Volver a casa. En Israel, ha sido uno de los principales argumentos del gabinete de guerra de Benjamin Netanyahu para firmar un acuerdo de alto el fuego temporal con Hizbolá y devolver una frágil paz, al menos durante sesenta días, a la frontera con el Líbano; es, también, el deseo de los 60.000 evacuados de las localidades del norte desde que catorce meses atrás se abrió un segundo frente bélico, tras la masacre perpetrada por Hamás el 7 de octubre de 2023 en el sur del país –con 1.200 muertos y 250 secuestrados– y la brutal respuesta del Estado judío en Gaza; y será un tormento para muchos de los supervivientes de los kibutzs atacados (Nir Oz, Kisufim, Be\'eri...) que decidan regresar al que un día fue su hogar: las comunidades próximas a la Franja siguen prácticamente vacías, con un rosario de viviendas tiroteadas, abrasadas, arrasadas... entre verdes praderas y encantadores jardines.«En Israel todos seguimos instalados en el 7 de octubre . Civiles, soldados, familias, religiosos... Aún no hemos pasado de la fase del trauma a la del postrauma», explica a ABC la psicóloga Einat Kauffman , cuyo método de trabajo cambió por completo, y por fuerza mayor, el 7 de octubre. Y menciona problemas de los que «nadie habla», como el aumento de los suicidios, del consumo de narcóticos, de la violencia, de la velocidad en la carretera... «Ahora se trata, para sortear los ataques de pánico, de vivir el presente y controlar tan solo lo que está en nuestras manos controlar», continúa, al tiempo que admite, con respecto a las decenas de miles de muertos en Gaza por las operaciones de las Fuerzas de Defensa israelíes (FDI), que «tenemos fatiga empática».Vivir el presente, como dice Kauffman, para, entre otras cosas, soportar la incertidumbre. Así es el día a día de quienes, bajo orden de evacuación y en apenas unas horas, empaquetaron cuatro cosas y pusieron su vida en pausa después de que Hasán Nasralá, el que fuera líder de Hizbolá y eliminado por las FDI el 27 de septiembre, dio orden de lanzar misiles, drones y cohetes contra Israel hasta que no cesara el «asalto» en Gaza. Esta semana se alcanzó un acuerdo de cese de hostilidades. Se espera que Hizbolá se replieguen a unos 40 kilómetros de la frontera entre Israel y el Líbano, al sur del río Litani, mientras que las fuerzas terrestres israelíes se retiran del territorio libanés. Horas después del anuncio de alto el fuego, miles de libaneses desplazados por los bombardeos se disponían a regresar a sus casas, o lo que queda de ellas, pese a los avisos del Ejército israelí de que la zona no es segura y de las advertencias de Netanyahu de intensificar la guerra si Hizbolá viola las condiciones del acuerdo.A 30 kms al sur de la frontera, en la costa de Haifa, un grupo de israelíes desplazados siguen los acontecimientos con cierta esperanza, aunque con el mismo miedo. No tienen nada claro que el camino de vuelta a casa esté despejado.Suzi, secretaria de Shlomi ABCProcedentes de la pequeña localidad de Shlomi (8.000 habitantes), están de paso, aunque a ellos se les antoje una eternidad, en el hotel Leonardo Plaza, un cuatro estrellas a pie de playa que antes de la guerra se ofrecía como el perfecto lugar de vacaciones en familia. «Nada nos falta, todo lo que necesitamos nos lo proporciona el hotel, pero queremos volver a casa, aunque mi casa está destruida. Le cayó un misil», cuenta Mijail , una corpulenta madre de familia que recuerda cómo sus hijas –una a punto de casarse y la otra en el ejército– aprendieron español «viendo telenovelas mexicanas». Esta maestra se lamenta porque no ve a su hijo, también en el ejército, desde hace más de un año. «Hemos construido una rutina de emergencia, estamos bajo la sombra del miedo y la incertidumbre. Muchos creen que está muy bien esto de vivir en un hotel, y de verdad que nos llenan el tiempo, nos hacen comidas caseras... pero no es lo mismo».Al comienzo de la evacuación, el Leonardo Plaza dio cobijo a más de 600 personas, todos de Shlomi; ahora quedan unas 86 familias. Muchos se fueron a Acre, Nahariya, Tiberiades, Jerusalén... «De alquiler o con otros familiares», explica Suzi , secretaria de la municipalidad que se ahora se desempeña como «organizadora cultura»: «Lleno de actividades el tiempo de los desplazados, sobre todo de los más mayores que son quienes más añoran su hogar». Suzi y Mijail explican que muchas familias abandonaron la vida de hotel «porque sienten que criar aquí a los niños es perder la autoridad. Los límites se diluyen, los chavales se sienten como en una vacación eterna y lo pararon».Tras el bosquecilloAsher y Janit, padres de tres niños, en un hotel en Haifa ABCAsher y Janit , casados y padres de tres hijos –de 14, 11 y 8 años–, lidian con lo mismo. Él instala paneles solares y ella acababa de abrir una \'boutique\' en Shlomi cuando abandonaron su casa nueva «en la que trabajamos muchísimo –recuerda Janit–. Pero de Líbano nos separaba un bosquecillo y antes de que sonaran las alarmas, ya habíamos oído el \'boom\' de un misil. Teníamos cero segundos para ir al refugio. Aquí, en Haifa, al menos contábamos con un minuto de margen». Cuentan que sus hijos se adaptaron a la situación de manera dispar: «El mayor lo lleva bien, hace surf y le encanta, pero el pequeño solo sale de la habitación en la que vivimos para ir a ver a su abuela. Tiene miedo. Se daña la convivencia familiar, los estudios, la vida social... Pero tenemos que recoger todo esto y llevarlo a un buen lugar», dice Janit.¿Cómo ven el futuro? «Ese es un dilema existencial», responde Asher encogiéndose de hombros. «¿Qué pasará con el país? ¿Hacia dónde va Israel?», se pregunta.