Nuestro país y provincia necesita independizarse de los centralismos y egos de dirigentes que, por su voracidad egocentrista, conducen al país por laberinto que al menos hasta ahora no parece tener salida. Al menos una salida clara, no traumática.
En el marco de un nuevo aniversario de la independencia nacional, es propicio repensar justamente qué país y provincia deseamos para las generaciones presentes y futuras. La clave está pensar en cosas que seguramente no veremos sus resultados a corto plazo. Una lógica muy difícil de poner en práctica por parte de nuestros dirigentes, sean del espacio político que sean: nacional, provincial o municipal.
Hace 206 años nuestros próceres imaginaban una sociedad que ellos no iban a conocer, valores que transmutan con el pasar del tiempo. Hoy, más de dos siglos después, el rumbo del país pareciera estar lejos de ser encontrado. Incluso, como ocurrió en ese pasado glorioso, pareciera ser que un sector dirigencial del país desde que sigamos estando bajo el yugo dominante de potencias extranjeras.
Otro yugo al que hay que hacer frente es el que carcome el poder adquisitivo de la clase trabajadora. Es determinante poder dominar la economía que al parecer no tiene meseta. La inflación. Y es aquí donde deben rever los egos de dirigentes y también terminar de una vez por todas con la grieta. Estar de un lado o del otro, no hace más que profundizar los antagonismos que como vemos desde hace décadas no nos llevan a ningún lugar.
Las provincias deben hacer lo propio y aportar en sus territorios lo que muchas veces exigen a la Nación: reparto equitativo de fondos, transparentar la gestión, que la ciudadanía tenga acceso a la información pública de cómo se invierte el erario público, elevar los estándares educativos, aplicar programas alimentarios y de salud para las infancias, generar empleo por fuera de la administración pública.
Sabemos que muchas veces hay un doble estándar en las exigencias de los gobiernos provinciales a la Nación, cuando no son del mismo color político.
Que nuestra gente pueda ser digna y que sus hijos tengan la igualdad de condiciones para poder desarrollarse, esa base es la piedra fundamental para una nueva independencia moral en el siglo XXI.