El 12 de junio Juan Chico, Qom, se fue hacia el Gran Espíritu. Así sintió y nos anticipó un hermano Wichí. Víctima del Covid-19, así que de la feroz depredación del ambiente que principió con la invasión euro-occidental.
Juan, el joven que recorría Colonia Aborigen (Chaco) en bicicleta y a pie con Mario Fernández, Qom también, logrando los testimonios de sus ancianos que por años guardaban la palabra de lo que habían visto, escuchado, sufrido en la Masacre de Napalpí en 1924. Juan quien publicó, con Mario, el fruto de ese trabajo al que llamaron “Napalpi. La voz de la sangre”, “Napa’lpi. Ltaxayaxac yi ntago’q” porque ellos eran la voz de la sangre de sus ancestros masacrados y allí estaban, dijo, para exigir justicia en su lugar.
Juan, quien quitó el retrato de Domingo F. Sarmiento y lo reemplazó por el de la Cacica Dominga, moqoit, en esa escuela de Colonia Aborigen en una acción decidida, firme, reparadora de la dignidad. Juan, que en esa escuela escuchaba a los ancianos pilagá que les hablaban a los jóvenes sobre la Matanza de Rincón Bomba en Formosa, y les transmitían el mandato: “Escriban, escriban. Ustedes son los que tienen que prepararse y escribir nuestra historia”.
Juan, quien viajó incansablemente con sus hermanos indígenas y con aliadas y aliados criollos, buscando más testimonios, investigando, trabajando ardua y artesanalmente para saber quiénes, cuántos de cuál pueblo, fueron las y los masacrados en Napalpí. Juan, que con ello contribuía de manera notable a la investigación en el fuero federal para pedir la sustanciación de un Juicio por la Verdad. La Verdad, la Memoria y la Justicia, y para demostrar la responsabilidad del Estado argentino.
Juan, el investigador de la historia de los Qom que lucharon en Malvinas, y otro libro entonces sobre esos ex-combatientes. Para disputar memoria, para construir una que nos cobije a todxs, sobre todo que no olvide a nadie.
Juan, quien se afanaba porque esta otra escritura de la historia se difundiera en las escuelas, estuviera en las bibliotecas, y docentes y alumnxs la hicieran suya.
Juan, el que nos hizo ver que lxs primerxs desaparecidxs de este territorio fueron lxs indígenas capturadxs, de los que nunca más se supo, durante las invasiones militares del sur y del norte. Juan, quien nos ayudó a entender y clamar que ‘un genocidio, todos los genocidios’. Juan, quien nos ayudó a comprender tan profundamente que crímenes de lesa humanidad son todos, los cometidos en la dictadura cívico-militar de 1976-1983 como los de Napalpí, Rincón Bomba, El Zapallar. Y siguen los nombres, las fechas, las víctimas y los victimarios.
Juan, el promotor del Cine Indígena y de los festivales anuales. Juan maestro, Juan poeta, Juan amigo. Juan el Guerrero. Del linaje de guerreros del Pueblo Qom. De los que supo usar las armas de esta época: el discurso, la escritura de la historia, la ley. La palabra, incansable e intensa. Los cargos que la estructura del Estado ofrecía y él tomaba cuando servían como trincheras en el combate. Juan y su relación con la academia, con la universidad, cuando ella brindaba datos y aliadas y aliados para ganar terreno, para conseguir pruebas, para seguir sin parar.
El mundo es un poquito mejor, no tengo dudas, luego que Juan lo atravesó en esta dimensión. Cumplió intensamente la misión para la que vino y dejó su estela. Para que sigamos la urdimbre, la que se venía tejiendo antes de él. El usó otros colores, los justos para este su y nuestro tiempo.
Lo estamos llorando, entendiendo y aceptando. Aceptando quizá que la vida y la muerte se entrelazan. Que Juan nos acompaña y que lo acompañamos de modo diferente ahora. Que nos va a hacer falta en la trinchera, sí. Pero que con sus colores y los nuestros continuamos. Incansables. Convencidxs. Otrxs vendrán luego porque el camino es muy largo, los tonos y las melodías infinitas, y las luchas y las risas son de muchísimxs Juanes y Juanas. Así que acá nos abrazamos en la congoja, el desamparo, la esperanza y el cobijo. Aquí seguimos pues.