El autor sostiene que el Mundial no solo habilita a reflexionar sobre el fútbol, también nos permite pensar sobre el contexto global en que el deporte se desarrolla y los lugares que son escogidos para incentivar su difusión e incrementar sus ganancias.
A medida que nos acercamos al inicio de un evento, la expectativa crece y con ella las preguntas acerca de su naturaleza. Además de las obvias inquietudes sobre la suerte que correrán los favoritos del certamen, entre los que se encuentra la selección argentina, irrumpen otras inquietudes. Existe un horizonte de incertidumbre sobre las particularidades de este evento, cuya naturaleza cíclica y ritual, en esta ocasión, se halla alterada por sus coordenadas geográficas, climáticas, calendáricas, políticas y culturales. El Mundial no solo habilita a reflexionar sobre el fútbol, también nos permite pensar sobre el contexto global en que el deporte se desarrolla y los lugares que son escogidos para incentivar su difusión e incrementar sus ganancias. En definitiva, constituye una ocasión para problematizar las tensiones y los acoplamientos entre una celebración masiva y un negocio billonario.
Qatar 2022 es el primer Mundial celebrado en el Golfo Pérsico, en el mundo árabe y en el marco de una rigurosa monarquía islámica, cuyos efectos se expresan en la organización de la vida cotidiana y las relaciones de género. Esos rasgos comportan una distancia irreductible, al mismo tiempo, la dinámica del evento está guiada por una proximidad inusual. La sede encierra la paradoja de la distancia y la proximidad: la lejanía de los países latinoamericanos y europeos, aquellos con gran tradición futbolística, respecto a la sede del mundial quedará cancelada al llegar al Aeropuerto Internacional Hamad. La ciudad anfitriona asume la forma una cápsula implantada sobre el Golfo Pérsico, entre el desierto y el mar.
La modernización urbana de Doha se inició junto al siglo XXI y la rentabilidad de las economías del petróleo. El futurista skyline, los nuevos estadios y las constantes térmicas elevadísimas demandarán mucho de las infraestructuras, los materiales y las energías. También, sin dudas, han exigido a la fuerza de trabajo, compuesta por migrantes asiáticos y africanos, que construyó esos conjuntos para escenificar el megaevento. Ante tan imponentes edificaciones no podemos evitar preguntarnos ¿Cuánta explotación hay almacenada en esas torres y esos estadios? Los megaeventos ponen al límite las capacidades económicas y constructivas de los anfitriones, aun cuando se trata de una de las naciones con mayores riquezas concentradas del planeta.
Gran parte del fixture se juega en Doha, las treinta y dos selecciones y sus hinchadas comparten un espacio que desde el punto de vista de la historia de los Mundiales resulta acotado. La copa se desenvuelve en ocho estadios, cinco de ellos se encuentran en una situación de franca proximidad. Durante las primeras fases del torneo, Doha se convierte en una especie de Aleph borgeano, un pequeño punto en el que las culturas se actualizan, confrontan y reconocen con la excusa del fútbol. Conseguirá Qatar 2022 darle un tono a la Copa del Mundo; logrará el país anfitrión que el público se interese por su historia y su cultura; qué le aportará al desarrollo histórico y cultural de Qatar el Mundial. Gran parte de estos interrogantes continúa en suspenso.
En términos futbolísticos, se puede esperar un gran rendimiento de los seleccionados. Las alteraciones del calendario, impuestas por el rigor climático, hacen que los jugadores lleguen menos fatigados por las temporadas de sus clubes. Además, varios equipos han mostrado rendimientos sobresalientes. Estas performances quizá vuelvan a mostrarse en los campos de juego de Doha y proporcionen un espectáculo deportivo extraordinario. Entre los favoritos se cuenta la selección nacional. Muchas camisetas argentinas circulan por las calles de Qatar, pero no son vestidas por argentinos. Maradona y Messi son las contraseñas y referencias excluyentes para los fanáticos que, en su proyección global, la selección ha cosechado en una porción del mundo árabe habitada por trabajadores migrantes del sudeste asiático y África.
Con sus efectos visuales, la ceremonia inaugural en el estadio Al-Bayt compuso una oda a la modernización petrolera y la ficción integradora de la cultura global. Las infraestructuras ultramodernas, las arquitecturas exteriores tradicionales y los emplazamientos de los estadios traducen la silueta del poder económico, la domesticación tecnológica del desierto y las aspiraciones globales de Qatar. En esas escenografías, semejantes a las de la Dune de Denis Villeneuve, el espectáculo deportivo surfea entre las olas de la ganancia y la emoción, entre la quietud del templo y las contorsiones del circo. Para que esa amplitud de movimientos y alternativas pueda verificarse es necesario que en el campo de juego aparezcan momentos de comedia, explosiones de alegría y, también, episodios emotivos y dramáticos. A ese concierto de emociones y contrastes socioculturales se entregará una parte de la vida de muchas argentinas y argentinos durante los próximos treinta días.
Diego Roldán es el Doctor en Humanidades y Artes por la Universidad Nacional de Rosario. Investigador Independiente del CONICET en el Instituto de Estudios Críticos en Humanidades UNR-CONICET y del Programa Políticas, Espacios y Sociedades del Centro de Estudios Interdisciplinarios de la UNR.
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