Leyendo como siempre a mi Pastor quiero transmitir mi asombro por la actualidad y el buen criterio que reflejaron dos mensajes de los habituales, interpretados en varios sentidos. Uno interno al rebaño y otro destinado al Poder Mundial.
Me motivaron varias reflexiones que quiero compartir, porque utilizó metafóricamente las lecturas sobre la destrucción de Babilonia, ciudad bella, símbolo de un mundo lujoso, autosuficiente y “poderoso”, para fustigar al paganismo creciente, y el preocupante cierre de iglesias católicas en Europa a las que recomendó convertirlas en centros para fines sociales.
La lectura detenida de esos discursos también nos debe alertar como sociedad para la recuperación de valores, porque corremos el peligro de terminar con la destrucción del espíritu nacional.
Se puede leer a Francisco pidiendo a los obispos que abran las puertas de esos lugares, donde sugirió que sean comedores populares o centros de ayuda a los pobres. Dando así prioridad a los que no tienen techo, que sean albergados y contenidos, pidiendo al clero que empiece a dar ejemplo señalando el camino. Creo entonces que el Estado también debiera abrir las puertas de cada hogar para que vuelvan los niños.
Vivimos en un mundo con gobernantes que se autoelogian cuando hay más comensales en las escuelas, olvidando que el éxito es justamente lo contrario: deben hacerlo con la familia. Así las sociedades no quedarían más como rehenes del Estado, para romper cadenas con el asistencialismo.
Coincidente con la realización de la cumbre del G20 en nuestro país, que reúne a los “poderosos” del planeta, meditamos sobre la hipocresía política que lleva la destrucción del espíritu de las naciones.
Porque cuando permitimos la destrucción de nuestra cultura impulsando el consumo, o cuando olvidamos la necesidad del trabajo, o ante las exclusiones, se quebranta la Humanidad. En suma, nos alejan de Dios y nos vuelven a una idolatría material donde sólo disfrutan unos pocos, los ricos. Arrebatan lo único que tenemos en el Pueblo: la Esperanza.
En forma deliberada nos llevan a la profanización, porque no les importa nada más que la sumisión y el tributo.
Hay que entender los signos de los tiempos. Cuando se ponía en marcha la cumbre, al arrancar la “fiesta”, la tierra empezó a temblar bajo el suelo de Buenos Aires después de 130 años. Nada es casual.