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Rosario Sin Secretos: la historia de Luis, el primer “dueño” de Rosario

 

Trescientos treinta y cinco años atrás, exactamente el 27 de diciembre de 1689, el cordobés Luis Romero de Pineda pidió ser puesto en posesión de las tierras que le había otorgado cuatro meses atrás el gobernador general y capitán de las Provincias del Río de la Plata José de Herrera y Sotomayor en nombre y representación de Su Majestad, la corona española.

¡Qué fácil es ser generoso con el bolsillo ajeno, diría mi amiga Rosa Río!

Las tierras, que ya tenían dueño aunque no poseyeran escrituras, las constituían, a estar del relato de César Carrizo en su obra Imagen y jerarquía de Rosario, «un predio de una vasta extensión de cinco leguas sobre las barrancas del Paraná por seis leguas de fondo hacia tierra firme».

El “terrenito” entregado con un título “por los servicios prestados” a este soldado que enfrentó a querandíes y charrúas y colaboró en el traslado de Santa Fe la vieja hasta su nueva ubicación, comprendía todo lo que había desde el antiguo paraje y arroyo llamado De las Salinas (hoy Ludueña) hasta el que denominaban De la Matanza (hoy Arroyo Seco), de frente al río Paraná y teniendo como fondo “todo lo que estuviese vacío”.

¿Pueden imaginarlo? Aguadas, lagunas, montes, las tierras que quisiera para poder fundar estancia y considerar el vasto territorio como “cosa propia”.

Romero de Pineda llevaba 38 años de casados con Antonia Álvarez de la Vega, a quien desposó en Santa Fe, el 17 de abril de 1651, que ya le había dado dos “chancletas” (como se decía antes a las hijas mujeres), Francisca y Juana, las que recibieron luego como herencia lo que hoy es nuestra ciudad, porque parece que don Luis ni siquiera llegó a disfrutar del terruño ya que falleció en su fastuosa casa de Santa Fe, donde vivía, el 25 de octubre de 1695, según señala el trabajo genealógico del Family Search, mientras que otros autores marcan como fecha de su deceso, el 17 de mayo.

En lo que sí coinciden los historiadores es que, al poco tiempo, le siguió su esposa al otro plano, dejando a las hijas, bien casadas. Una con Cristóbal González Recio y la otra con Juan Gómez Recio, hermanos entre sí, así que se convirtieron en tíos por partida doble.

«Concédele la merced real para el ilustre capitán de caballos, sus hijos y descendientes por sus méritos y servicios y por ser hijo, nieto y bisnieto de los primeros conquistadores y pobladores de estas tierras -refiriéndose a la ciudad del puerto de Buenos Aires- y así mismo por ser noble y casado con mujer de igual calidad».

Así decía el papel en cuestión que le otorgaba las tierras firmado por José Herrera y Sotomayor.

Pero el día que se le otorgó la posesión fue un 27 de diciembre, cuando Agustín Gómez Recio de Villagrán, comisionado por Juan Gómez Recio (como de costumbre, todo queda en familia, suele apuntar mi amiga Rosa), se levantara la vara alta de la Real Justicia y se cumpliera el encargo con acta formal y todo: «en este paraje de Saladillo, jurisdicción de esta ciudad de Santa Fe de la Veracruz, como a veintiocho leguas, de la dicha ciudad de Santa Fe, cae entre medio del paraje que llaman de Salinas y Matanzas, di posesión al capitán Luis Romero de Pineda de las tierras referidas, y lo cogí por la mano, y lo metí en posesión real y actual jure domine bel quasi de dichas tierras, de día claro, como a las cuatro de la tarde, en concurso de gente…”

Esa gente, que fungió como testigos, eran cuatro y dos de ellos rubricaron el acta, Juan Montero y Pascual Ramírez.

Eso sí, al recibir la generosa donación, Luis Romero de Pineda tenía que cumplir con el compromiso de “recorrer la tierra y defender el camino en tránsito trazado por los conquistadores que unía Buenos Aires con el interior y pasando por las inmediaciones de lo que se llamaría Pago de los Arroyos, guardia permanente de estos caminos”.

Una especie de concesión de peaje y control del poderío español. Nada nuevo bajo el sol…

¿Cómo no se iba a llamar Pago de los Arroyos si estaba profusamente regado por tantos cursos de agua? Blanco, Ludueña, Saladillo, Frías, Del Medio, Ramallo. Lo que hacía de estas tierras solares feraces y magníficos para la cría y multiplicación de ganado salvaje.

La Naturaleza hacía lo suyo y Romero de Pineda la hacía suya, con aquel mandato castizo de proveer al hogar mientras la mujer dedicaba su vida a las devociones religiosas y al cuidado y crianza de las hijas blancas, viviendo en la soberbia casona de Santa Fe de la Vera Cruz, con indios, mestizos y mulatos como servidumbre.

Él, mientras tanto, establecía comercio con otras regiones, ya sea a través de embarcaciones por el Paraná, hacia Paraguay o Buenos Ayres, o por medio de tropas de carretas y mulas que se internaban por las tortuosas huellas del interior, levantando un poderoso imperio, desde su estancia en el Saladillo, sin dejar de atender la imponente propiedad de Santa Fe y a su esposa e hijas, a quienes procuraba las mejores sedas, abanicos, libros, platería o lienzos de algodón que adquiría a otras carretas que pasaban por el Camino Real (hoy calle Buenos Aires).

Fue su propio nieto, Domingo Gómez Recio, quien fundó el Oratorio de la Concepción de los Arroyos, en devoción a Nuestra Señora de la Santísima Concepción, imagen que luego fuera trocada por la del Rosario, que finalmente nos dio el nombre como ciudad.

¡Qué mensaje nos tira la historia! Rosario no tuvo fundador, ni fecha de fundación y hasta nos quitaron la Concepción! ¿Cómo no ser hijos de nuestro propio esfuerzo? ¡Master en resiliencia tenemos!

Pero eso sí. Para los historiadores que piden papeles y no confían demasiado en la tradición oral y los mitos, que nacen de creaciones populares, lo que consta en actas es que el Cabildo de Santa Fe nombra en 1725 a la primera autoridad: Fue Francisco de Frías, varias veces Alcalde de la Hermandad del Pago de los Arroyos que murió y fue enterrado “de limosna”.

Un verdadero ejemplo de político honesto y sin ambiciones personales. Al menos una calle del barrio Las Flores, cerca del Club Atlético San Roque, en el sur profundo lo recuerda.

Si tenemos en cuenta que el Cabildo Eclesiástico creó el Curato del Pago de los Arroyos y nombró al clérigo ordenado en Chuquisaca en 1724, Ambrosio de Alzugaray, como párroco y primer maestro en 1730, sin dudas tenemos cinco años por delante para festejar, no sólo el Tricentenario, sino el quinquenio que se convirtió en la matriz de nuestra amada ciudad.

Alzugaray, descendiente directo de Luis Romero de Pineda, fue quien ubicó en el oratorio la imagen de la Virgen del Rosario, comenzando entonces a ser conocido nuestro terruño como capilla del Rosario del Pago de los Arroyos de Santa Fe de la Vera Cruz.Con el tiempo, simple y orgullosamente, Rosario.

 

 

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