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Rosario sin secretos: cerrado por duelo

 

A pesar del espléndido sol de este sábado vital y movilizador, una sombra enluta el corazón urbano, sin remedio, y nos paraliza por momentos al conocer noticias como las partidas de Andrea Fiorino y Rubén Héctor «Droopy» Faiola.

Andrea, ¡decinos, por favor, que es una de tus tantas bromas!

Droopy, ¡dale, enganchá un vinilo más para que sigamos bailando! ¡Una más y no jodemos más!

Pero no… Estos deseos son “Sueño de una noche de verano”, aquella obra que Andrea Fiorino, la Niní Marshall rosarina, protagonizó en el Parque de la Independencia cuando descubrió su talento histriónico que jamás abandonó.

Porque lejos de cumplir esa sentencia que dirigió “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto” necesitamos hablar, escribir, para alivianar la pena de la ausencia.

Droopy… ¡A cuántos hizo sentir vivos en su juventud y luego en su madurez, seleccionando y pasando la música que despierta los sentidos!

Desencarnaron, pero estarán para siempre en el corazón de quienes los conocieron y disfrutaron. Tranquiliza saber que vinieron al mundo y lo dejaron, felices, haciendo los que les gustaba y ganándose la vida con ello.

Rosarinos, ¡reconozcamos a nuestros artistas! ¡No los expulsemos! ¡Que no tengan que irse a Buenos Aires para decir “son de acá”! ¡Somos una cuna tan prolífera de talentos!

Estamos tristes, en nuestro egoísmo, porque los perdimos. Pero ellos quieren, así lo demostraron con coherencia a lo largo de toda su vida, que sonriamos y bailemos.

Parece un oxímoron, pero a la muerte también podemos encontrarle un lado positivo.

A pesar del cachetazo inicial que nos afecta, paraliza y desgarra, nos invita a reflexionar sobre la vida, ese espacio de tiempo finito y breve del que disponemos los humanos y que muchas veces dilapidamos en tonterías o atendiendo lo urgente que nos saca de vista lo importante. Cuando nos ahogamos en un vaso de agua mientras tenemos en derredor cosas verdaderamente importantes, que no se compran ni se venden, se ganan.

Bien dicen que la mortaja viene sin bolsillos, que nada nos llevamos, que nacimos desnudos y nos vamos vestidos sólo para estar presentables a la vista de los demás, que somos tan grandes como el recuerdo que sepamos dejar en los que quedan, el afecto que podemos recibir y dar, sobre todo dar, mientras estamos vivos.

Por eso, gracias Andrea, Droopy. La vida sigue, el show debe continuar, ojalá todos podamos ser protagonistas estelares, no sólo espectadores, de la obra de nuestras propias vidas.



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