Donald Trump celebró este sábado un nuevo mitin en el pueblo de Pensilvania donde estuvo a punto de ser asesinado este verano. A un mes de las elecciones, el candidato republicano ha querido terminar el discurso que fue interrumpido por las balas de un francotirador. Esta vez ha hablado protegido por una barrera de cristal, entre otras medidas de seguridad reforzadas al máximo. Pensilvania es el más decisivo de la media docena de estados en los que se disputa la recta final de la carrera hacia la Casa Blanca, un empate que nadie se atreve a predecir cómo se deshará. Pero lo más significativo de este regreso a Butler, es que Trump se aferra a su único momento de gloria de la campaña, en el que tuvo los reflejos de reaccionar desafiante ante el intento de acabar con su vida. En los meses siguientes, no ha tenido épica ni disciplina : se ha mostrado más errático e irritable que de costumbre y ha perdido el único debate con Kamala Harris. Ha dedicado parte de su tiempo a promocionar el nuevo negocio de sus hijos de inversión en criptomonedas y ha anunciado que si gana nombrará a Elon Musk responsable de la reforma de la Administración Federal. El caprichoso billonario, presente en la jornada de Butler, se ha convertido en financiador de Trump. Jalea sus ideas a favor de las rebajas fiscales para las rentas más altas y la falta de regulación de la esfera digital. Intentar influir con las iniciativas que ha desplegado por su cuenta en Ucrania y en China. En ambos países ha combinado intuiciones adolescentes (un plan de paz improvisado y trasladado a Vladímir Putin) con el pragmatismo comercial (vender los servicios de sus satélites o sus coches eléctricos). El principal apoyo que le presta al candidato republicano, no obstante, no es con dinero ni con su política exterior particular. A Trump le beneficia el descontrol de la plataforma X , antes Twitter. Una vez adquirida por Musk se ha convertido en un basurero sin reglas, en vez de la plaza pública virtual en la que discurre el debate democrático.