Hace algunas columnas decíamos que estas elecciones primarias parecían encaminarse a una lucha entre el oficialismo y los cambiemitas, a menos que Javier Milei produjera una de las sorpresas más estrambóticas de nuestra historia electoral.
La sorpresa sucedió hasta el punto de que el propio Milei declaró que un muy buen desempeño de su parte implicaba rondar el 20 por ciento a nivel país, o algo más en la mejor de las hipótesis.
Seguramente, ni él mismo calculó ese fenomenal acompañamiento obtenido en distritos donde el sapo que hizo fue tan grande como las apuradísimas conclusiones de la mayoría de los analistas, capaces de darlo por perdido e, incluso, de ridiculizarlo.
No sólo los encuestadores volvieron a pasar un papelón generalizado. El mea culpa debería alcanzar a numerosos comentaristas ¿profesionales? que, como resulta obvio, nunca terminan de aprender que es inviable trasladar el resultado de elecciones provinciales al plano nacional.
Quizá no deban tenerse pretensiones de originalidad respecto de la extraordinaria votación del “libertario”.
Sería claro que estamos ante la versión actualizada del “que se vayan todos”, si es por la expresión de bronca y furia contra la “clase” política.
Pero no es seguro si, además de eso, los votantes de Milei depositan confianza plena -o siquiera fuertes convicciones- en torno a las capacidades ejecutivas del personaje.
En otras palabras, ¿lo votaron también a Presidente, o con exclusividad como vehículo del enojo?
Estas líneas, como todas las de estas horas, se escriben sobre el pucho y sin más aspiraciones que una primera impresión global. No hay tiempo para radiografías precisas, que irán decantando en los próximos días.
Sin embargo, pueden arriesgarse algunos trazados nodales.
Por ejemplo, que alrededor de un tercio del electorado se concentra en la franja de entre 18 y 30 años. Y que sería otra sorpresa si el núcleo duro de Milei no radicara en ese voto joven; mayormente masculino; de sectores ubicados entre el fondo de la pirámide o apenas un poco por encima; sin expectativas de progreso de ninguna índole; afectados por la ausencia de trabajo o ingresos estables.
Es a esa franja a la que Unión por la Patria jamás supo hablarle, tanto en lo relativo al rango de lo económico cuanto en lo inherente a factores como el de “la inseguridad” que, en la recta final de la semana pasada, se tiñó de episodios espantosos (muy probablemente usufructuados por el conjunto mayoritario del espíritu de derechas, que está lejos de ser un fenómeno local. Debe salirse de la aldea para saber contemplarlo).
No se debe aceptar que la solución esté en manos de los verdugos, desde ya. Pero sí, como también lo expresamos tras estas últimas jornadas en otros espacios, que hay un progresismo versero, inútil, academicista, que jamás le encontró la vuelta al tema de lo inseguros que vivimos en términos delictuales. Se lo copó hace rato una derecha horrible, que dispone de todo el facilismo a favor junto con vientos universales propicios.
El combo de Milei y Bullrich es una tragedia electoral para toda inclinación auténticamente progresista. Pero no cabe enojarse, sino interpretar. Y, de ser por lo electivo en términos estrictos, actuar en consecuencia.
Por lo pronto, en la noche del domingo, Milei y los cambiemitas dieron una muestra discursiva de unidad de la que UxP debiera tomar nota.
En el orden descripto, el personaje ganador habló de la “revolución liberal” en tono y fondo de alianza con la Comandante Pato. Y ésta dejó la senda abierta para el viceversa.
Carece de sentido estructural detenerse en el despelote que fue la elección porteña. Es verosímil el perjuicio a las que se confirmaron como chances de Larreta que ya estaban notablemente reducidas, con su narrativa robótica sin un gramo de carisma en elecciones bajo estado de emoción.
Sobrevive centralmente Axel Kicillof, quien logró una gran votación a pesar del cúmulo de dificultades “externas” que sufrió. Su discurso de esta noche fue excelente, aunque le haya restado impacto que leyó en vez de contar. El gobernador bonaerense se ratificó como la mejor esperanza que le cabe a la antítesis de la derecha triunfante.
Unión por la Patria deberá salir a buscar entre los indiferentes y enojados que volvieron a quedarse en su casa. Es decir: nada que no se supiera en la previa de las PASO.
Ya habrá el tiempo que ahora falta para escudriñar cómo jugaron los intendentes del conurbano de la Provincia de Buenos Aires, cuánto influyó la ausencia del ¿cristinismo? en la militancia de la precandidatura de Massa, y etcéteras de ese tipo.
Nada de lo que hoy pueda decirse altera que el corrimiento a la derecha es fenomenal. Y eso sí que no es sorpresa, excepto insistir en el consignismo vacuo de que Massa es individualmente lo mismo que Bullrich, Larreta o el propio Milei. Estaban en duda la cantidad, las proporciones, las cifras justas. No la tendencia.
Es complicado atreverse a cuánto UxP podría modificar lo que parece un destino manifiesto de derrota.
Sin ir más lejos, como si fuese poco la trompada que se le propinó, se verá el influjo que este resultado produce en la dichosa economía “macro”.
¿Cómo reaccionarán “los mercados”, el FMI, los agentes del Poder, ante este panorama que (casi) indubitablemente los favorece? ¿Cómo actuarán el dólar y, en consecuencia, los precios que ya venían disparándose?
Por lo visto, la imagen de un Massa competitivo y claramente “presidenciable” quedó lesionada.
Pero también es cierto que al ¿gran? vencedor se le abre la incógnita de cómo acertarle a la herramienta más apta para transformarse en una opción absolutamente confiable.
Si se va al centro perdería autenticidad. Y si se va más a la derecha todavía, puede crecer un sentimiento de defensa propia.
Una cosa son Primarias y otra diferente, si no distinta, primera vuelta y eventual ballottage.
En esas instancias, las locuras y locuritas interpelan a responsabilidades mayores.
Por un lado, ganar invita a querer ganar más todavía.
Por otro, habrá de comprobarse si una mayoría o primera minoría de esta sociedad está dispuesta a suicidarse por obra y gracia de su bronca enorme.
Es por ese hueco que podría colarse la intensísima actitud que el oficialismo necesita para dar vuelta una elección decisoria que le pinta horrible.