Por Graciela Molina
Corría 1764 cuando el 20 de noviembre la ilustre visita llegada desde el Buenos Ayres ordenó se abriera un nuevo libro de bautismos, foliado, y con la colocación, al margen de cada hoja, del nombre de los bautizados.
Sin dudas, utilísimos cárdex que permitieron el registro de los primeros habitantes, de inestimable ayuda para las investigaciones genealógicas e históricas y las de aquellos curiosos que nos agrada bucear en el pasado a la pesca de los orígenes, fuente de toda existencia.
Así fue como, un día como hoy, 260 años atrás, el prelado Manuel Antonio de la Torre dio confirmaciones colectivas “siendo padrino para los varones el capitán D. Juan Gómez Recio y para las hembras (sic), su esposa, Da. Isabel Monzón, vecinos de este partido de los Arroyos”.
Por lo visto, podemos conocer, gracias a la recolección de datos del inefable Eudoro Carrasco en sus Anales, los hombres eran “varones”, no machos, y las féminas, “hembras”, no mujeres.
Es menester ubicarse en el tiempo y el espacio para advertir “cuánta agua ha pasado bajo el puente” en materia de género, tema este, sin dudas, con “mucha tela para cortar”.
Este Juan Gómez Recio tenía entre sus ancestros, del que recibió también igual nombre, al «moreno, barbinegro, mediano de cuerpo y con un lunar en el lado izquierdo», Juan Gómez Recio “El Viejo”, nacido en Villa del Portillo, Obispado de Valladolid, España, que se casó con Bartolina González de Vallejos, Juana Féliz de Velasco, Juana Díaz Galindo y Juana de Villagra y Aparicio, y tuvo muchos hijos.
¡Había que poblar estos vastos territorios! No pudimos corroborar si se trata de cuatro mujeres distintas, fue viudo varias veces (solían morirse en el parto con frecuencia), era polígamo o los escribientes incurrían en errores al anotar sus nombres.
Lo que sí está muy claro es que su descripción física consta en el Expediente Nº 5388 de información y licencia de pasajeros a Indias de Domingo Fuentes de Taboada, de mayo de 1624, escrito ¡hace apenas 400 años!
Un año antes de la confirmación colectiva del obispo porteño, esta villa había tenido su, probablemente, primer pleito vecinal. Barreiro, el portugués, tenía una quinta en la calle Real (Buenos Aires) entre las de Rioja y San Juan, y no había tenido mejor idea que cavar una gran zanja a su alrededor, tal vez como medida de protección al estilo de los fosos circundantes de castillos medievales.
Esto impedía el acceso a la Capilla y podía provocar lagunas cuando llovía. Los vecinos más importantes, entre los que se hallaba el padrino de la confirmación colectiva, se presentaron ante el teniente gobernador y de justicia mayor, Francisco Antonio de Vera y Mujica, demandando a Barreiro e iniciando un pleito en Santa Fe que está archivado en el Tomo 30 de expedientes civiles.
Pedro Manuel de Arismendi se ocupó de la inspección territorial y en un juicio que culminó cuatro años después, se resolvió a favor de los vecinos mandando cerrar la zanja abierta y desterrando al portugués Barreiro de la América española, “en virtud de las Leyes de Indias que prohibían a los extranjeros habitar en los dominios del Rey de España”
Y como esta página nos permite jugar con la imaginación y trasladarnos en el tiempo y el espacio cual si estuviéramos en un DeLorean, nos vamos a 1851 y nos encontramos frente a un Rosario con 4.000 habitantes.
¿Qué aparece ante nuestros ojos? Una división del Ejército de Rosas al mando del coronel Serrano, que tiene que afrontar la rebelión del alférez Pacheco que se hace cargo de las fuerzas.
Otras tropas responden también al poder de Buenos Aires. La comandada por el coronel Martín Isidoro de Santa Coloma y Lezica, al que los unitarios llamaban “el carnicero de San Lorenzo”, que ya estaba saliendo de la todavía Ilustre y Fiel Villa tras abandonar su casa en Santa Fe y Comercio (Laprida).
Pacheco lo persigue y pierde la vida en una batalla a la que se enfrenta con Santa Coloma, quien continúa replegándose hasta Buenos Aires convocado por Rosas y presionado por el Ejército Grande de Urquiza que avanzaba con Sarmiento como agente de prensa y daría, en la casa que habitaba Santa Coloma de la que tomó posesión, la primera hoja impresa con la imprenta móvil que trajera desde su exilio en Chile.
Los tiempos estaban preparando el futuro cambio de nomenclatura para la calle Mensagerías…