Hace unos días, el espacio que lidera Javier Milei convocó a lxs trabajadorxs de aplicaciones para que le militen su lista de cara a las elecciones de octubre. Catorce años de motoquero me impulsan a contar mi experiencia con la esperanza de clarificar algunas ideas que aporten a desbaratar ese vínculo artificial y forzado. Fuimos casi pioneros de un mercado laboral que se precarizaba al tiempo que crecía la desocupación en un país que supo ser ejemplo en materia de empleo y derechos laborales. Sufrí la precariedad en carne propia, pero siempre comprendí que fueron producto de las políticas neoliberales de los años '90.
La crisis del gobierno radical en 1989 llevó a las promesas de Revolución Productiva y Salariazo de Carlos Menem. Una vez elegido presidente, se rodeó de muchos personajes que hoy asesoran a Milei y cambió su programa por uno del grupo económico Bunge y Born, maniobra que lo llevó a la impúdica frase “Si decía lo que iba a hacer, no me votaba nadie”.
La década neoliberal significó la continuidad destructiva de las condiciones socioeconómicas que ya habían empezado con la última dictadura militar. Lo hicieron a través de las leyes conocidas como “Reforma del Estado”, “Emergencia económica” y “ley de Convertibilidad”. Claro, la gente estaba tan desesperada que aceptaba cualquier cosa. Y así se fueron privatizando las empresas públicas, se multiplicó la deuda externa, se abrió la importación, se destruyó la industria nacional, empezó a crecer la desocupación y se profundizó la pobreza. Por otro lado, sectores de la clase media y media alta empezaron a viajar barato al exterior y compraron televisores y videocaseteras importadas de Taiwán. Muchos como yo no teníamos ni un peso para cambiarlo por un dólar. A pesar de todo a Menem lo reeligieron en 1995 aunque no encontrabas a ninguno que dijera que lo había votado porque les daba vergüenza asumirlo.
En definitiva, la década menemista y su continuidad, el gobierno de la Alianza, instalaron un nuevo mundo laboral donde comenzaron a reducirse los derechos de lxs trabajadorxs, al tiempo que se reducían los aportes patronales y se propiciaba la especulación financiera y el endeudamiento externo.
Esas reformas laborales impactaron negativamente sobre el mundo del trabajo, al punto de crearse el monotributo que trasladaba los aportes y cargas sociales al mismo trabajador. Así nació la figura que, con el tiempo, se fue instalando como base de un discurso neoliberal que está pegando fuerte: “como supuestamente no existiría un vínculo de dependencia entre un trabajador monotributista y un empleador, se creó la idea falsa del 'yo soy mi propio patrón' que después derivó en un concepto ficticio: 'emprendedorismo'”.
Una grave consecuencia de estos nuevos tiempos es creer que no sirve la sindicalización. Peor aún, muchos trabajadores monotributistas consideran que el sindicato sería “una carga más” y prefieren autoexplotarse.
Ese es el mejor triunfo del neoliberalismo en materia ideológica: la enorme mayoría de los trabajadores de las aplicaciones trabajan en condiciones de explotación, comparables al comienzo del siglo XX, y sin embargo no quieren sindicalizarse. Ya había pasado algo similar con lxs desocupadxs a fines de los '90, sin embargo ellos lograron organizarse. Pero con los trabajadores de las aplicaciones es más difícil, porque esta actividad ya nació en un mundo dominado por la ideología neoliberal con un supuesto “homo económicus” como un valor positivo, como sugirió Foucault en sus últimos trabajos. Y esto encaja perfectamente en un ministerio de “capital humano” de un hipotético gobierno de Milei.
Durante 14 años manejé la moto, me mojé, me cagué de frio, de calor, me abrieron puertas de taxis mal estacionados, me tiraron colectivos encima y muchas cosas más. Durante 14 años pagué mis propios aportes, pero carecí de vacaciones, aguinaldo, francos y feriados. Igual que lxs trabajadorxs de las aplicaciones de hoy. Pero en las postrimerías del siglo XX ni se nos hubiera ocurrido la salida individual. Por eso, y al calor de un contexto de luchas en rutas y calles, fuimos encontrándonos con otros “fleteros” en las esquinas de la 9 de julio y en las distintas paradas del conurbano bonaerense, como en la zona noroeste, donde me tocaba a mí. Así fuimos hermanando nuestra precariedad y pusimos la piedra fundacional del futuro sindicato de mensajeros y cadetes.
Nuestra experiencia no era solo sindical, era la necesidad de agruparnos para enfrentar juntxs un trabajo peligroso y al total desamparo en el que solo contábamos con nosotrxs mismxs. De esa manera pudimos humanizar el oficio.
Pero las condiciones laborales y de vida empeoraron en los últimos ocho años y eso llevó a conceder derechos a cambio de tener trabajo. Inteligentemente esa transformación es aprovechada por los ideólogos del libre mercado para maquillarla de conquista libertaria cuando en realidad es pura pérdida.
La idea que sobrevuela en este debate es el emprendedorismo neoliberal y los supuestos beneficios del trabajo por cuenta propia. Quien maneja una moto o pedalea horas y horas una bici por distintos barrios, con una mochila pesadísima en la espalda, no tiene tiempo de ponerse a pensar en las vacaciones, el aguinaldo, los francos, la jubilación o la ART. Por eso no los tiene. Carece de todo eso que llamamos derechos de lxs trabajadorxs. Y los libertarios aprovechan esa situación para explotar su idea de individualismo y difunden la confusa premisa que “si tenés esos derechos sociales” sos un “mantenido por el Estado”. Por alguna razón extraña, esa referencia se cruza con la idea de reducir el Estado. Como si los beneficios sociales fueran un “gasto” y no un derecho, a pesar de haberlos conquistados constitucionalmente con lucha hace décadas.
Entonces, a quienes trabajan como repartidorxs, les hicieron creer que está moralmente bien no depender de nadie. Sin embargo, cuando te lastimás, no tenés ART, ni obra social, ni nada. ¿Sabés lo que pasa cuando tenés un accidente en la calle? Viene el SAME, te llevan al hospital público y te hacen todas las radiografías gratis. Porque aún, en las peores crisis, supimos defender la salud pública y gratuita. Y esto no te lo dicen los neoliberales.
Companerx trabajadorx de aplicaciones: no le creas a Milei, es parte de esa misma casta política-empresarial que nos arruinó durante décadas. Comprendemos la grave situación social en la que estamos y todos queremos vivir mejor y progresar, pero seamos claros: Milei no es lo nuevo, es lo viejo, es la política económica del menemismo acompañada por quienes reivindican el terrorismo de Estado. Por el contrario, la salida es colectiva. Vos lo sabés tanto como yo, porque cuando se te rompe la moto o la bici, el único que está ahí para auxiliarte es otrx repartidor.
(Universidad Nacional de General Sarmiento)