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Un nuevo paradigma en el agro argentino

Argentina atraviesa una compleja encrucijada geopolítica, donde chocan intereses significativos de potencias colonialistas y actores internacionales, en un contexto marcado por un fenómeno global de gran impacto: la creciente concentración de la tierra y la producción alimentaria en manos de fondos de inversión y grupos industriales trasnacionales. Este proceso, que se está acelerando en varias regiones del mundo, tal vez, como la pérdida de tierras de cultivo en Ucrania a favor de Rusia, está redibujando las estrategias de poder alrededor de la producción de alimentos y el control de recursos estratégicos.En este marco, nuestro país, con su vasto potencial agroindustrial, es objeto de un cambio de paradigma tan silencioso como profundo. Las consecuencias de este proceso pueden ser devastadoras si no se toman medidas contundentes para proteger a los pequeños y medianos productores, a las pymes agrícolas y a la agricultura familiar, que representan el corazón del modelo productivo comunitario y sostienen la mesa de los argentinos.Hoy, los pequeños propietarios rurales enfrentan un cerco económico implacable: arriendan o malvenden sus tierras, incapaces de competir con los capitales extranjeros que, como formadores de precios, avanzan de manera implacable, adquiriendo extensiones masivas de territorio fértil. Este fenómeno, lejos de ser aislado, forma parte de una estrategia global que busca concentrar el control de la producción alimentaria en pocas manos. Mientras tanto, las organizaciones rurales como CRA, Carbap, SRA, FAA y Coninagro, lejos de alzar la voz para defender a sus representados, permanecen indiferentes. Este silencio las convierte en cómplices del despojo.El impacto en el plato de los argentinosLa concentración de la tierra implica que el control sobre qué, cómo y cuánto se produce queda en manos de corporaciones extranjeras o fondos de inversión cuyo único interés es maximizar sus ganancias. Este modelo no solo amenaza la diversidad de cultivos, sino que pone en jaque la soberanía alimentaria del país.¿Quién garantiza que estos nuevos dueños de la tierra priorizarán alimentar a los argentinos por encima de los mercados de exportación? ¿O que no reducirán deliberadamente las áreas sembradas para provocar una suba en los precios internacionales?La gran concentración de la Tierra impone un modelo extractivista que expulsa al pequeño productor, reduce la diversidad productiva y somete a la agricultura familiar. Lo que alguna vez fue la base del desarrollo nacional está en riesgo de transformarse en una mera colonia agroexportadora. Las consecuencias serán inmediatas: alimentos más caros, aumento de la desigualdad y una migración masiva desde los pueblos rurales hacia el AMBA.Un llamado a la organización y la resistenciaNuestra Doctrina Federal y la Justicialista nacieron enfrentando a las oligarquías terratenientes y defendiendo el trabajo de los hombres y mujeres de nuestra tierra. Hoy, es imperativo que esas voces vuelvan a levantarse para construir una estrategia de resistencia popular.Es necesario implementar políticas públicas que limiten la extranjerización de la tierra, fomenten la diversificación de cultivos y garanticen un mercado interno que priorice las necesidades del pueblo argentino. El Estado debe recuperar su rol como regulador y promotor de la producción soberana, brindando apoyo a los pequeños productores mediante crédito accesible, infraestructura y formación técnica.Sin embargo, este esfuerzo no puede depender exclusivamente del Estado. Las organizaciones rurales y el pueblo trabajador deben tomar conciencia de la magnitud de esta amenaza. No podemos permitir que el campo argentino, símbolo de nuestra identidad y motor de nuestra economía, sea entregado al capital financiero como una simple mercancía.Este nuevo escenario no es inevitable. La lucha por la soberanía de la tierra y los alimentos es, en última instancia, la lucha por el futuro de nuestra Patria. Como decía Eva, “el peronismo será revolucionario o no será nada”. En este momento histórico, ser revolucionarios significa defender la tierra, la producción y la mesa de los argentinos con determinación y valentía. De ello depende la dignidad y el porvenir de nuestra comunidad nacional.

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