Opinión del Lector

Un fotógrafo, un testigo

Pablo Grillo, fotógrafo, reportero, llega a la plaza Congreso. Respira. Mira la escena general. Los uniformados están lejos. Se acerca al fuego. El plano es, para quien sabe mirar, sencillo de hacer y cuenta la historia: fuego adelante, uniformados armados atrás. El arco de fuego, el humo, los uniformados. Pablo se agacha. Decide un diafragma alto, un 22, para que todo esté en foco pero igual hay que elegir. La cana en foco y el resto viene pegado. Es una foto apretada. Re funciona. Son 250 avos de segundo que serán reproducidos hasta el infinito sintetizando un día violento, y encima tiene que enfocar con los ojos ardidos por el gas. No puede usar una máscara porque no le deja ver la composición en el visor. Ya pasó por esto. Conoce el teatro de operaciones, sabe mirar y la fórmula es: las alertas arriba y el miedo que envalentona, que empuja hacia adelante. Cuando hay miedo la cámara lo aleja. Así que el puño aprieta la Nikon D800, tensando la correa contra el cuello, la lente en 24 porque el gran angular muestra y ayuda al foco. Hay que mostrar esto. Hay que contar la historia. Entonces se acuclilla. La cámara bien abajo. Ajusta la respiración.



Un golpe de sangre. Un impacto violento y definitivo. Un atropello del odio que no será vencido jamás por ninguna de las formas posibles del amor. Un asesino con buena puntería, sonriendo en la trastienda de una munición que puede matar con eficiencia quirúrgica. El impacto que será festejado por sus camaradas con palmadas en la espalda y voces de asombro por lo impecable del disparo. Vieron caer al fotógrafo y festejan con crueldad deportiva. Y la certeza de la felicitación de la ministra y quizá del presidente, con levantada de brazo y todo, para los medios de prensa festejando la libertad carajo. Todo el despreciable orgullo de las hienas.



Se apaga todo. Pablo Grillo no siente ni el asfalto que recoge su buena sangre. Es de Independiente pero no sabe que se perderá el clásico contra Racing del domingo. No sabe (no sabrá en los próximos días) las mentiras de la ministra. Los insultos del Presidente. Las miserables manipulaciones de la mayoría de la prensa. No verá las complicidades de los asesinos, que ya vio antes a propósito de otras cosas. No verá que esta vez todo eso es por él.



En los últimos años de la última dictadura cívico militar, cubrir las manifestaciones con una cámara te transformaba en un blanco móvil. Y preferido. Raro era no llevarse un “recuerdo”. Una bala de goma, un palazo, una coz de caballo. Una patada desde una moto. Un asesinado llamado Flores en la manifestación del 30 de marzo, dos días antes de Malvinas. Casi Igual que durante este gobierno.



La memoria popular guarda frases aprendidas en las películas de mafiosos y las repite naturalmente como broma: “que parezca un accidente”, “no dejes testigos”. Siempre son una chanza ante algo non sancto de algún amigo cuyas picardías son conocidas por los suyos. Cuando eso pasa a ser política de gobierno pierde la gracia. Y los y las fotógrafas son esos testigos irrefutables elegidos por los ojos y los dedos que orientan las balas de las que luego se dirá que fueron accidentes no deseados. La nueva versión de efectos colaterales, hijos dilectos de los operativos de falsa bandera, donde se incendian basureros y patrulleros que las miles de maravillosas cámaras vigilantes, que teniendo altísima tecnología de reconocimiento facial, nunca dan con el dueño del encendedor.



El disparo contra el fotógrafo Pablo Grillo fue apenas unos minutos pasadas las cinco de la tarde. La convocatoria estaba comenzando tal y como pidió el gobierno: con desmanes y violencia y gases y balazos de goma y prisioneros dentro, cerca y lejos de la movilización. El caos y el miedo debían adelantarse a todo. El centro de Buenos Aires fue zona liberada.



Rafael Nahuel, Santiago Maldonado, el maestro Fuentealba, Darío Santillán, Kosteki, Pocho Leprati, la nena de 9 años gaseada, los 39 muertos en aquel diciembre ineluctable, donde siempre desde el gobierno se acusó a las víctimas. Acusaciones replicadas sin ningún pudor por los mismos medios que aquel 24 de marzo dramático, fatal, asesino, definitorio y fundacional de la desgracia, titularon “TOTAL NORMALIDAD”. Igual que hoy, Pablo. Igual y sin remedio.



Federico, amigo de Pablo, habló de otras cosas suyas, de su militancia en el barrio, ayudando a los viejos, revolviendo la olla popular, amando vecinos, apasionadamente. Cosas imperdonables en esta época de caníbales. La misma pasión que lo llevó a contar estas historias desde la primera línea. Ahí, Pablo, donde te encontró el escopetazo que nos busca hace tiempo con la ansiedad morbosa con que festejó haberte acertado en la cabeza y con las mentiras listas donde sos el peligroso militante que había que aniquilar. No sólo un fotógrafo, sino un testigo de la barbarie con testimonios irrefutables.



El domingo pasado, el partido de Independiente y Racing terminó empatado. Seguro tu viejo ya te lo dijo. Yo, que no sé nada de fútbol, te lo estoy contando porque no sé cómo terminar esta nota de mierda.

Autor: Fabián Restivo|

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