella comunidad, acompañada por María, espera -en oración- el Don prometido, y presenta un modelo a imitar: “Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos”. (Hechos 1, 14) Los primeros creyentes, así concentrados, se predisponen a recibir la gracia del Espíritu. Jesús anticipa la venida del mismo, y señala su inmediato efecto: el perdón de los pecados. San Juan lo expresa en pocas líneas: “Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen”. (Juan 20, 22-23) La insuflación del Espíritu Santo y la facultad de perdonar los pecados, acordada a la Iglesia en las personas de los Apóstoles, indica que la salvación consiste en la liberación del pecado y sus consecuencias. La inmediata escena de la conversión de Tomas confirma la intención divina, lograda mediante la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.
4.- La conversión del Apóstol Tomás. El Apóstol Tomás que, desoyendo el testimonio de sus hermanos Apóstoles, se obstina en su incredulidad, termina con un conmovedor acto de fe: “¡Señor mío y Dios mío!”. (Juan 20, 28) Ya convertido, su profesión de fe y la amonestación del Señor, constituirán el apoyo seguro para el ejercicio de su riesgoso ministerio apostólico. Los hombres necesitan creer para llegar a la verdad. Es decir: escuchar la Palabra, acreditada por sus legítimos testigos, y fundar en ella sus proyectos y realizaciones. Pablo insiste mucho en identificar la Palabra con la Persona de Cristo. Para él, y los demás Apóstoles, predicar el Evangelio es predicar a Cristo. El Verbo se hace hombre, y se llama “Jesucristo”. Pentecostés es la misma Pascua, llegada a su plena revelación. En su celebración solemne, el Espíritu Santo, Don del Padre y de Cristo resucitado, se manifiesta como el único ejecutor de la Salvación del mundo.+