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Mons. Castagna: "La Transfiguración insta al asombro y al respeto"

El arzobispo emérito de Corrientes asegura que ese cambio espiritual les permite a los tres apóstoles, destacados como columnas de la Iglesia, "vivir una experiencia precursora de la Resurrección".

Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, asegura que la Transfiguración de Jesús que relata san Lucas en su Evangelio "insta al asombro y al respeto". "Jesús conduce, a las tres columnas del Colegio Apostólico, a vivir una experiencia de enorme trascendencia", afirma, y agrega: "Aquellos hombres necesitan, por causa de la misión que se les encomienda, reconocer en el Hijo de María (el Hijo del hombre) al Hijo de Dios".

De este modo, explica, "adelanta en ellos la revelación de su divinidad para que, cuando se produzca la noche oscura de la Pasión, no pierdan el ánimo".

"Es entonces cuando aquellos discípulos se preparan para un doloroso espectáculo, capaz de escandalizarlos e inspirarles el mayor de los desencantos", puntualizó.

"Aquellos hombres, con excepción de Juan, huyen al producirse la injusta aprehensión de su Maestro", graficó, y profundizó: "Huyen, dejándose llevar por el pánico que los afecta. De todos modos, la experiencia de la Transfiguración los prepara, pero no los vuelve insensibles al doloroso espectáculo de la cruz".

Texto completo de las sugerencias

1.- Los testigos de la Transfiguración. La Transfiguración permite a los discípulos, destacados como columnas de la Iglesia, vivir una experiencia precursora de la Resurrección. El Evangelio de San Lucas, que la transmite con fidelidad, deja a Pedro, Santiago y Juan, profundamente afectados. Pedro sugiere la construcción de tres carpas, una para Jesús, otra para Elías y otra para Moisés. El espectáculo deja sin palabras a sus discípulos. Jesús muestra su divinidad para que aquellos hombres sepan que, aquel Hombre, es el Hijo de Dios encarnado. Es verdadero hombre y verdadero Dios. En los acontecimientos que se avecinan - Pasión y Muerte - quedará opacada su divinidad. Será por el breve lapso de tres días. Al verlo resucitado podrán recuperar la visión clara de su condición divina. La Transfiguración deja, a Pedro, Santiago y Juan, sin palabras. Pedro, absolutamente entusiasmado, parece desvariar: "Él no sabía lo que decía". (Lucas 9, 33) A la Transfiguración sucede la nube que los envuelve y que opaca momentáneamente su visión. La voz del Padre acredita la misión divina de su Hijo: "Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: Este es mi Hijo, el elegido, escúchenlo". (Lucas 9, 35) Lo constituye en el único Maestro de todos. Él es la Verdad, para que los hombres se revistan de esa Verdad, necesitan vivir en su contemplación, con un corazón profundamente humilde y abrazado a la pobreza. En esas condiciones el Santo Espíritu hace santos a los santos. Ciertamente la virtud que predispone a la santidad es la humildad. Dios busca a los más pobres y humildes, para asimilarlos a su Hijo: pobre y humilde de corazón. Los santos participan de la santidad de Jesús. Por ello los santos se esmeran en conformarse con el comportamiento del Señor. La meditación constante de la vida y muerte de Cristo modela sus vidas, con total fidelidad. La asiduidad en la oración -en Jesús contemplamos días de desierto y noches en vela "en comunión con Dios"-, ofreciéndonos un ejemplo accesible.

2.- La Cuaresma, al servicio de la conversón. La Cuaresma, cuyo segundo domingo hoy celebramos, facilita nuestro encuentro con el Maestro, y la seguridad de no equivocar el camino, ya que Él es el Camino. Como de la mano, la Madre Iglesia nos conduce a renovar nuestra conversión a Cristo. Incluye un estilo de vida que adoptan los Apóstoles y las primeras comunidades cristianas. Estamos en deuda con la adopción de aquel estilo. La vida de muchos, auto calificados cristianos, ha desplazado ese estilo santo y, lejos de la Palabra de Dios, lo contradicen peligrosamente. La Santa Cuaresma es una práctica que incluye la conversión y la vivencia de las virtudes cristianas: la fe, la esperanza y la caridad. No es suficiente la penitencia, sin la decisión de cambiar las costumbres y los proyectos sociales. Las vidas de Cristo, de la Virgen y de los santos, constituyen el espejo en que reflejar el comportamiento cristiano en el mundo. No es una mera imitación mimética, es dejar que la santidad obtenga distintas fisonomías. Cada persona es irrepetible, una verdadera artesanía que no tolera moldes. La Cuaresma crea un espacio espiritual propicio para renovar la conversión y para acercarse al Misterio de Cristo, fuente de la que surge a borbotones la misericordia y el perdón. La Cuaresma constituye los prolegómenos para una eficaz celebración de la Semana Santa y de la Pascua. Su riqueza consiste en la meditación orante de la Palabra, en la celebración de la Penitencia y de la Eucaristía. Se observan los Templos abarrotados de fieles que intentan celebrar una liturgia que haga memoria de los momentos culminantes de la vida de Cristo. Pero, es de lamentar, que la Semana Santa pase y sea olvidada, recayendo en la mediocridad de una vida creyente poco creyente. Depende de decisiones personales aprovechar esos acontecimientos litúrgicos. Es un desafío ineludible doblegar la débil voluntad, ante Dios. En su voluntad está la verdad que cada creyente intenta formular. Cristo, y su insuperable enseñanza de Maestro, es quien revela lo que Dios quiere de los hombres. Los acontecimientos de la vida ordinaria reclaman una verdad que no depende de logros del pensamiento humano. De Cristo se aprende la verdad, porque Él es la Verdad. Los hombres, que todo lo eligen y deciden, se consideran dueños absolutos, que no necesitan rendir cuentas a nadie, ni al mismo Dios. Es cuando manosean la bella Creación, incluyendo, en el manoseo, a la más excelente obra visible de Dios.

3.- El Hijo de Dios es el Hijo de María. La Transfiguración, que relata San Lucas, nos insta al asombro y al respeto. Jesús conduce, a las tres columnas del Colegio Apostólico, a vivir una experiencia de enorme trascendencia. Aquellos hombres necesitan, por causa de la misión que se les encomienda, reconocer en el Hijo de María (el Hijo del hombre) al Hijo de Dios. Adelanta en ellos la revelación de su divinidad para que, cuando se produzca la noche oscura de la Pasión, no pierdan el ánimo. Es entonces cuando aquellos discípulos se preparan para un doloroso espectáculo, capaz de escandalizarlos e inspirarles el mayor de los desencantos. Aquellos hombres, con excepción de Juan, huyen al producirse la injusta aprehensión de su Maestro. Huyen, dejándose llevar por el pánico que los afecta. De todos modos la experiencia de la Transfiguración los prepara, pero no los vuelve insensibles al doloroso espectáculo de la Cruz. Sin desorientarse, los tres Apóstoles sufren - con sus hermanos ? al ver padecer a su Maestro, una muerte tan dolorosa y humillante. Juan es el Apóstol que es reconocido y amado por Jesús. No huye, todo lo contrario, se une a María y a las santas mujeres, y en el momento más dramático de la Cruz, el Señor le confía a su Madre y, en él, constituye a todos los hombres en hijos de su Madre Virgen. De alguna manera, deja establecido que todos los hombres son sus hermanos, porque están destinados a ser como Él, hijos del Padre. Los protagonistas del misterio de la Pascua obran movidos por el Espíritu Santo: revelar un estilo nuevo de relación con Dios, que exhibe un marco natural innegable. A partir de la Pascua definitiva se produce la posibilidad de que los hombres, y sus comunidades, establezcan una auténtica relación fraterna. Librados a sus exclusivas posibilidades, la paz no podrá ser restaurada. Fuera de la intervención de Dios, en Cristo, los fracasos se suceden irremediablemente. Lo comprobamos a diario: sin la gracia de Cristo, los hombres no logran evitar las guerras, el odio y la delincuencia. El espectro delincuencial no detiene su expansión, y cobra vidas inocentes. Todo parece dominarlo, con imbatible producción de crímenes y sofisticados métodos de injusticia y destrucción. Cristo resucitado no deja de estar presente, auxiliando eficazmente a quienes intenten jugarse por la justicia y por la paz. Es su misma gracia, incubada en los sacramentos que celebra la Iglesia.

4.- El santo temor de Dios vs. el miedo causado por el pecado. Los temores experimentados por los tres discípulos son puro amor. No es miedo, tan extraño al temor amoroso de quienes no quieren decepcionar a la persona amada. Dios no puede decepcionarse. Su obra es perfecta. El pecado, como obra del hombre, entristece a Dios, en Cristo que, por la Encarnación, puede llorar y angustiarse. A medida que el cristiano transparenta a su modelo de perfección, todo su ser transmite gozo, como don del Espíritu. Cuentan que el rostro de Santo Domingo de Guzmán manifestaba alegría y paz. Aún en medio de los sufrimientos, los mártires testimonian una alegría incontenible. Por ello Jesús califica severamente a quienes ponen caras mustias en medio del sinsabor de la penitencia cuaresmal. Para que la penitencia sea meritoria es preciso disimular el sufrimiento que conlleva.

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