En 2006, Ramón González, un niño de 12 años, fue violado, torturado y descuartizado durante un rito satánico en la localidad de Mercedes, en Corrientes. Diez personas fueron encontradas culpables por “homicidio triplemente calificado por haberse cometido con ensañamiento, alevosía y con el concurso de dos o más personas en concurso real con el delito de abuso sexual con acceso carnal y con el delito de privación ilegítima de la libertad”. Una investigación periodística de Leonardo reconstruye el crimen tejiendo una red de narcotráfico y pedofilia, con el poder político y judicial del feudalismo local como trasfondo.
Asesinan a un gurí en Mercedes, Corrientes. Al pequeño cadáver le vacían la cabeza, aparecen vestigios de magia negra, no quedan rastros de sangre. Es octubre de 2006 y la ciudad mesopotámica, muy cerca de los santuarios del gauchito Gil y del Señor de la Muerte, se sumerge en una pesadilla espeluznante.
Unos años después, el periodista de Buenos Aires Leonardo Gentile desembarca en la zona para escribir la crónica del crimen ritual de Ramón González, un preadolescente pobre que apareció decapitado al costado de las vías. Con pasión y oficio, el cronista logra acceder al expediente que está en la Justicia y lo revisa meticulosamente. Habla con los vecinos, con los investigadores del caso, con los condenados y con una testigo protegida, que vio morir al chico y pudo escapar de un destino similar.
Gentile (1969), que fue maestro semirrural, trabaja actualmente en la redacción de noticias de Telefé y pasó por, entre otras, las redacciones de los diarios El Cronista y Perfil, se dedica durante más de una década a reconstruir una historia sobrecogedora que mezcla la novela negra con la crónica de un crimen ritual y que ahora ve la luz en forma de libro bajo el título Satán de los Esteros.
Una cofradía satanista, la red que conforman el narcotráfico y la pedofilia, el poder político y judicial de la mano del feudalismo provinciano son las garras que atrapan al gurí, apodado Moná. “Esta investigación periodística profunda, que narra con el pulso de la literatura el asesinato de Ramoncito, demuestra que el mal existe y es humano”, señala la escritora Selva Almada, autora de No es un río y El viento que arrasa.
-¿Cómo llegaste a esta historia, una de las más brutales de la historia delictiva argentina, que mezcla el policial con lo esotérico?
-En 2011, estaba investigando casos de mujeres criminalizadas por sus creencias mágicas o religiosas con la idea de escribir una serie de relatos cortos. Gabriela Cerioli, una compañera del noticiero de Telefé, vio noticias del juicio contra dos mujeres a las que se acusaba de liderar un grupo que cometió un crimen ritual. Apenas me contó, pensé que esas mujeres estaban siendo juzgadas por un prejuicio religioso. Toda la historia en torno al crimen del que se las acusaba me hacía pensar en el estereotipo de bruja medieval ibérica que llegó a América en la época colonial. Empecé a averiguar y entendí que la acusación contra ellas tenía sustento jurídico. Decidí dedicarme al caso porque podía investigarlo en tiempo real, mientras se desarrollaba. No encajaba con el patrón que tenía como hipótesis, por eso se convirtió en una narración larga y en un libro independiente.
-¿Qué fue lo que más te atrapó de esta historia?
-Hubo varios elementos: la vulnerabilidad que mostraba la familia del nene asesinado, la discriminación que sufría de parte de algunos sectores mercedeños acomodados pero sobre todo la mezcla de creencias que desarrolló el grupo que llevó adelante el ritual (hay un proceso cultural muy original e interesante en su conformación en el que interviene magia negra de raíz europea, creencias populares correntinas y religión afrobrasileña) y luego el esquema de impunidad montado para encubrir a quienes pagaron por el crimen de Ramoncito.
-¿Te resultó muy compleja la reconstrucción?
-Pude acceder a documentos judiciales y policiales reservados y entrevistar a testigos que daban cuenta del accionar del grupo operativo. Sin embargo, todo se hacía más difícil cuando intentaba escalar hacia los dirigentes de la organización. Hablar con los condenados no fue fácil pero pude entrevistar a cuatro. En medio de la investigación, supe que un periodista correntino que me estaba ayudando demasiado en realidad trabajaba para funcionarios de los poderes ejecutivo y judicial de la provincia haciendo un seguimiento de todo lo que se iba a publicar sobre el caso. Lo supe por una colega de una radio correntina que había tenido que despedirlo porque filtraba información cada vez que iba a publicar un informe políticamente sensible.
-¿Sentiste miedo?
-A veces sí. Pero me daban fuerza muchos correntinos que querían que se conozca lo que sucedía. Muchos estaban amenazados, aunque no tenían miedo de contar lo que sabían, a pesar de que convivían en la misma ciudad con gente vinculada al grupo que asesinó a Ramoncito.
-¿Cómo es Mercedes?
-Viajé varias veces a Corrientes, a Curuzú Cuatiá y a Mercedes, que es una ciudad mediana como muchas del resto del país. En las tres últimas décadas, recibió una gran migración desde las áreas rurales. Llegaron muchos trabajadores del campo expulsados por la tecnificación productiva y la desertificación que produce la creación de grandes latifundios que requieren poca mano de obra. La ciudad tiene mucha gente que intenta sobrevivir cómo puede, en zonas marginales, con poca capacitación para moverse en un ámbito urbano y muchas menos oportunidades que en Buenos Aires u otras grandes ciudades. Esto favoreció el surgimiento de algunas actividades delictivas como la trata de personas, producción de pornografía infantil o narcotráfico, todas actividades de las que obtenía financiación el grupo que cometió el crimen. Muchos mercedeños tenían miedo de hablar del caso porque sabían que había gente política y económicamente poderosa vinculada a él. Un antropólogo social que intervino como forense en el caso decía: “En Mercedes, el misticismo flota en el aire”. Y eso se nota. Hay una gran cantidad de curanderos pero es importante decir que ninguna de las creencias populares induce a sus fieles a cometer crímenes rituales.
-¿Cómo organizaste tu vida para poder explorar el caso?
-Fue una investigación de largo aliento, usaba los fines de semana y algunos francos que tenía en el trabajo para viajar. A medida que iba consiguiendo partes del expediente o hacía entrevistas apareció el desafío de organizar la información. En ese momento hice un trabajo de archivo bastante importante y creé un blog cerrado en el que catalogaba la información en forma cronológica y temática: por personajes, hipótesis de investigación, relaciones entre los personajes, etc. Lo mismo hice con el material fotográfico y audiovisual que obtuve. Ese trabajo inicial rindió sus frutos a la hora de plantear la trama de la novela y organizar la escritura porque resultaba más sencillo imaginar distintas líneas narrativas a partir del material que había conseguido.
-¿Cómo era tu día a día en Mercedes?
-Había militantes sociales y de derechos humanos que estaban muy comprometidos con la difusión del caso porque conocían los vínculos que tenía el tema con grupos de poder locales y provinciales. Ellos me ayudaron mucho y me permitieron acceder a fuentes fundamentales para reconstruir lo que sucedió. Siempre me alojé en hoteles que pagué de mi bolsillo, como también hice con los viajes y lo necesario para vivir allá. Solo obtuve algunos ingresos publicando notas sobre el tema al regreso de cada viaje o cuando se producía alguna novedad importante.
-¿Cómo fue el proceso de escritura?
-Fue difícil. Me costaba mucho tomar distancia emocional de los hechos que tenía que contar. Volvía muy afectado por lo que me contaban en Mercedes y había días que no podía escribir una palabra. Empecé a hacerlo a partir de un trabajo en taller con Leopoldo Brizuela, que me permitió empezar a soltar la mano. Con él terminé la primera versión, tenía casi el triple de páginas de las que finalmente fueron publicadas. Cuando Leopoldo falleció estuve un tiempo totalmente trabado hasta que empecé a trabajar con Julián López y retomé el ritmo para mejorar la versión inicial. El proceso terminó con Selva Almada, que fue fundamental para llegar a la versión final del libro. Para mí fue muy importante el trabajo con las voces de los personajes. Especialmente con la voz de Marianita que parece estar sujeta a un código propio por el trabajo de manipulación psicológica que se hizo sobre ella y por su habla a medio camino entre el guaraní y el castellano. El otro punto que me llevó trabajo fue encontrar la medida para hablar del horror sin golpes bajos y sin regodearme en la violencia extrema. Ahí intenté apelar al recurso del fuera de cuadro y usar mucho los silencios y lo sugerido para narrar.
-¿Estás escribiendo algo nuevo?
Hace un año retomé el trabajo de investigación y escritura sobre las mujeres criminalizadas por sus creencias. Puntualmente, ahora estoy trabajando con las mujeres de pueblos originarios condenadas a la hoguera durante el período colonial. Diario Ar.