El 3 de marzo de 2020 se anunció el primer caso, de un empresario porteño que había regresado de Europa. Desde entonces nada fue igual.
Claudio Ariel Pazzi es el paciente cero de covid-19 en la Argentina. En febrero de 2020 había viajado a Europa para visitar ferias internacionales y exposiciones de los cueros sintéticos y materiales que comercializa para la industria nacional de la marroquinería en sus locales de Boedo desde hace 24 años.
El 3 de marzo, dos días después de llegar al país desde Barcelona, le diagnosticaron que esa fiebre que ya sentía en el avión era producida por el coronavirus y se convertía en el primer caso en el país.
Desde ese día y hasta ayer, el total de infectados con corovonavirus en todo el país alcanza a 2.118.676 argentinos; mientras que las víctimas fatales -según el Ministerio de Salud de la Nación- son 52.192.
Desde esa fecha, hace exactamente un año, el brote de coronavirus en la Argentina tuvo drásticas consecuencias en la vida social, política y económica. Marcó el ingreso al país de la pandemia que se convirtió en uno de los sucesos más dramáticos que le tocó vivir al planeta en las últimas décadas.
Transcurrió un año desde que el virus, que en ese momento tenía el foco en China, Italia y un puñado de países, y no se hablaba de pandemia, ingresó al país cuando el empresario porteño fue diagnosticado como caso positivo.
Vale recordar que sólo cuatro días más tarde, la pandemia se cobró la primera víctima fatal en la Argentina con la muerte de un hombre de 64 años que había viajado a Francia.
Durante los días de febrero y principios de marzo del año pasado, algunas personas, entre los que se encontraban expertos e importantes funcionarios, tenían la esperanza de que la entonces epidemia podía llegar a afectar solamente a países desarrollados e hiperconectados, mientras en la Argentina las medidas sanitarias eran incipientes y limitadas.
En el desarrollo del brote, la Argentina, como muchas naciones, vivió un proceso inédito con una estricta cuarentena decretada quince días después del primer caso, con profundas consecuencias económicas y sociales, que sirvió para retrasar la evolución de los contagios y en consecuencia una saturación en el sistema sanitario.
Luego de que el gobierno de Alberto Fernández tomara la drástica decisión de prácticamente paralizar la circulación de personas y la actividad económica, con solamente servicios esenciales y provisión de medicamentos y alimentos, se vieron calles y rutas vacías.
La medida tomada el 18 de marzo pasado encontró en un primer momento un importante apoyo de la población, y en la empresa el Gobierno provincial fue apoyado por los gobiernos provinciales y porteño.
Por ese entonces comenzaron los informes en los que se veía a Fernández flanqueado tanto por el oficialista gobernador bonaerense, Axel Kicillof, como por el jefe de Gobierno porteño opositor, Horacio Rodríguez Larreta, en una sólida foto de gobernabilidad.
En las sucesivas semanas, el contundente apoyo popular a las medidas de aislamiento se fueron esmerilando al ritmo del empeoramiento de las condiciones socioeconómicas, pese a los esfuerzos gubernamentales mediante, como los extendidos programas de auxilio a la población y al empleo.
OTROS HITOS IMPORTANTES
En medio de fuertes críticas por la cuarentena obligatoria que se extendía sin definirse el plazo de conclusión, el 4 de junio el presidente Fernández anunció que 18 provincias habían finalizado la cuarentena sobre todo su territorio y estaban bajo un régimen de distanciamiento social, preventivo y obligatorio (Dispo) con protocolos sanitarios, lo que implicaba la reapertura de actividades. Entre esos distritos del país se encontraba la provincia de Corrientes.
No ocurrió lo mismo con el Área Metropolitana de Buenos Aires (Amba), que continuaron en aislamiento hasta principios de noviembre.
A mediados de octubre el Ministerio de Transporte de la Nación finalmente anunció la reanudación de los vuelos de cabotaje, medida que rompió las prohibiciones a la circulación de aviones que regía desde marzo. Y fue el 30 de octubre cuando se instruyó la creación de protocolos para permitir los vuelos regulares internacionales, hasta entonces extremadamente limitados.
Un mes después, el 30 de noviembre, el ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta, informó que la mayoría de las provincias se alistaban para reanudar las clases presenciales en algunas escuelas del país, en algunos días de diciembre y a partir del ciclo lectivo 2021 con estrictos protocolos sanitarios.
LLEGADA DE VACUNAS
El 24 de diciembre, en vísperas de la Navidad, llegaron las primeras 300.000 dosis de dosis de la vacuna desarrollada por Rusia Sputnik V.
Mientras que tal como se estableció, el 17 de febrero de este año comenzaron las clases presenciales en la Ciudad de Buenos Aires, Santa Fe, Santiago del Estero y Jujuy.
El 20 de febrero pasado el presidente Fernández le pidió la renuncia al ministro de Salud de la Nación, Ginés González García, por el escándalo conocido como “Vacunatorio Vip”, porque ciertos funcionarios y amigos recibieron la vacuna en el mismo edificio ministerial, sin estar inscriptos para un turno o sin tener la edad para recibirla.
El cargo fue asumido por Carla Vizzotti, hasta ese momento subsecretaria de Acceso a la Salud del Ministerio.
El lunes pasado, 1 de marzo, comenzaron a retornar las clases presenciales en 14 provincias, tras un año fuera de las aulas y con protocolos preventivos que cada distrito elaboró.
HACE UN AÑO, EN EL AEROPUERTO DE EZEIZA Y EN TODAS LAS TERMINALES AÉREAS DEL PAÍS YA ESTABAN LOS CARTELES QUE ADVERTÍAN SOBRE LA COVID-19.
Pocos y agotados
La terapia intensiva era una especialidad poco conocida antes de la pandemia, pero la covid-19 y la multiplicación de casos proyectó la especialidad a los primeros planos, dado que el 5% de los pacientes requieren internación en terapia intensiva y la mitad de estos, ventilación mecánica, una de las técnicas más complejas. La Sociedad Argentina de Terapia Intensiva venía advirtiendo desde hace años que no se le había prestado demasiada atención en particular al recurso humano.
En este año de pandemia quedaron al desnudo las carencias de los cuidados críticos. “En estos momentos, los intensivistas somos pocos, estamos tremendamente exigidos, exhaustos física y anímicamente, cometemos errores, nos contagiamos y enfermamos. Colegas nuestros han muerto en el ejercicio de la especialidad. Estamos agotados y cada vez somos menos. La mayor parte de nuestros reclamos no han sido atendidos”, expone Arnaldo Dubin, médico intensivista, profesor e investigador, a la par que pide ser escuchado por los funcionarios pero también por la sociedad.