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Rosario sin secretos: a seguro ¿se lo llevaron preso?

 Llegamos al futuro. Sí. Al menos, al 21 de octubre, el día en el que en 2015, con la ayuda del “Doc” Emmett Brown, “volvió al futuro” Marty McFly, el adolescente que viajó desde 1985 a 1955 para intentar modificar su historia en una de las películas más taquilleras de la historia.

Manejar una “máquina del tiempo” o disponer del Anillo de Salomón que otorga la invisibilidad a quien lo posea, han sido los vellocinos de oro y santos grial buscados desde tiempos inmemoriales por la humanidad. Pero, ¿qué haríamos si los tuviéramos?

En esta columna nos hemos convertido en viajeros del tiempo con la comunicación puesta al servicio de la imaginación. Y eso es altamente positivo. ¡Órgano que no se usa, se atrofia! Y el cerebro, aún cuando se dice que es un músculo que tenemos que ejercitar, es un órgano maravilloso que nos permite pensar, escribir, hablar, bailar, soñar…

Pensemos, entonces, ocupándonos, no preocupándonos: 71 días por delante ¡y se termina el año!

Aunque el tiempo sea un invento del ser humano, ya arranca la locura de los finales. Que las fiestas, que los exámenes, que las vacaciones, que los balances, que la terminación de contratos, que la vida que pasa y nos apura.

En esta vertiginosa maraña de redes que nos enreda y fagocita, suministrándonos a diario sobredosis de información, proponemos detener la pelota, mirar la cancha y evaluar el juego que nos toca jugar.

Así como los psicólogos nos advierten que reconocer la enfermedad es empezar a curarla, queremos hacer un paréntesis en la búsqueda de datos históricos para encontrarnos con nuestra propia historia personal.

Y por más empatía que pongamos en cada intento social, esto de ponerse en los pies del otro, cada quien sabrá “dónde le aprieta el zapato”, porque “cada casa es un mundo”. Apelamos a los refranes populares porque el saber popular encierra todo el saber.

A pesar de todas las buenas intenciones y las películas de ciencia ficción, por ahora, el pasado no se puede modificar. El futuro es incierto, ¡sabrá Dios lo que nos sucederá mañana! Por lo tanto, lo único que importa es el aquí y el ahora, un verdadero milagro que muchas veces no valoramos en su justa medida y se convierte en un regalo cotidiano. ¿Será por eso que se denomina presente?

Ayer hablábamos de la importancia de volver al origen y hoy lo hacemos de valorar cada segundo de nuestra existencia, con nuestros afectos y sueños más queridos.

El anillo del Rey Salomón tenía, en su interior, tan sólo dos palabras: “Todo pasa”, indicándonos lo efímero de los acontecimientos, la finitud de la vida y la prioridad que hay que darle a las cosas importantes, que muchas veces lo urgente nos quita de la vista.

Lo más valioso no es lo que se compra o se vende, sino aquello que deja huella y nos trasciende, como los mismísimos mensajes de la historia que nos cuentan que, un día como hoy, en 1867, se realizó en el Rosario el primer casamiento civil del país.

Wladimir Mikielivich, ese ariano curioso por naturaleza, periodista, coleccionista, estadístico, ilustrador, diseñador y editor rosarino que vivió en 1º de Mayo entre San Luis y San Juan, en el que abrevaron muchos doctos historiadores, ya nos lo decía cuando escribía y dibujaba en La Tribuna, que fue el juez Carlos Paz quien casó a Antonia Morales y Pedro Zapata.

La invención de Nicasio Oroño del casamiento civil, protagonizó en su momento un verdadero escándalo disruptivo. No será la de Morel, que en 1940 ya nos hablaba de una máquina que anticipaba la realidad virtual, sin que se pudiese distinguir las imágenes verdaderas de las falsas (cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia…), pero se le acerca bastante en cuanto a lo que puede hacer un hombre visionario como Oroño.

Continuando con nuestro matrimonio con el patrimonio, nos despedimos hasta mañana, cantando y celebrando el aniversario del nacimiento de Úrsula Hilaria Celia de la Caridad Cruz y Alfonso (sólo muere lo que se olvida), más conocida como Celia Cruz, la cubana que popularizó aquello de “todo aquel que piense que la vida es desigual, tiene que saber que no es así, que la vida es una hermosura, ¡hay que vivirla!”.

Y ya que estamos, “por cuatro días locos que vamos a vivir”, memoramos al inefable Rodolfo Sciamarella con aquella canción popular. Después de todo, ya lo dicen los científicos, cantar ayuda a liberar endorfinas y fortalece nuestro sistema inmunitario.

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