A lo largo de los años uno va guardando en el baúl de los recuerdos algunas experiencias vividas. Y en ello hay de todo, lo dulce y lo amargo. Todas son importantes, porque de ellas hemos aprendido, nos hemos fortalecido o simplemente nos reconfortan e incluso nos hacen disfrutar al traerlos a presente. Todo ello integra nuestro acervo vital en el que, a veces, algún hecho por sus circunstancias, relevancia o desarrollo, ocupa un lugar preeminente. El paso del tiempo, contribuye a engrandecerlos o empequeñecerlos. En el segundo caso acaban por ser nada, mientras que en el primero la selección natural que nuestra mente produce, les va dando formas de acontecimiento singular. Es bueno, en definitiva, reflexionar, analizar lo acontecido como consecuencia de aquellos hechos relevantes en la historia de un país o en la propia vida. Aunque es cierto aquello que dice el poeta de que al volver la vista atrás se ve la senda que nunca más se ha de volver a pisar. Sí es positivo recordar las efemérides, y también lo es atesorarlas muy dentro. Para mí, uno de esos momentos clave que no se olvidan, fue la elección en 2003 como presidente de Argentina de Néstor Kirchner.
Argentina es un país que llevo en el corazón y, por tanto, todo lo que ocurra me entusiasma o me lacera. Después de unos años tan nefastos como fueron los últimos del siglo XX y primeros años del XXI, asumió un líder que tenía una idea de país acorde con los verdaderos valores de un pueblo valiente que había superado momentos sumamente difíciles, al que habían ido degradando unos pocos sujetos que antepusieron su interés al de los ciudadanos; un líder que inició su mandato de forma simbólica y decidida para que la impunidad que había regido durante décadas desapareciera; un líder que hacía frente a la política imperialista de quienes a través del sometimiento económico financiero habían arruinado a un país.
En lo profesional, me sentí concernido, porque en aquella época yo tramitaba el caso por crímenes de lesa humanidad contra responsables de la dictadura cívico militar argentina y su llegada supuso la anulación de los decretos restrictivos de la cooperación judicial impuestos arbitrariamente por los presidentes anteriores, además de otras importantes decisiones que tomó para dejar claro que la defensa de las víctimas y la persecución de los perpetradores sería una prioridad en su mandato.
He tenido la fortuna de experimentar a lo largo de mi vida algunos de estos momentos especiales, que de tanto en tanto recuerdo con cariño y emoción. Uno de ellos, sin duda, fue en 2005, cuando conocí a Néstor Kirchner.
La mano derecha
Conocí a Néstor cuando el Congreso argentino y la Corte Suprema (junio de 2005) habían anulado las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final; es decir, cuando ya era factible que los procedimientos judiciales se reanudaran en el país que había sufrido la crueldad de sus dirigentes durante siete largos años de dictadura y casi 20 de impunidad marcando de por vida a miles de mujeres y hombres que lucharon por la libertad y la democracia. Me recibió en la Casa Rosada y mantuvimos una larga conversación sobre una serie de temas, que eran precisamente aquellos que genuinamente le inquietaban. Quería opiniones sobre la mejor forma de abordarlos para resolverlos o, al menos, realizar un cambio sustancial. Era como si supiera que su mandato sería breve y que con tan solo cuatro años de gobierno no tenía tiempo que perder si deseaba hacer transformaciones reales en su país. Le preocupaban los derechos humanos, y en particular que la justicia respondiera al clamor popular que demandaba respuestas frente al olvido y la impunidad por los crímenes cometidos. Argentina había dado ejemplo al mundo con el llamado “juicio a las juntas”, un acontecimiento llevado recientemente a la gran pantalla en la película Argentina, 1985, magistralmente protagonizada por Ricardo Darín; pero luego llegaron las leyes de la vergüenza, que acabaron solo gracias a la fuerza de las víctimas, de la mano de un presidente que ejerció de tal. El presidente Kirchner dedicó un tiempo impresionante a conseguir que la acción de la justicia hiciera lo que tenía que hacer. Creo que esto hoy ocupa un lugar central dentro de su amplio legado.
Mi primera visita fue en compañía de Héctor Timmerman, a quien había conocido en Nueva York siendo él cónsul y yo senior fellow en New York University. Allí se inició una buena relación de amistad que duró hasta su temprana muerte. Un día de aquel año Héctor me dijo: “Tienes que venir a Argentina a dar unas charlas con Estela de Carlotto y con Cristina Fernández de Kirchner y a lo mejor conocerás al presidente Kirchner.” “Bueno, pues vayamos, -dije yo- será un placer y un honor”.
Así fue. Llegamos a la sede presidencial y, antes de entrar al despacho, Héctor me advirtió: “Mira, Néstor es un hombre muy nervioso. Normalmente una entrevista no dura más de 20 minutos. Si tú ves que con la mano derecha se golpea la rodilla, es que ya nos tenemos que ir”. Tras esta advertencia quedé totalmente alerta, a la espera de ver el momento en el que el Presidente empezaba a mover la mano derecha. Durante nuestra conversación, que duró mucho más de veinte minutos, le miraba a él, miraba su mano derecha y su rodilla. Pero continuábamos hablando sin llegar a ver la señal de “retirada”. Recuerdo que crucé mirada con Héctor, quien, sorprendido, me hizo un disimulado gesto de incomprensión.
Néstor contra la impunidad
Hablamos bastante y, en un momento determinado, el presidente me interpeló: “Doctor, hizo usted muy bien con pedir la detención de varios militares, pero es que, si luego no lo llegan a hacer los jueces de aquí, yo se los subo en un avión y se los envío a España para que los juzgue usted”. Se refería a los más de 40 militares argentinos cuya detención ordené en mi condición de juez instructor en 2003, reclamando su extradición al gobierno de España, en ese momento presidido por José María Aznar. Por cierto, la extradición fue denegada, pretextando que las leyes de impunidad habían sido derogadas, a pesar de que sabían que su derogación, en esos momentos, no permitía su enjuiciamiento. No hasta que se anularan dos años después.
Las cosas en España, desde la resolución del caso Pinochet en adelante, habían cambiado, y apareció la verdadera cara de un gobierno que nunca había creído en la jurisdicción universal como mecanismo de justicia en favor de las víctimas. En España no se reactivaría la causa hasta que un nuevo gobierno progresista llevara a cabo el cambio de fiscal general y este, a su vez, encargara a la fiscal Dolores Delgado sumarse a las acusaciones particulares y populares en el ejercicio de la acusación. El juicio en el caso Scilingo y su condena por la Audiencia Nacional en ese mismo año, supuso un antes y un después en el combate judicial contra este tipo de crímenes horrendos. Tras la anulación de las leyes, se activaron todos los procesos, hasta hoy, en los tribunales argentinos, dando ejemplo al mundo de lucha contra la impunidad. Néstor Kirchner fue elemento angular para que esto fuera así. Sin embargo, hoy esa misma Corte Suprema, con otros componentes, está poniendo en riesgo los logros conseguidos y, con ello, de producirse ese atentado, serían responsables de la revictimización de esos miles de personas que aún esperan justicia.
Aquella entrevista con Néstor Kirchner finalmente duró casi hora y media y, debo decirlo, tuve que ser yo quien dijera: “Presidente, nos tenemos que marchar”. La primera dama nos esperaba en la antigua Escuela de Mecánica de la Armada –ESMA–, ya reconvertida y resignificada como sitio de memoria. Con Cristina Fernández, con las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo, debíamos hacer el circuito conmemorativo y de dignificación de su lucha incansable, que despliegan hasta el día de hoy.
Un hombre honesto
Desde ese primer encuentro mi relación con él fue muy próxima: fui testigo privilegiado de cómo el Presidente mantuvo siempre el mismo criterio, actuando con la misma honestidad y determinación. Su impulso firme consiguió que en América Latina se le tuviera un respeto que traspasó las fronteras y trascendió al mundo entero. Lograr como logró, que líderes de otros países hicieran desaparecer sus diferencias y de nuevo volvieran las aguas a su cauce, fue algo sin duda trascendental.
Pienso sobre todo en la creación de la Unasur, ideada en 2004 y creada en mayo de 2008, durante la segunda presidencia de Lula. Tanto él como Néstor Kirchner, junto a Hugo Chávez y Evo Morales, fueron los principales gestores de ese espacio político, económico, social y cultural. Lamentablemente Argentina abandonaría después este foro, de la mano de Mauricio Macri y a impulsos de Donald Trump, junto a otros mandatarios de la más rancia derecha del tipo de Lenin Moreno, Jair Bolsonaro, Sebastián Piñera, Iván Duque y Horacio Cartes. La excusa fue la aparente falta de liderazgo del organismo y la supuesta necesidad de fortalecer el Grupo de Lima y crear un organismo más amplio – dijeron – que acabó convirtiéndose en el inoperante Prosur. Con el regreso de los gobiernos progresistas en Latinoamérica, la derecha extrema ha ido retrocediendo y se ha retomado el camino de Unasur y el de la Celac. Este es el camino, sin el paternalismo interesado de EE.UU.
Con el respaldo de Lula, Néstor Kirchner llevó a cabo otro hecho histórico: Argentina canceló en 2004 una cuota de 3.100 millones de dólares con el FMI a pocas horas de que terminase la moratoria. Brasil y Argentina se comprometieron a buscar nuevas maneras de negociar juntos con el Fondo. Para Lula la alianza con Argentina suponía la posibilidad de hacer obras públicas y gastar en planes sociales para dinamizar una economía en descenso. Así mismo, el 5 de noviembre de año siguiente, con motivo de la IV Cumbre de las Américas, celebrada en Mar del Plata en el que debía ponerse en marcha el Área de Libre comercio para las Américas, Néstor Kirchner lideró con Lula y Hugo Chávez un memorable enfrentamiento con el presidente del país norteamericano George W. Bush que supuso la desactivación del ALCA.
Como ven, cuando las fuerzas progresistas trabajan en común, los países salen adelante. Son las ideologías ultraconservadoras las que provocan la desgracia de las naciones. Néstor Kirchner hizo estas cosas y para mí, como para muchos otros, fue todo un referente.
Dos fotos
En mi despacho profesional de Madrid se pueden ver dos fotos tomadas en Argentina que considero de un valor incalculable. En una aparezco flanqueado por Estela de Carlotto y Hebe de Bonafini el 1 de marzo de 2012 en la Cámara de Diputados, donde Cristina Fernández de Kirchner, me honró con un reconocimiento público, después de la condena que había sufrido en España, que supuso mi inhabilitación como juez por 11 años (condena que, por cierto, posteriormente en 2021 fue declarada parcial, arbitraria y contraria al debido proceso por el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas). En mi suspensión previa como juez, por adelantar la investigación en España de los crímenes franquistas, de lo cual me enorgullezco, también hubo un hecho relevante y emotivo para mí. El 15 de mayo de 2010, un día después de aquella suspensión, la presidenta Fernández de Kirchner, que asistía a la cumbre de Jefes de Estado de Iberoamérica y Néstor me recibieron en la embajada argentina en Madrid dándome su apoyo explícito ante lo que era, a todas luces, una arbitrariedad propia de quienes, desde la justicia española, jamás habían han actuado, ni lo han hecho, hasta el día de hoy, contra la impunidad de aquellos crímenes.
El otro retrato, que dio la vuelta al mundo, se hizo el 24 de marzo de 2004, con motivo del 28 aniversario del golpe de Estado, en el Colegio Militar. En la escena se ve cómo el jefe del Ejército, General Bendini, descuelga el cuadro del dictador Videla por orden del presidente Néstor Kirchner (en primer plano). La imagen supone un bofetón en el rostro de los asesinos; el compromiso inalterable contra la impunidad; las señas de identidad de un mandatario que, ante todo, quería una sociedad libre en democracia.
Néstor Kirchner fue un hombre que luchó contra la impunidad en su país y este ejemplo forma parte de su enorme legado ante el mundo. Poco más puedo añadir.
* Jurista, presidente de FIBGAR, Fundación Internacional Baltasar Garzón.