El núcleo de la teoría propuesta por el psicoanalista francés es que la piel es la envoltura del cuerpo, de la misma forma que la conciencia envuelve al aparato psíquico. Algo así como que el yo es a la estructura psíquica lo que la piel es al organismo biológico.
En 1974 el doctor Didier Anzieu -vicepresidente de la Asociación Psicoanalítica de Francia- publicó un artículo titulado El yo-piel que produce un gran impacto en el mundo de la clínica y la investigación.
El texto de Anzieu fue posteriormente desarrollado y completado en un libro, que se editó en castellano en 1987, con el mismo nombre que su artículo. Es un libro de los que podrían llamarse “difíciles”. Pero vale la pena el esfuerzo. Durante un par de meses anduve deambulando con marchas y contramarchas sus densas 250 páginas y siempre pude descubrir tesoros que me quedaron ocultos en la primera lectura de algún párrafo e incluso, en la segunda. Es una de esas obras para las vacaciones, o los trasnoches de silencio y concentración...
El núcleo de la teoría propuesta es que la piel es la envoltura del cuerpo, de la misma forma que la conciencia envuelve al aparato psíquico. Algo así como que el yo es a la estructura psíquica lo que la piel es al organismo biológico. O mejor: la estructura y funciones de la piel y la estructura y funciones del yo presentan entre sí analogías que pueden ser muy fecundas, tanto para el trabajo de los psicoterapeutas -tal la idea de Anzieu- como para el de los trabajadores corporales, sugerencia que sumamos desde este enfoque.
Anzieu señala que su fundamentación teórica se basa en dos principios generales.
Uno específicamente freudiano: toda función psíquica se desarrolla apoyándose en una función corporal cuyo funcionamiento transpone al plano mental.
El segundo principio, aunque conocido por Freud, proviene de Hughlings Jackson: a lo largo de la evolución de las especies el sistema nervioso conserva e integra los modos de reacción correspondientes a etapas evolutivas anteriores, pero el órgano más reciente y más cercano a la superficie -la corteza cerebral, en el hombre- tiende a tomar la conducción de todo el sistema.
Desde los mamíferos hasta el hombre -dice Anzieu-, el cerebro aumenta de tamaño y se hace más complejo. Por su parte, la piel pierde la dureza y los pelos de sus antecesores. Los pelos subsisten apenas sólo en el cráneo, aumentando su papel protector del cerebro, y alrededor de los orificios corporales de la cara y la pelvis, donde refuerzan la sensibilidad e incluso la sensualidad. La pulsión de o de cualquier pequeño a su madre es más difícil de satisfacer en la especie humana y se manifiesta en las angustias precoces intensas y prolongadas de pérdida de la protección, falta de soporte y un desamparo "originario".
Anzieu puntualiza nueve funciones de la piel y sus analogías con el Yo-piel, señalando que no sigue un orden ni un principio de clasificación rigurosos. Y que tampoco pretende ser exhaustivo en su inventario: quiere dejarlo explícitamente abierto.
Así como la piel cumple una función de sostén del esqueleto y de los músculos, el Yo-piel sostiene al psiquismo. Y lo sostiene por una interiorización de lo que Winnicott llamó holding; es decir, la forma en que la madre sostiene el cuerpo del bebé.
El apoyo externo sobre el cuerpo materno conduce al bebé a adquirir el apoyo interno sobre su columna vertebral, a encontrar su propio centro de gravedad a partir de la seguridad de tener en su cuerpo zonas de contacto estrecho y estable con la piel, los músculos y las palmas de las manos de la madre. Esto confiere al bebé una sensación de unidad y solidez que lo capacitará para acceder a la posición de sentado, después a la de pie y finalmente a la marcha.