La demanda de dólares para atesoramiento existe en nuestro país desde hace largas décadas. Tiene que ver con "La segunda teoría de la dependencia argentina".
Si necesitáramos definir en pocas frases la Teoría de la Dependencia, diríamos que es una teoría económica que niega los beneficios del comercio internacional propuestos por la escuela clásica y explica el subdesarrollo por medio de la subordinación o sometimiento que se produce hacia los países desarrollados. Dicha teoría sirvió a los países latinoamericanos, para comprender las causas de su estancamiento socioeconómico y buscar los mecanismos para revertir su situación de desventaja en el comercio internacional. Esta corriente teórica, dominó el pensamiento económico latinoamericano durante mediados del siglo pasado y tuvo su mayor expresión con la industria por sustitución de importaciones (ISI) y la adopción de medidas proteccionistas al comercio internacional.
Hoy, entrado el siglo XXI, podríamos manifestar que dicha situación de dependencia no se ha modificado demasiado. Nuestro país continúa exportando básicamente productos primarios e importando productos industrializados o de alto valor agregado, lo cual genera una balanza comercial que no logra estar a la altura de las necesidades del país. Según datos del INDEC nuestro país en los primeros ocho meses del año, exportó por u$s37.229 millones e importó por u$s26.245 millones. En casi los primeros tres trimestres del año acumulamos un saldo positivo de u$s10.984 millones, lo cual nos da un saldo mensual de u$s1.361 millones. Este mismo dato trasladado al año pasado es sensiblemente menor, dado que en igual periodo dio un saldo favorable de u$s7.753 millones, algo más de u$s969 millones mensuales.
En los ocho primeros meses del 2020 la sección que mayores divisas género, fue el de los productos del reino vegetal con un total de u$s11.563 millones. Sin embargo, dicho monto, fue superado por los dos primeros ítems de las secciones que se importaron; me refiero a máquinas, aparatos y material eléctrico por un total de u$s6.580 millones y la sección Productos de industrias químicas y conexas por un total de u$s5.791 millones.
A esta endeble situación, debemos añadirle un dato doméstico que acrecienta aún más la delicada situación en términos macroeconómicos. Es lo que yo he denominado “La segunda teoría de la dependencia argentina”; me refiero a la demanda de dólares para atesoramiento. En el mes de agosto el Banco Central perdió u$s1.300 millones de reservas, es decir el equivalente al saldo mensual de la balanza comercial. Esta cuestión que existe en nuestro país desde hace largas décadas, genera en situaciones de crisis como la actual una complicación extra y hace que la cantidad de dólares sea aún más insuficiente para poder atender la demanda de los importadores, los productores o afrontar los compromisos con los organismos de crédito internacional. En síntesis, no encontramos frente a un significativo problema a resolver estructuralmente y no con medidas espasmódicas.
Frente a este cuadro de situación, la pregunta que me surge es la siguiente: ¿Es tan irreflexivo pensar en sustituir importaciones para mejorar la balanza comercial y en consecuencia aumentar no solo el ingreso de dólares sino las fuentes de trabajo calificado? Yo estoy convencido que es totalmente necesario. Del mismo modo, creo que este proceso en fases posteriores, al poder incorporar al mercado internacional productos de fabricación nacional, nos puede abrir en el mediano plazo la posibilidad de poder aumentar el volumen de las exportaciones de productos no tradicionales.
Para lograr dicho cometido, se hace necesario entonces que el Estado nacional asuma un rol planificador de una política productiva tendiente a forjar y alentar un proceso de producción nacional que propenda a sustituir productos que hoy se importan pero que por las características de nuestras industrias podrían fabricarse en nuestro país. Será necesario que se analice la estructura de las importaciones argentinas y en simultáneo se generen los mecanismos crediticios, fiscales y de ayuda técnica para que las industrias nacionales, puedan comenzar en el menor tiempo posible a la fabricación de los productos. Para lograrlo será necesario articular el capital bancario con el sector productivo dado que la industria local habrá de demandar en muchos casos créditos que le permitan operacionalizar la producción.
La pregunta que surge entonces, es de dónde poder obtener los fondos para dichos empréstitos. Sin ánimo de querer extrapolar modelos, el ejemplo del estado plurinacional de Bolivia nos muestra que gracias a dicha articulación, el Estado nacional logró que el 60% del ahorro y de las utilidades bancarias estén destinadas al crédito únicamente para el sector productivo. Esta política pública género una gran oferta de líneas crediticias para los sectores productivos que requerían empréstitos. En consecuencia el sector productivo, se financiaba con tasas reguladas siendo estas sensiblemente menores que las del sector comercio. En nuestro país en el año 2019 las utilidades de los bancos según lo informado por el propio Banco Central fueron de $314.044 millones (3.700 millones de dólares al tipo de cambio oficial). A esta suma habría que agregarle el dinero que poseen los bancos en carácter de depósitos. Esto es un indicador que existirían los fondos para el financiamiento y que puedan las industrias acceder a créditos a tasas reguladas.
Esta fenomenal crisis sanitaria y socioeconómica mundial, nos abre la posibilidad de poder pensar en los problemas estructurales de nuestra patria. El transformar la balanza comercial y la matriz productiva es uno de ellos. Es imperioso lograr despegar la política industrial y comercial del debate ideológico. Es cuestión de efectuar un análisis experto para ver con claridad qué funcionaria y bajo qué condiciones se podría emprender esta transformación.
Para lograrlo, será necesaria la firme decisión del Gobierno nacional, pero en igual sentido de los sectores productivos, los gremios, el sector crediticio y también de una oposición política que aporte y acompañe el objetivo de lograr una política de estado que en el mediano plazo pueda generar un cambio de características significativas en nuestra macro y microeconomía. El desafío a asumir por todos debe ser el de reemplazar la vieja dicotomía laissez faire -intervencionismo por un pragmatismo aplicado a cada caso, que corrija las fallas del mercado y propenda al éxito de la intervención mediante una planificación e implementación institucional adecuada para cada caso en particular.
Estoy persuadido que de la madurez y el compromiso de todas y todos, dependerá el éxito de las políticas públicas que apunten a resolver los problemas estructurales de nuestra nación. El tener una mayor y mejor balanza de comercio internacional y una mayor y mejor producción nacional es sin duda un gran tema a resolver. Como diría el formidable José Ortega y Gasset “Argentinos a las cosas”.