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Rosario Sin Secretos: Julián Navarro, un soldado con sotana

 

Lola Mora, la primera escultora argentina de América, eternizó su figura en uno de los bloques que están esperando mejor escenario en la fuente -sin agua y sin luces- emplazada en el Pasaje Juramento, que completa el conjunto arquitectónico, único en el mundo, de un monumento a su Bandera.

Eduardo Barnes también lo cinceló y acercó a Catalina Echevarría cuando ella tenía en sus manos la flamante confección de las Damas Rosarinas, con telas, probablemente, de la pulpería y Almacén de Ramos Generales de su padre putativo, Pedro Tuella y Montpesar, el primer historiógrafo de nuestra incipiente aldea.

Embanderados con la historia, recordamos a Julián Navarro en Rosario Sin Secretos porque, un día como hoy, en 1808, es nombrado cura párroco en la Capilla del Rosario del Pago de los Arroyos, en reemplazo de quien estuvo a cargo de la misma, el maestro Francisco Javier Argerich, uno de los 17 hermanos del médico y militar Cosme y Mariano Argerich, que también tuvo lo suyo en la Revolución de 1810 y participó de la Asamblea del Año XIII.

Navarro, que el 3 de febrero de 1813 sumó su voluntad y apoyo incondicional al Regimiento de Granaderos al mando de José Francisco de San Martín, quien destacó sus virtudes en los partes elevados por ser quien valientemente asistió física y espiritualmente a los soldados en la batalla de San Lorenzo, no fue traslado “inocentemente” a Rosario. Estaba en su alma la fuerza del espíritu de independencia y hasta se lo consideró un “cura guerrillero” por toda la pasión que le puso a la defensa de la Soberanía nacional.

Hay historiadores que aseguran que, con la lectura de los avisos parroquiales, leía extractos de la Gazeta de los Buenos Ayres de Mariano Moreno, para encender, por esos pagos, el fuego revolucionario de la Patria naciente.

Claro que la capilla era, por entonces, un humilde templo de adobe y paja y no el magnífico exponente arquitectónico que hoy encontramos en Buenos Aires al 800 y que atesora, en el Camarín de la Virgen, la misma imagen que vio Belgrano con sus propios ojos.

Fue la firma porteña del catalán Amadeo Vilella y el francés Henry Thomas (autor también este último de los vitrales de la parroquia de María Auxiliadora, de Presidente Roca y Salta), la encargada de realizar la orden del diseñador italiano Francesco Stella: el bello vitral que corona la artísticamente tallada puerta cancel de la Catedral al que llamaron “Creación y Bendición de la Bandera Nacional en la Batería Libertad”. Así lo confirman los impresos publicados en 1925, el año del Bicentenario, cuando se inauguró el Camarín de la Virgen. Aún así, hay historiadores que sostienen que la Bandera ¡no fue bendecida en Rosario! Poco conocen a Belgrano para asegurar esto, un ferviente mariano y devoto creyente que pidió ser enterrado con el hábito dominicano.

Cuenta la página web del Monumento: “En la representación artística de aquel día plasmada en ese vitral, la enseña patria se revela en lo más alto del mástil, con las características actuales del emblema nacional, ocupando el centro compositivo de la escena. Según el mismo Manuel Belgrano, se desarrolla históricamente en la batería de la barranca, la designada Libertad, y aún en construcción, tal como se evidencia por los elementos y herramientas visibles en un ángulo de la obra. Mientras en el desarrollo de la imagen, de un lado se encuentran los patricios de pie y a caballo, con su jefe al mando, y en el fondo una división de lanceros, todos formados en armas, elevada al resonar del tamboril; del otro, el cura imparte su bendición teniendo a su derecha al monaguillo, quien porta la cruz procesional y al regimiento de Pardos y Morenos, rindiendo honor con sus fusiles y bayonetas caladas, y mezclados con el pueblo de Rosario”.

Ese era “nuestro” Julián Navarro que un día como hoy recibía la noticia de su nombramiento y traslado. Sin dudas que fue un movimiento político pensado especialmente para acompañar la pasión de Belgrano y los vientos de la emancipación.

Era tal su carácter combativo que un buen día le negó asiento en la capilla al propio alcalde de la ciudad, Isidoro Noguera, por considerarlo enemigo de la gesta de Mayo. El funcionario lo denunció de inmediato a la Real Audiencia para que le aplicaran una sanción.

Nos podemos imaginar la cara de Noguera al enterarse del informe del comandante militar de la región, Vicente Lima, cuando escribió: “debo decir en honor a la verdad, que la mayor parte y los más pudientes de los europeos de este pueblo, que son los contrarios al cura, son tan enemigos de éste como de la Patria, por consiguiente no es extraño que procuren hacer cuanto mal puedan a todo patricio”, y añadió: “según lo tengo observado e informándome de su conducta pública, son falsas las imputaciones que se le hacen”.

“¡Chupate esa mandarina!”, diría el criollo que advertía a esta iglesia como “una de las mejores y más bien atendidas”, donde todos los días festivos Navarro “les predica doctrina y exhorta a los feligreses sobre el interés que deben tomar en la causa justa que defendemos”.

Este fervoroso orador, un verdadero soldado con sotana, fue sacerdote en San Isidro en 1814, y en el año de la Independencia, 1816, se lució en la Catedral de Buenos Aires ante Juan Martín de Pueyrredón, quien lo designaría como capellán castrense para acompañar al libertador en la campaña de los Andes, sumando su cruz al brillo de la espada del Gran Capitán.

Dos años después, impactado por sus palabras en homenaje a los patriotas caídos en la batalla de Maipú, Bernardo O’Higgins Riquelme lo elegiría como rector del Seminario de Santiago y Canónico de la catedral de Santiago de Chile.

Este apasionado sacerdote y patriota sólo fue vencido por los años, pero permanece, enaltecido y vivo, entre quienes amamos y difundimos los orígenes del Rosario.

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