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«O aprendes inglés o te vas a tu país»: la nueva odisea venezolana en Estados Unidos

Es la nueva realidad de muchos de los 800.000 venezolanos del Darién . Así se les llama, a los exiliados de la dictadura chavista que han recibido asilo en Estados Unidos en los años recientes. En su mayoría cruzaron a pie el terrible Tapón del Darién , una zona de selva tropical centroamericana que es de las más peligrosas e inhóspitas del mundo. Y tras ese calvario, muchos no tienen más posibilidad de empleo que repartir comida con Uber y otros servicios similares. Gregorio Amundarain, 23 años, es uno de ellos. Lleva dos años en Washington, la capital de Estados Unidos. El trabajo no es siempre fácil. El pasado 16 de septiembre a las 11 de la mañana fue con su moto a recoger un pedido a Canna Coffee, un bar de tercera y dudosa calidad en el barrio de Adams Morgan. Cuando entró a enseñar el código de su aplicación para llevarse el pedido, vio a un perro que le ladraba. «Me dio miedo el perro así que le pedí al dueño del bar que se me acercara», cuenta Amundarain a ABC,Se lo pidió al encargado en español y con gestos, pues Amundarain no se maneja lo que se dice bien en inglés. Tampoco le es necesario en una ciudad donde el español se habla con cierta facilidad y en un país en que el inglés es el idioma mayoritario pero no oficial. El dueño del perro y del local, un tal Greg Harris, afroamericano, se le acercó hecho una furia y le obligó a entrar dentro para recoger el pedido, que iba en una bolsa de papel. Antes de dárselo, descargó sobre el un torrente de insultos: «Aprende inglés, si quieres ganar dinero en América, aprende inglés, no me importa una mierda que no sepas, lo aprendes, aprende inglés cabrón, aprende el puñetero inglés». Estallido racistaCon una calma estoica, Amundarain, enfundado en su chaqueta y casco, esperando un pedido por el que iba a ganar menos de cuatro dólares, sacó el teléfono y se puso a grabar, diciendo solo que no entendía, mientras le caían los insultos y Harris le acercaba la cara agresivo, frunciendo el ceño y apuntándole con el dedo: «Este no es tu puto país, aprende inglés». Después procedió a imitar los sonidos que en sus oídos producía el español venezolano de Amundarain en un estallido racista, y le estampó la bolsa con el pedido en el pecho. El repartidor se fue lentamente, grabando todo. El dueño del restaurante le siguió y le increpó de forma agresiva, como queriendo empujarle.«Me ofendió, fue una cosa muy mala que me pasó sin yo haber hecho nada», dice Amundarain. «Antes de comenzar a grabar esta persona se puso muy agresiva, y ahí decidí sacar el móvil. Tenía miedo de que esto se saliera de control y le grabé». Noticia Relacionada estandar Si El Gobierno de EE.UU. niega «categóricamente un plan» de la CIA para derrocar a Maduro David Alandete | Corresponsal en Washington Entre los tres estadounidenses arrestados se encuentra un soldado de las fuerzas especialesEstos sufridos venezolanos padecen incidentes como este a diario, pequeñas y grandes ofensas. En meses recientes se han convertido en una comunidad más en una ciudad ya de por sí muy diversa. Son jóvenes latinos, casi todos hombres, que esperan sentados en sus motos con el casco puesto a que les llegue algún pedido por aplicación móvil. En las pasadas elecciones presidenciales en su país, en julio, decenas protestaban en sus motos, ciudad arriba y ciudad abajo, ondeando banderas de Venezuela, una marejada motorizada de color amarillo, azul y rojo. Con lo poco que ganan por repartir y propinas, se mantienen y envían algo de dinero a casa.Aquel día uno de ellos, Amundarain, dijo basta. En una ciudad que en 2020 fue barrida por la marea de la protesta racial, donde ser antirracista es un modo de vida, donde se ha ido combatiendo cada rémora del pasado esclavista y segregador, a estos venezolanos se les podía decir y hacer cualquier cosa. Primero llamó a la policía y como cualquiera que tenga que lidiar con la policía de Washington sabe, la respuesta fue una no respuesta. Nada, una riña más, ya verían si mandaban a alguien. Una pregunta de rigor en la capital es: ¿ha sido amenazado con un arma? Si no es así, toca esperar.Dos días después, el 18 de septiembre, el repartidor subió el vídeo a TikTok, la plataforma en la que se maneja, con el mensaje de «Trabajando de \'delivery\' en Washington D.C.». Se popularizó de inmediato, de forma vertiginosa. En dos días tenía más de 20 millones de visualizaciones. A Amundarain le cayó una lluvia mundial de solidaridad. Un \'influencer\' mexicano hasta le dio 5.000 dólares. Tensiones racialesMuchos venezolanos que acaban de llegar a EE.UU. compartieron experiencias similares: tensiones raciales, crecientes resquemores. Como en España, no pocos les acusan de ser una suerte de desertores, de ser exiliados de postín, de buscar sólo ganar más que en su país. Lo que dijo el político español Pablo Iglesias en sus redes hace poco: «Venezolanos de derechas». Amundarain es hoy un ejemplo para ellos, por su decisión de no agachar la cabeza y callar, como suelen hacer. Cuenta él ahora que venía asilado, que tuvo que irse de Venezuela en 2019, malvivir en Colombia y Perú para recorrerse todo México «como el caminante», sólo para pedir asilo en EE.UU. y ser arrestado. Pasó cinco meses detenido en una cárcel de la frontera en 2022, y finalmente quedó en libertad porque una corte decidió que tiene derecho al asilo por las condiciones represivas en su país. En Washington, trabajó en la construcción, antes de pasar a repartir pedidos. Hoy se ha tomado un respiro, para procesar esta fama inusitada.Solo después de que el vídeo de Amundarain se viralizara en internet intervino el gobierno local de Washington. Le recibió en el ayuntamiento Eduardo Perdomo, encargado de asuntos latinos. «Este debe ser un motivo para reflexionar y apoyarse mutuamente», dijo, a toro pasado. Uber retiró al café de su plataforma, diciendo en un mensaje que la conducta del dueño le resultaba «repulsiva». La policía abrió dos investigaciones, una por un delito de odio y agresión; y otra, por violar las ordenanzas de sanidad e higiene. Resultó que unos días antes, el 11 de septiembre, hubo una inspección, que el local no superó. Estaba operando ilegalmente, y el 18 fue informado de que debía cerrar sus puertas. Sigue clausurado. Lo llamativo es que en los registros municipales de Washington figuran dos infracciones del mismo café en mayo y agosto. La de septiembre era la tercera. Claramente el café tenía sus problemas con la ley.Este diario acudió al local unas horas antes de que cerrara. Había algunas cámaras de televisión de programas locales, y una intentó grabar a alguien que se asemejaba al dueño. Pidió dinero por las entrevistas y después pidió que le entrevistara solo un reportero de raza negra. Inmediatamente cerró la puerta de un portazo. El local estaba ya completamente vacío.

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