En siete meses restauraron una casona antigua y, sin perder su impronta, la transformaron en un local comercial.
Paula (51) y Victoria (47) Saiach, son dos hermanas correntinas que hace siete meses transformaron una casa de 1800 en un negocio de venta de ramos generales. Ellas no son arquitectas ni diseñadoras, son dos contadoras “que nos equivocamos de profesión”, piensa Paula. Desde el 2012 tienen su propio emprendimiento.
Después de ocho años no les quedó otra opción que dejar la casa que funcionaba como local y le pidieron a la inmobiliaria que les buscara alguna casa antigua: encontraron una casona tres veces más grande que donde estaban y que reunía todos los requisitos: emprendimiento, patrimonio e historia.
“La puerta hace pensar que la casa es de fines de 1800″
El desafío de las chicas fue lograr que el nuevo espacio cumpliera con una función comercial pero sin perder la impronta de su historia -y su estilo señorial- que es lo que a ellas les gusta y creen que va bien con su marca.
“La casa tiene una puerta cancel art Nouveau que es un sueño y eso hace pensar que la casa es de fines de 1800. Quienes la mandaron a construir fueron Raimundo Fernández Reguera y Concepción Fernández, ellos ya estuvieron en esa casa en los años de la guerra de la Triple Alianza, esas anécdotas vienen desde el año 1866/67, quizás no haya sido esta casa que es ahora porque uno la mira y no te parece una casa de esos años, pero bueno, es como todas las que van sufriendo modificaciones, quizás era distinta pero sí sabemos que la misma familia de cuatro, casi cinco generaciones, estuvieron acá”, cuenta Paula maravillada.
La casa no tardó en llegar de manos de la inmobiliaria, incluso fue la primera que vieron y empezaron las conversaciones con la familia que vivía allí: “Como sucede en muchas ciudades estas casas enormes en pleno centro no tienen la circulación moderna que requiere una familia, por ejemplo no tiene garage. Y pasa que la gente de las casas antiguas se muda a departamentos o a las afueras para tener jardín. Eso que notábamos que faltaba para el día a día y la opción de mudarse a un espacio adecuado es lo que fuimos hablando con los dueños. Queríamos saber si existía esa posibilidad. Les tomó tiempo la decisión, pero aceptaron. Ellos vivieron hasta el mes de octubre y nosotras estuvimos siete meses con los arreglos para adaptarla a un local comercial”, cuenta Paula.
Los dueños, la restauración y la lámpara con 22 luces y caireles
La casa cuenta con dos patios y está ubicada dentro del casco histórico de Corrientes, en una de las calles más antiguas de la ciudad. Las hermanas mantuvieron todas las aberturas, no hicieron vidrieras típicas de local a la calle, solo sacaron los postigos para mantener el misterio de espiar por la ventana para ver cómo es, “la idea es que la gente entre al zaguán y vea por la puerta cancel ese patio damero blanco y negro, con columnas de hierro negro típicas de casa antigua, que es una belleza. Las paredes son tan gruesas que entrás y no escuchás ni un ruido de la calle, una vez que pasas esas paredes sentís una paz total adentro de ese patio”, describe Paula.
En cuanto a la arquitectura se mantuvieron todos los pisos y azulejos, se hizo una restauración de la casa en general. Los dueños les dejaron a su cuidado la araña principal del living que tiene 22 luces con caireles que se desarmó por completo y se volvió a armar con mucho cuidado. En el comedor principal sigue la mesa de un tamaño que hoy es difícil de conseguir, los muebles de guardado y el altar con la Virgen de la Merced y su reclinatorio que estuvieron desde siempre. “Todo quedó a nuestro cuidado y es un desafío para nosotras mantener el estado de la casa que es una joya y al mismo tiempo la familia tuvo esta confianza en nosotras de entregarnos toda una casa que no es solamente ladrillo, las casas familiares tienen un tesoro que es la cantidad de vivencias que han tenido dentro de esas paredes”, dice Paula con cierta emoción.
En el segundo patio reacondicionaron la antigua zona de servicio y la transformaron en el quincho de la casa. Para eso dejaron las paredes de ladrillo al descubierto y restauraron los pisos calcáreos que fueron encontrando: “Primero hicimos un conteo de qué cantidad de calcáreos encontrábamos de un mismo dibujo, el conteo de cantidad de azulejos que habíamos sacado del sector del lavadero y baño de servicio, y esos azulejos los pasamos al sector de la florería. Los pisos calcáreos los completamos con nuevos y con guardas y quedó todo el quincho restaurado con ellos”, explica Paula.
Hijas de ingeniero con empresa constructora -desde chicas escucharon hablar del tema- no dudaron en ser ellas mismas quienes dirigirían la obra: “Déjame el techo así”, “Rasqueteen un poco pero que se note la pintura anterior”, recuerdan. Hay partes muy vintage y pisos que emparcharon para que se notara el piso original: “La verdad que fue un trabajo artesanal. El sector de servicio fue lo que más había que reacondicionar pero al estar más deteriorado nos permitió ser más libres, mientras que las salas de adelante fueron de una restauración mucho más cuidadas”, cuenta Paula, que si bien la casa no estaba destruida porque estaba habitada, sí tuvieron que hacerle algunas transformaciones para lograr lo que ellas querían.
Cómo transformar los espacios en un negocio
La marca de las hermanas se fue identificando con este estilo, cuentan que a los clientes les gusta entrar y sentir que se transportan, si bien los muebles son actuales el espacio no lo es porque se propusieron mantener la identidad. Para eso, pusieron maceteros con naranjos que es la planta típica correntina.
“Los dueños son tan amorosos y respetuosos que en todo momento nos hicieron sentir que a partir de ahora es nuestra casa, y la persona que viene toca el timbre como en una casa. Nosotras salimos a atender. Es una experiencia para quienes recibimos y para el que llega. La clienta al salir cuenta que estaba acelerada al entrar, pero que se va super relajada.
De manera estratégica, dejamos las puertas que dan al patio cerradas con llave para que uno pueda hacer un recorrido por dentro de una sala a la otra: del living al comedor, a la habitación de los chicos, a la matrimonial, vas a la cocina, al baño. En el segundo patio pasas por unos vitrales que te parás a mirar porque no pueden ser más lindos”, describe Paula.
Al entrar a la derecha está el escritorio del dueño de la casa y a la izquierda el living donde la dueña recibía visitas, “así que decidimos poner un cartel de Sala Eduardo y Sala Margarita, nos pareció que después de tantos años los últimos dueños tenían que estar presentes”, explica la anfitriona, y la gente cuando entra recuerda ciertos sectores a donde iban a tomar el té, donde hacían la tarea después del colegio o incluso quien aprendió a caminar en aquel patio.
La casa tiene dos cocinas, una que junto a las habitaciones de servicio quedó como depósito a la vista, la otra quedó para uso interno. “El baño de atrás es muy antiguo y señorial, lo mantuvimos como estaba, obviamente se cambió la grifería”, cuenta Paula.
Historia emprendedora
Paula y Victoria comenzaron en el 2012 con un local pequeño de blanquería y fragancias, “eran sábanas muy del estilo de las abuelas, con vainillas, monogramas y demás. Los mismos clientes y proveedores nos llevaron cubrir otros rubros de la casa porque nos pedían mesa de luz, respaldo”, y así fueron llegando a lo que es hoy la marca. Se llama Lepicerie (en francés significa “almacén”) y nació como un almacén de ramos generales con una impronta antigua
Las chicas siempre buscaron vender productos que crearan sensaciones, “tener algo al tacto que sea de excelente calidad, entrar y sentir el aroma de todas las fragancias que tenemos en la casa, escuchar música, que sea una experiencia desde el momento que traspasás la puerta”, cuentan, y agregan que además están contentas porque los clientes se van de la casa agradeciendo el paseo y con una calma que no pensaban encontrar allí.
No solo le ponen amor a su negocio, sino que además hace un año y medio que comenzaron un proyecto de comercialización y distribución de productos autóctonos de la provincia de Corrientes. “La lana sale de nuestro campo, se tiñe con productos naturales de la zona y se trabaja con artesanos de acá. También tenemos una línea de cestería que se trenza con las fibras que salen de los esteros y una línea de vajilla artesanal pintada con los animales de los esteros. La idea es ir incorporando objetos típicos correntinos como para mantener una identidad dentro de lo que es la decoración”, concluyen. Razón demás para alojarlos en un lugar tan agradable, y con una historia que vale la pena conocer. La Nación.