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Se cumplen treinta años del femicidio de María Soledad Morales

A un año, a los nueve años y también ahora, cuando se cumplen 30 años, Ada Rizzardo, la madre de María Soledad Morales, repite lo mismo de siempre, en cada diálogo con Página/12: “No quiero ser un símbolo, sólo quiero ser una mamá que siempre se ocupó de sus hijos”. Muy a su pesar, Ada sigue siendo un símbolo de la lucha por la justicia, cuando este martes se cumplan tres décadas del femicidio de su hija --la segunda de siete hermanos--, ocurrido el 8 de septiembre de 1990 en Catamarca, cuando todavía el agravante por violencia de género no se había incorporado al texto del Código Penal.


Ada, junto con la monja Martha Pelloni y algunas ex compañeras del colegio Del Carmen y San José, al que concurría la joven de 17 años asesinada en Catamarca, participarán de una serie de homenajes en su memoria. La mamá de María Soledad recuerda hoy que junto con su esposo, Elías Morales, fallecido en agosto de 2016, en todos estos años tuvieron que “aprender a convivir con el dolor”. A pesar de su lucha permanente, sólo pudieron conseguir de la Justicia las condenas de Guillermo Luque, a 21 años de prisión, y de Luis Tula, a 9 años, como únicos responsables de la violación seguida de muerte de la joven, de la que participaron otros hombres que quedaron impunes.


Su fe religiosa la ayuda a pensar que “ahora mi hija no está tan sola, está con su papá, al que tanto quería”, pero también cree que “ninguno de los dos puede descansar en paz porque nunca se hizo la justicia que merecíamos”. Agrega que “los dos se tuvieron que ir con las manos vacías”. Luego aclara, como si hiciera falta, que ella no olvida: “Ninguna mamá, en ningún lugar del mundo, puede olvidarse de una hija, de un hijo. Es imposible”.

Recuerda que con Elías “hemos luchado mucho para que se hiciera justicia, pero apenas conseguimos un poquito, nada más, porque tendría que haber sido mucho más”. En el segundo juicio oral por el Caso María Soledad, hubo esas dos condenas, pero nunca fueron sancionados los responsables de delitos de “falso testimonio”, de “encubrimiento” y tampoco otros sospechosos de haber participado en la violación seguida de muerte que sufrió la joven que estaba cursando el quinto año del colegio secundario y que soñaba con ser maestra jardinera.

“Todos los que la lastimaron, la violaron, la golpearon, tendrían que haber pagado, pero no lo hicieron”, repite igual que el primer día, desde hace treinta años. Ella afirma que a su hija la mataron “dos veces”, porque primero fue “su muerte física y luego la volvieron a matar cuando la calumniaron y la injuriaron”. Desde este lunes y hasta el jueves, se realizará la Semana de María Soledad, organizada por la Red Infancia Robada- Foro Catamarca. Se harán charlas y misas difundidas por zoom, y también se instalarán bancos de color rojo en espacios verdes, para denunciar en forma simbólica los femicidios ocurridos en todo el país.

María Soledad Morales fue asesinada el 8 de septiembre de 1990 y su cuerpo apareció dos días después en el Parque Daza de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca. En el segundo juicio se dio por probado que había sido drogada, violada y asesinada. Dos fueron los condenados, pero se supone que fueron más hombres los que participaron de un crimen que conmocionó al país y que provocó la caída del entonces gobernador de la provincia, Ramón Saadi.

La noche del viernes 7 de septiembre de 1990, la joven pidió permiso a sus padres para ir a la disco Le Feu Rouge, donde se hacía una velada para recaudar fondos para el viaje de egresados. Cerca de las tres de la mañana del sábado 8, Luis Tula la pasó a buscar para ir juntos a otro boliche, Clivus. Tula era un hombre adulto y casado. Luego de estar en Clivus, Tula llevó a María Soledad a una “fiesta” en la que había otros hombres jóvenes, hijos del entonces jefe de la Policía de Catamarca, Miguel Angel Ferreyra, y parientes del gobernador Saadi, entre otros personajes conocidos entonces como “los hijos del poder”.

El cuerpo de la joven fue hallado el lunes 10 de octubre, a las nueve y media de la mañana, en una zona conocida como Parque Daza, a siete kilómetros de la ciudad. Se comprobó que el cuerpo había sido lavado para borrar las huellas de los responsables de la violación seguida de muerte.

Un colectivero declaró haber visto cómo tres hombres arrojaban el cuerpo en ese lugar. Nunca se supo la identidad de ninguno de ellos. Al cadáver le habían arrancado parte del cabello, las orejas y un ojo. El primer juicio oral se hizo en 1997, pero fue suspendido cuando las cámaras de la televisión nacional registraron los gestos que realizaba uno de los miembros del tribunal, Juan Carlos Sampayo. El segundo juicio finalizó el 27 de febrero de 1998, con las condenas de Luque y Tula. El tribunal ordenó investigar el encubrimiento, pero la causa prescribió sin condenas.

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