Es algo parecido a lo que Michel Foucault hizo con la locura y la sexualidad.
l diputado Alberto Benegas Lynch afirmó hace unos días que está en contra de la educación obligatoria y que es perfectamente lógico que un padre necesite que su hijo trabaje en el taller en lugar de ir a la escuela. No es la primera declaración urticante de un funcionario mileísta, pero esta provocó un repudio tan generalizado que el propio presidente tuvo que salir a contradecir a su amigo. Dado que fue un liberal Julio A. Roca quien promulgó la ley 1420 que establece la enseñanza laica, gratuita y obligatoria, me sorprendió que un liberal la atacara. Pero este no es un gobierno liberal sino libertario, y los libertarios (al menos los más radicales) solo aceptan la voluntad del mercado, aun cuando esté controlado por oligopolios y corporaciones. Así, al menos, lo ha expresado el propio Milei, quien ahora propone a regañadientes que se generalice el impuesto a las ganancias aunque no crea en él.
Debo confesar que la declaración de Benegas Lynch me sorprendió. Cuando la polémica (si se puede llamar polémica una discusión de todos contra uno) estaba en su auge (seguramente hoy ya hay otro motivo de escándalo entre los opositores) leí un tuit que me orientó un poco. Remitía a unas consideraciones de Murray Rothbart (1926-1995), en la que el ideólogo libertario concluía: “Si abolimos las leyes de escolaridad compulsiva y les devolvemos a los niños su libertad intelectual, volveremos a ser una nación de gente mucho más interesada, productiva y feliz”. Curiosamente, este teórico de la nueva derecha comenzaba citando a Paul Goodman, un referente de la nueva izquierda de los sesenta, quien abogaba porque se permitiera a los niños trabajar desde una edad temprana. Rothbart y Benegas podrían citar también a Ivan Illich, el teólogo, filósofo y sacerdote católico que publicó en 1971 La sociedad desescolarizada, un libro que tuvo su momento de gloria y en el que argumentaba (cito a la Wikipedia) que “la estructura opresiva del sistema escolar no podía reformarse y debía ser desmantelada para liberar a la humanidad de los efectos mutiladores de la institucionalización de la vida en su totalidad”.
Si se considera que los efectos de la educación (en particular la Argentina) no solo uniformizan sino que ni siquiera cumplen con sus propósitos (por ejemplo, se aprende a leer y a calcular mucho después de lo razonable), y que la escuela es muchas veces una pérdida de tiempo cuando no un puente hacia la mendicidad o el delito, las ideas de Illich, Goodman, Rothbart e incluso de alguien que me parece un papanatas como Benegas Lynch deberían merecer algo más que un rechazo automático en nombre de valores cuya práctica ha desvirtuado o permite poner en cuestión. Pero lo peor de todo esto es que muchos de nosotros (me incluyo) actuamos como el perro de Pavlov y hacemos tronar nuestra indignación automática. En otro texto de Rothbart señalado por la misma cuenta de X, Educación: libre y obligaroria, se defiende la primera mostrando que la segunda tiene una historia que parte de las ideas religiosas más fanáticas y de los Estados más autoritarios. Es algo parecido a lo que Foucault hizo con la locura y la sexualidad, señalar que los conceptos vienen de alguna parte, que fueron construidos por la sociedad y que, por lo tanto, pueden ser deconstruidos. Quedan notificados.