El fallecimiento de Silvina Luna avivó conversaciones en las que se cruzan la mala praxis, los cánones de belleza, la lógica del mundo del espectáculo, la violencia digital y el rol de los medios de comunicación.
Silvina Luna falleció el pasado jueves, a sus 43 años, en el Hospital Italiano del barrio porteño de Almagro, donde estaba internada desde el pasado 13 de junio. La actriz y modelo atravesó un paulatino deterioro de su salud producto de una cirugía estética realizada en 2011, en la que Aníbal Lotocki ejerció mala praxis.
En un contexto social en el que las intervenciones estéticas están más normalizadas que nunca, y la cultura del ácido hialurónico se alza entre las juventudes como un medio cada vez más habitual de afianzar la propia seguridad, el caso de Silvina shockeó al mundo mediático y avivó conversaciones en las que se cruzan la mala praxis, los cánones de belleza, la lógica del mundo del espectáculo, la violencia digital y el rol de los medios de comunicación.
La consecuencia de la intervención de Lotocki en el cuerpo de Silvina Luna fue una intoxicación de metacrilato, lo cual generó un cuadro de insuficiencia renal e hipercalcemia que empeoró hasta dejar a Silvina en terapia intensiva y acabar con su vida.
¿Quién es responsable de una muerte así? ¿Por qué existe la posibilidad de que la decisión de alguien sobre su propio cuerpo termine en fatalidad?
En primer lugar, está claro que se trata de un caso de mala praxis, y como tal, tiene un responsable directo e innegable: Lotocki. El cirujano tiene varias denuncias y Luna es la cuarta paciente que fallece tras o durante una intervención suya.
Aníbal Lotocki fue a juicio por primera vez en 2007, cuando una chica de 21 años murió después de que él le realizara una liposucción. No pudieron comprobar que la operación fuera la causa de su fallecimiento, y sobreseyeron al cirujano. Recién en febrero del 2022, Lotocki fue condenado a cuatro años de prisión y cinco de inhabilitación para ejercer, por lesiones graves, por los casos de Silvina Luna, Stefy Xipolitakis, Pamela Sosa y Gabriela Trench.
Pero el conocido como “el cirujano de los famosos” es un exponente que se beneficia económicamente de una matriz mayor. Una matriz que nos compete a todos, y que tiene que ver con las exigencias de un canon de belleza inalcanzable, que –en alianza con el protagonismo epocal de la imagen y la forma de intercambio identitario que proponen las redes sociales- influye sobre la construcción del deseo y violenta la relación que tenemos con nuestros propios cuerpos.
Una intervención u operación estética no debe ser juzgada, puesto que responde a una soberanía identitaria y corporal: habla del deseo y la libertad de construir un cuerpo en el que sentirse cómodo. En ese sentido, las decisión personal de realizarla es inapelable.
Sin embargo, detrás de ese deseo hay muchísimas determinaciones del medio social y cultural. Determinaciones que calan profundo y, mientras más terreno ganan, más poder le conceden a individuos como Lotocki, que utilizan nuestra ilusión y necesidad de aceptación para enriquecerse.
Esta trama se agudiza aún más en el mundo del espectáculo, donde la mercantilización de los cuerpos es fundamental para el funcionamiento de la maquinaria y las chances de conseguir un trabajo dependen, muchas veces, de cumplir con exigencias estéticas desbordadas.
No es casual ni arbitrario que las figuras mediáticas tengan una tendencia feroz a la intervención estética. El mundo del espectáculo utiliza los cuerpos como objetos de consumo, y en la era de la imagen y la hiper-conectividad, la demanda de ese consumo es mayor que nunca. Trabajar con la propia imagen supone o bien someterse a ese estándar o bien exponerse a altas probabilidades de recibir comentarios que harían a cualquiera sumirse en una inseguridad riesgosa.
Hoy, que no hace falta trabajar en el mundo del espectáculo para tener un perfil digital en el que uno se presenta ante el mundo y se expone a la mirada del resto, la presión por participar de los estándares de belleza es por demás incisiva. La falta de responsabilidad de quienes negocian con esta clase de necesidades o deseos es enorme. Los medios de comunicación hacen su parte perpetuando la puesta en foco sobre la apariencia de las personas y rodeando con menor o mayor sutileza el trabajo que requiere desmontar estas lógicas.