¿Cuántos de nosotros sabemos que Rosario estrenó cine en esta ciudad y, en consecuencia, podemos considerarnos su cuna en Sudamérica?
Lo supimos al escribir el Libro de Oro de los Cien Años del Sagrado Corazón, en el 2000, tras la investigación acerca de todo lo que venía de Francia, igual que los hermanos Bayoneses que llegaron desde Betharram, Francia, a inspiración de un santo, Miguel de Garicoïts, fundando en Buenos Aires el Colegio San José y el magnífico establecimiento educativo ubicado en la manzana comprendida entre Mendoza, Moreno, 3 de Febrero y Dorrego, en Rosario.
La aventura “de película”, sucedió a fines de 1898, apenas unos años después de que los hermanos Auguste Marie Louis Nicolás y Louis Jean Lumiere, con la inestimable ayuda de Jules Carpentier, inventaron el cinematógrafo en Francia.
Ubicado en lo que ahora ocupa la entrada de la Galería Independencia, por calle Rioja al 1100, entre las que alguna vez se llamaron Libertad (Sarmiento) y Progreso (Mitre) llegó al Rosario de 1898 de la mano del francés Henry Magerans, y se llamó Cinematógrafo Lumiere, en honor a los orígenes.
Que nuestra ciudad, con el correr de los años, haya sido la meca de la cinematografía en Sudamérica, no sólo por la cantidad de salas de excelencia que existieron simultáneamente tanto en el centro como en los barrios, sino porque aquí se fabricaban elementos de toda índole a nivel industrial para todo el país, será materia de otros Rosario Sin Secretos o de entrevistas a Sidney Paralieu o Juan Carlos Moreno, el hombre que llegó a vecinales, clubes, parroquias y hasta heladerías, llevando -primero en una motoneta y luego en un utilitario, con los carteles publicitarios incluidos- el cine ambulante que recorrió la ciudad para delicia de niños y adultos de otros tiempos.
Sin dudas, ¡maestros en lo suyo!
Y ya que hablamos de maestros, un día como hoy, en 1881, bajo la dirección de Isabel B. de Coodlige, una de las 75 valientes que trajera Sarmiento de Estados Unidos para poner en práctica su plan educacional, egresaron las primeras maestras de la Escuela Normal Nº 1 (¡entre ellas estaba la inefable Juana Elena Blanco!) que arrancó su existencia en una sede de Tucumán al 1300, hoy una cuadra llena de edificios, comercios, playa de estacionamiento, centro cultural y hasta una estación de servicio.
En la ubicación actual de la plaza Santa Rosa, inauguró el hermoso edificio recién en 1897 y, desde 1914 lleva el nombre de “Nicolás Avellaneda”. De la saga de escuelas nacionales que pasaron a la órbita provincial ahora lleva el Nº 34.
El telegrama recibido de quien decretó su existencia, Avellaneda, decía: “Inaugurar una escuela es hacer un llamamiento a todos los poderes del bien, y siendo el acto más benéfico es al mismo tiempo el más solemne, porque importa ponerse como nunca en presencia del porvenir.
“¿Quién podrá decir cuánto influirá en la suerte humana un solo niño que se educa, si al hacerse hombre, piensa como Newton, gobierna como Washington o inventa como Fulton?
“Asisto con ustedes a la majestuosa ceremonia y pido al Sr. Obispo de Cuyo que la termine, dejando caer sus bendiciones sobre el nuevo edificio para que quede santificado como un templo, y las extienda enseguida sobre la cuna del niño, sobre la tierna solicitud de la madre, sobre los campos y sus cosechas, sobre nuestro pueblo y sus destinos!”
Como un templo de la educación quedó para siempre santificado, egresando de allí incontables maestras de la mano de las “teachers” norteamericanas, muchas de las cuales descansan en paz en el cementerio de Disidentes de la ciudad, información compilada en abundante material histórico producido por Ernesto Ciunne y Luis Blotta, uno de los tantos nietos del inefable escultor calabrés aquerenciado en Rosario, Erminio, que tantos bustos tiene diseminado en la ciudad y que, a pesar de haber quedado ciego de un ojo a los 24 años, realizó maravillosas obras que perduran en múltiples lugares de la ciudad.