"El Bautismo impulsa a los cristianos a ser fervorosos difusores y testigos del Evangelio", afirma el arzobispo emérito de Corrientes al admitir que "no es fácil el cumplimiento del mandato misionero".
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, reconoció que “no es fácil el cumplimiento del mandato misionero”.
“Los creyentes, como miembros de la Iglesia, tropezarán con escollos muy grandes. Lo percibimos a diario, como una pandemia moral que afecta a todos, sin discriminación, hasta en el interior mismo de la institución eclesial”.
El prelado consideró que “es preciso observar los protocolos que nos ofrece la misma Iglesia: la Palabra y los sacramentos”.
“En ellos Cristo hace efectiva su presencia para siempre: ‘Y Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo’. El Bautismo impulsa a los cristianos -como al leproso curado- a ser fervorosos difusores y testigos del Evangelio”.
Texto de la sugerencia
1.- Para protagonizar la historia. Esta escena es una de las más expresivas de la fe que Jesús encuentra y pondera en la gente de su pueblo. Jesús se conmueve ante el leproso que, de rodillas, le pide la salud. Aquel hombre no pide más que ser purificado. Su horrible enfermedad lo ha aislado del mundo y cerrado a la vida. “Si quieres, puedes purificarme”. (Marcos 1. 40) Jesús es, para aquel desafortunado, la única posibilidad de volver a la convivencia con los suyos, y a sentirse persona, con la chance de amar y de ser amado. Es decir, de constituirse en un auténtico protagonista de la historia, de la que estaba entonces marginado. En esa súplica se contiene un anhelo superior a todo deseo inmediatista y trivial. Es el afán de ser persona y de hacer de su vida una respuesta. Jesús lo mira con ternura y le devuelve la imagen trinitaria, a la sazón oscurecida por el mal. A Jesús lo conmueve el enfermo y el pecador. Comprueba la acción destructiva del mal en el hombre, la obra cumbre de la Creación visible, y se empeña en devolverle su dignidad.
2.- La fe como capacidad de cambio. Jesús no es un “milagrero” sino “el Dios entre nosotros” que viene a recuperar al hombre y reponerlo en el camino de su verdadera perfección: “Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”. (Mateo 5, 48) ¡Qué lejos estamos de este concepto identificatorio de la persona de Jesús! Algunos mediáticos y bien intencionados “sanadores” no logran convencer a sus pacientes de la salud que necesitan. Se curen o no, muchos de quienes acuden a ser liberados de su enfermedad, regresan sin fe en Dios, o con una vivencia distorsionada de la misma. Jesús viene a nosotros, y permanece entre nosotros, para reconciliarnos - en Él - con el Padre y con nuestros semejantes. Es la misión que delega a sus Apóstoles y a la totalidad de la Iglesia. Desde los orígenes de la predicación apostólica la reconciliación ha constituido un tema central. El texto evangélico que acabamos de leer, en el ámbito de la Liturgia, expresa que la sanación de aquel hombre devela lo que Jesús intenta, al comprobar la existencia de la fe, como disposición humana para el cambio.
3.- La fe, inspiradora de la conducta moral. La experiencia de fe del leproso curado lo constituye en testigo difusor del cumplimiento de las profecías mesiánicas. No habiendo llegado la hora de la divulgación de los hechos - que prueban su poder divino - Jesús intenta silenciar a aquel hombre, notablemente conmovido. No lo logra. La exaltación comprensible del ex leproso da lugar a su irrefrenable testimonio. Marcos hace una exacta relación del hecho: “No le digas nada a nadie…”. “Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes”. (Marcos 1, 44-45) La discreción le inspira no apresurar los momentos de su manifestación al mundo. No será así cuando, ya resucitado, el Señor envíe a los testigos de la Ascensión, con el fin de notificar su presencia salvadora y lograr que todos los pueblos, sean discípulos suyos (Mateo 28). Hoy el mundo necesita que se le exponga la Buena Nueva, para aprender cómo recibirla y adecuarse moralmente a ella.
4.- Estaré con ustedes hasta el fin. No es fácil el cumplimiento del mandato misionero. Los creyentes, como miembros de la Iglesia, tropezarán con escollos muy grandes. Lo percibimos a diario, como una pandemia moral que afecta a todos, sin discriminación, hasta en el interior mismo de la institución eclesial. Es preciso observar los protocolos que nos ofrece la misma Iglesia: la Palabra y los sacramentos. En ellos Cristo hace efectiva su presencia para siempre: “Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”. (Mateo 28, 20). El Bautismo impulsa a los cristianos - como al leproso curado - a ser fervorosos difusores y testigos del Evangelio.+