Política

Sinceramente en crisis

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Si hay algo que se espera de la dirigencia política es transparencia y sinceridad, que de hecho lo primero es Ley Constitucional en nuestro carácter de República. La sinceridad, en cambio, más bien es un valor o una virtud basada en la ética, la moral o, si se quiere, en la buena fe. Desde que el actual presidente, Mauricio Macri, comenzó a preparar el terreno de su carrera presidencial, puso en cuestión la presunta falta de transparencia en el gobierno anterior. Fue entonces que el discurso viró hacia “las mentiras del INDEC”, la corrupción de funcionarios kirchneristas, el gasto público desmesurado, entre otras cuestiones que Cambiemos vendría a salvar. El discurso liberal de la transparencia y la política naïve fue, sin dudas, comprado por la gente – que se daría cuenta, tarde, que le habían vendido pescado podrido.

 

 

Unas semanas después de haber asumido el nuevo gobierno, el Jefe de Gabinete, Marcos Peña, se presentó en conferencia de prensa diciendo que en realidad las cosas no estaban “tan mal como habíamos pensado”, en alusión a las incipientes auditorías que habían hecho sobre las cajas del Estado. Aun así, en los primeros meses de gestión en 2016, comenzaron a aplicar tarifazos en los servicios y transporte públicos - tarifas que hasta el día de hoy siempre fueron incrementándose. Cuando el pueblo reaccionó a los aumentos que proponía el Gobierno Nacional, desde la Casa Rosada comenzaron a elaborar el discurso de la “pesada herencia” como argumento imbatible del ajuste que tenían preparado.

 

 

Una de las primeras medidas que tomó fue intervenir el INDEC, que ahora mostraría datos y estadísticas “reales”. El gobierno estaba dispuesto a mostrarse transparente y sincero, pero sobre todo, eficaz. Sin embargo, se topó con la dura realidad de que la inflación no es una materia fácil de abordar, de hecho hace poco Mauricio Macri dijo en una conferencia de prensa que “domar la inflación no es tan fácil” como pensaba. Y al contrario de lo que haría cualquier dirigente político responsable y con criterio, sigue tomando medidas que no hacen más que disparar los índices inflacionarios y achicar, cada vez más, el poder adquisitivo de los argentinos – quienes se han dado cuenta, tarde, que “el mejor equipo de los últimos 50 años” en realidad no lo es, y que tampoco tiene la intención de sacar al país de la crisis en que lo ha sumido.

 

 

Es que no se sale de una crisis tomando deuda externa en los niveles que el gobierno lo ha hecho, ni tampoco despidiendo masivamente a trabajadores del Estado – más de 500 en las últimas semanas entre Télam y la Central Nuclear de Atucha -, ni recortando un 53 por ciento las asignaciones universales (AUH). La liberación del dólar y la apertura de importaciones de igual modo no cooperaron en el crecimiento del país, por el contrario, se ha desplomado la competitividad del mercado interno, con el cierre de fábricas y Pymes, como así también ha caído significativamente el consumo de la canasta básica, de los combustibles y de otros insumos esenciales. Entonces, y más allá de la sinceridad y transparencia del gobierno nacional, ¿qué tan capaz es de resolver los problemas que enfrenta la Argentina?

 

 

“Hace unas semanas, la economía hizo frente a una tormenta debido a la volatilidad externa y a algunos factores domésticos” fue lo que dijo el presidente en la décima cumbre del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) hace pocos días, aunque también aseguró que “tenemos las herramientas para superarla y mantener el curso”. Sin embargo, ayer el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, dio a conocer que tomará 16.000 millones de pesos de la caja de la ANSES para financiar los gastos del Gobierno Nacional. Es decir que no fue suficiente haber tomado 50 mil millones de dólares que ahora le debemos a los fondos internacionales, sino que también ahora el Estado les está quitando fondos a los jubilados y a los beneficiarios de la AUH. ¿Sinceridad, improvisación, inoperancia o absoluta falta de interés sobre los sectores más vulnerables?

 

 

Claramente, al gobierno de la ceocracia se le están terminando las respuestas, como así también se está agotando la paciencia del pueblo. Ahora resta esperar para ver cómo salimos de esta crisis, de la tormenta que el propio Gobierno Nacional ha creado, y qué nuevo discurso inventará para decir que “pudimos superar los problemas”. Así como tienen pensado desde la Rosada pedirle perdón al FMI si es que no cumplen con las metas propuestas en el acuerdo para fin de año, a los argentinos también nos deben disculpas por habernos metido en este huracán.

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