Política

Una operación riesgosa para salvar a Macri

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Envueltos en la peor crisis que Cambiemos atraviesa desde que asumió, los hombres del Presidente se encerraron en Olivos, el último fin de semana, para diseñar un delicado plan de salvataje. ¿Estabilizar la economía? No. ¿Una autocrítica de la comunicación? Menos. La operación era aún más riesgosa y delicada. Y se llevó a cabo bajo una frialdad quirúrgica, aunque con fórceps, según relatan quiénes intervinieron en ella. Se trataba, ni más ni menos, que de salvar el alma Macri . ¿Y eso? El trabajo político, en medio de la reconfiguración del gabinete , fue sostener a Marcos Peña , que viene a ser como la mitad de Macri (o tal vez más). Blindarlo, a contramano del clamor generalizado del círculo rojo para que dé un paso al costado. El dilema fue dramático: el segundo fusible, después del Presidente, se había agotado. El punto era que no había piezas de repuesto. ¿Por qué, si esa debería ser la función sacrificial de un jefe de gabinete ante una crisis de tamaña envergadura? La clave hay que ir a buscarla a 2001, cuando empezó a forjarse el vínculo entre el Presidente y su joven maravilla. La dependencia entre ellos es simbiótica, hasta el punto de que Macri no sabe ser políticamente sin Marcos (o, mejor dicho, le costaría muchísimo). Todos comprendieron esa dinámica en Olivos, aun los enemigos de Peña. Por eso construyeron una malla de contención, no para limitarlo, sino para resguardarlo.



Un ministro que participó en esos enroques lo definió así: "Encima que está débil, sacarle a Marcos hubiera sido como quitarle un riñón. Hay que entender esto: Marcos mejora a Macri". Pero la estabilidad de Peña no está, ni por asomo, garantizada. Depende de que el Gobierno logre estabilizar la macroeconomía. ¿Y si no lo logra? Entonces, sí, habrá cirugía mayor.

 

La mayor paradoja en la última reconfiguración del gabinete fue que quienes estuvieron a cargo del salvataje de Marcos debieron convocar a sus adversarios: Sanz, Melconian, Prat­Gay, Lousteau y Emilio Monzó. El presidente de la Cámara baja, de remozado protagonismo, había sido expulsado del paraíso cuando sostuvo que Cambiemos debería incluir a "peronistas valiosos", en su base de sustentación política. De ese quinteto, fue el único que aceptó el reto. Más aún, Monzó ha sido recientemente sumado a una flamante mesa política, parida al calor del último tsunami. A este nuevo dispositivo político también lo integran Peña, María Eugenia Vidal, Rogelio Frigerio y Horacio Rodríguez Larreta.



Pero, ¿qué pecados se le achacan a Marcos? Bombardea sutilmente a quienes no se le subordinan; niega o minimiza la verdadera dimensión de los problemas (por lo que agravó la última crisis); alambra la relación con el jefe; practica la soberbia cuando subestima a los radicales o rechaza cualquier tipo de acuerdo de gobernabilidad con el PJ, más allá del tejido en torno del presupuesto 2019 .



Y, en contrapartida, ¿qué virtudes le atribuye Macri? "Marcos ha sido, para mí, el elemento central. Y cuando todo el mundo entra a dudar, yo digo que el tipo más especialista es él. Es el tipo más importante. El cerebro que ha tenido Pro y el que puede hacerse cargo de contener a todos los que, presionados por el círculo rojo, enseguida quieren hacer lo que el círculo rojo pretende. El tipo se sostiene y dice: 'Nuestra línea es esta'". A su favor, hay que decir que el tándem Peña­Durán Barba, además de los errores, ha marcado visibles aciertos, como la negativa a aliarse con Massa, en 2015. Si esa alianza ­que le exigía todo el círculo rojo­ hubiera tenido lugar, hoy Cambiemos no

sería gobierno. En la mente de Macri, ese gol es crucial.



Un funcionario de Macri, aliado de Pro y muy fogueado en la política, sacaba conclusiones en medio de la tormenta: "Este es el gobierno más honesto de los últimos 30 años, pero también el más soberbio". ¿Más que Cristina? El hombre meditó unos minutos: "Es diferente. Cristina era prepotente. La de ellos es una soberbia de buenos modales". Los funcionarios que se alejaron del Gobierno, a raíz de las discrepancias con Marcos, y los aliados radicales (que tampoco sintonizan con él) son unánimes en sus quejas: "Solo recobramos protagonismo cuando nos necesitan".



La reforma constitucional de 1994 introduce la figura del jefe de gabinete para preservar la del presidente, aunque con las incongruencias del sistema político argentino. Se trata de una figura propia de un sistema parlamentario, insertada en un diseño hiperpresidencialista. Un rol que suele devorar a sus protagonistas, en un país atravesado por crisis cíclicas. Desde el menemista Eduardo Bauzá, el primero en ocupar ese puesto a mediados de los años noventa, todos los que lideraron el elenco ministerial llegaron con proyección de futuro y salieron tan magullados que, en su mayoría,

quedaron fuera del juego.



Algunos ejemplos: Jorge Capitanich, exgobernador del Chaco, sonaba como presidenciable, pero después de atravesar la silla eléctrica de la Jefatura de Gabinete terminó como intendente de Resistencia. Alberto Fernández era amo y señor de la era K, pero cuando pegó el portazo nunca más volvió a ocupar un cargo público. La performance de su sucesor, el otro Fernández, no fue mejor. La mala imagen que acuñó Aníbal Fernández en esa función se trasladó a su candidatura, cuando fue derrotado por Vidal, en 2015. El otrora "joven brillante" Abal Medina desbarrancó hacia el ostracismo y hasta terminó confesando que agarró dinero negro para la campaña de 2013, en su propio despacho.

 

¿Qué decir de Sergio Massa? Tal vez lo que más empaña su actual carrera política es, precisamente, haber sido el hombre fuerte de Cristina Kirchner. Una nube negra de la cual siempre intenta zafar. Su último artilugio: desenganchar las elecciones municipales de las nacionales en 2019. ¿La idea? El tigrense comprobó que, en la elección bonaerense, hay solamente dos figuras que traccionan votos: el intendente y el presidente. Conclusión: si en 2019 las elecciones municipales se desacoplaran de las nacionales, los jefes comunales, afines a él, no tendrían chance de colgarse de las faldas de Cristina, si finalmente decidiera lanzarse a la carrera presidencial. A Monzó le gustó tanto la idea que subió la apuesta y también les propuso a los suyos desdoblar la elección para potenciar las chances de Vidal. Hasta ahora, no tuvo quorum. Suena

lógico. Sumidos en el vendaval y sin visualizar aún los estragos de la devaluación en el tejido social, nadie en Cambiemos puede garantizar que Macri logre siquiera ser reelecto. Hoy, toda especulación es provisoria.



Lo que sigue siendo permanente, en todo caso, es que el vínculo político forjado entre Macri y Marcos hizo que, en la era M, el jefe de Gabinete ocupara un sitio mucho más relevante que el de fusible político. Una preponderancia exagerada que provocó un problema de jerarquías dentro de la coalición gobernante. A partir de esta semana, Peña tiene un virtual número dos: Andrés Ibarra, un hombre de estrecha confianza de Macri. Y de refuerzo, un Gustavo Lopetegui en las sombras, a quien le maquillaron una salida que, finalmente, no sucedió. Algunas concesiones al círculo rojo siempre hay que hacer.

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