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Tras la caída de la añosa mora de la Plaza Bélgica: vecinos de barrio Martin la recuerdan  

Fotos: Horacio G


 

Tras décadas de mantenerse en pie, las raíces de un árbol -que supo ser ícono de un barrio- no pudieron seguir sosteniendo el follaje y los frutos de la emblemática mora de la Plaza Bélgica.

El sábado por la mañana los vecinos de la plaza ubicada en calle Zeballos y Colón comenzaron a correr la voz y enviarse fotografías de los que quedaba de la querida Mora. No hay morador de barrio Martin que no tenga una anécdota debajo de aquel frondoso árbol que no solo cosechó frutos sino también un sinfín de historias.



Grandes y no tan grandes, que alguna vez fueron niños, recuerdan las tardes bajo la sombra de sus grandes hojas. En donde el juego era treparse, sacar las moras y comer a escondidas, situación que se delataba y desvanecía con solo observar la ropa o el calzado que quedaban manchadas de violetas, producto de sus frutos jugosos.

Los que hoy peinan canas, cuentas que esa plaza no sólo tenía a la mora, sino que la acompañaban otros frutales como naranjos y durazneros.

Historias que pasaron de generación en generación


Relatos que viven gracias a su recuerdo, y una fecha de plantación que es incierta. “Recuerdo que mi papá me contaba que ahí, debajo de la mora, se batían a duelo. Esa historia la escucho desde que tengo uso de razón y hoy ya tengo 66 y aún la recuerdo” decía con tristeza Patricia, vecina que se crio en el barrio toda la vida.

“Siempre vi a la Mora erguida, ha sido un árbol muy añoso. Ese relato que me decía mi papá que se batían a duelo, quizás puede llegar a tener veracidad porque era un árbol muy antiguo”.

La recordada mora daba frutos grandes, lindos y sabrosos. «La visual de la plaza era otra con esa Mora, junto con los ombúes añosos que había, en donde los chicos jugaban. No era tan fácil treparla pero muchos se subían por los frutos. Era una planta que siempre acompañó desde su lugar y que ahora uno mira y ve realmente todo vacío, impacta, impacta la visual porque ese rinconcito ya no es el mismo. Hoy la extrañamos todo barrio Martín».



A fines de los noventa el árbol comenzaba a caerse hacia un lado y fue sostenida por varios caños amurados a la tierra. “En un momento ya estaba empezándose a inclinar y le hicieron un soporte que imitaba el tronco, como si estuviera corteza pero era de cemento y le hicieron un apuntalamiento con caños sobre las ramas que ya eran muy grandes y al ser viejas se empezaba a vencer. Y así, la mantuvieron erguida por años y ya después, su tronco se ahuecó y terminó cayendo”, concluyó.

Otras de las historias que se replicaba y traspasaba de generación en generación era que no se podía comer moras calientes porque hacían mal a la panza, situación que ameritaba más de un reto.

 

 

“Sigo llorando la mora”, comentó Cecilia, una vecina que tiene la pared de su edificio que linda con el pedazo de tierra donde solía estar el emblemático árbol.

Las fotos de la última cosecha serán guardadas por esta vecina y su familia. “Son los últimos frutos de nuestra querida mora. Fuimos con la escalera, desafiamos al árbol vestidas de blanco”, cuenta con risas como si fuera el juego que hacían desde niñas.

“Miren si no era fiel nuestra vieja y querida mora, así como estaba dio esos frutos. Cada vez que paso, veo ese hueco y me brota la congoja” concluía con la voz entrecortada Cecilia.

Las raíces de los gomeros que eran, en el imaginario de los niños, colas de cocodrilos y los frutos de la mora prohibida que manchaban la ropa quedarán en la memoria de aquellos que habitaron barrio Martin y que hoy tienen la obligación de seguir contando esos relatos para que las historias, de esos árboles históricos, sigan vivas.

 

 

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