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Internacionales

La frustración de pasar de resistir en Caracas a exiliarme en Madrid

Hubo épocas en las que mi ciudad apestó a gas lacrimógeno. Día tras día las calles de Caracas se llenaron de casquillos, piedras y pintura. Eran los vestigios de la represión. Las huellas de una batalla urbana librada entre las fuerzas de seguridad del Estado y una gran parte de la población venezolana. Tiempos violentos que se saldaron a fuego con la muerte de decenas de manifestantes alrededor de todo el país. Conflictos que fueron silenciados con saña. Pero que todavía no han sido resueltos. Que siguen latentes. A la espera de una solución. A la espera de una justicia que no termina de llegar.Han sido demasiadas las veces que los venezolanos hemos salido a las calles en lo que va de milenio para exigir a quienes gobiernan que finalmente se hagan a un lado y permitan que gente competente pueda asumir el mando. Y en no pocas oportunidades nos hemos entusiasmado al pensar, erróneamente, que el fin de la devastación es inminente. Pero en cada una de esas ocasiones ha quedado demostrado que Venezuela es incapaz de tocar fondo.El movimiento antichavista existe desde mucho antes de que se hubiese gestado en mí una conciencia política; el chavismo ya acumulaba muertes, presos políticos, expropiaciones y cierres de medios en su prontuario cuando yo todavía estaba blindado por la burbuja de la niñez y la adolescencia. Pero esa capa protectora comenzó a romperse cuando entré en la universidad.Noticia Relacionada estandar Si El conflicto armado en Colombia arrincona a Petro, que pide ayuda a Maduro Andrés Gerlotti Slusnys Los combates guerrilleros en la región del Catatumbo han provocado la muerte de al menos 80 personas y el desplazamiento de otras 41.000Maduro todavía no llevaba un año en la presidencia y ya la debacle bolivariana –que se había iniciado durante la gestión de su antecesor– empujaba a la gente fuera del país. Pero yo tenía un fuerte deseo de permanecer en el territorio en el que me hice quien soy, en el que todavía estaban mi familia y mis amigos. Y por esa razón –e impulsado por la naturaleza subversiva del estudiante– comencé a salir a la calle a protestar.Participar en esos movimientos era (y sigue siendo) emocionante. Enfervorizaba el hecho de mezclarse entre el gentío y ratificar que esa parte de la sociedad sigue viva, porque, como ha sido suprimida de casi todos los espacios públicos, su mera existencia se pone constantemente en duda. Entre el sonido de los silbatos, las consignas, los gritos del vendedor de agua que se mezclan con las palabras de ese político desconocido que logró conseguir cinco largos minutos con el megáfono o las de ese otro que sí lograba hilar un discurso inspirador, las pancartas y las banderas ondeantes... uno se sentía parte de una expresión tan grande que era imposible ignorar. Yo me sentía útil, creyendo –equivocadamente o no– que estábamos ejerciendo presión sobre quienes nos oprimían.La Corte Penal Internacional investiga al Gobierno venezolano por crímenes de lesa humanidad andrés gerlotti slusnysDe esa primera manifestación a la que asistí con verdadera conciencia política –en 2014, cuando tenía 18 años– hay una imagen que nunca abandonará mi memoria, la del cuerpo de Bassil Da Costa, de 23 años, ya sin vida, deslizándose sobre el asfalto, empujado por la inercia con la que corría mientras escapaba de la policía que había abierto fuego contra la multitud. Tragedias que, lejos de asustarnos, inyectaban coraje y nos invitaban a seguir alzando la voz. Pero fueron esfuerzos fútiles, porque, en cada intento, los de las armas terminaron imponiéndose a punta de gases lacrimógenos, piedras, perdigones, detenciones y balas . Todos esos episodios fueron desgastantes. Movilizaciones eficientemente aplacadas por el régimen e impulsos civiles torpemente dilapidados por una oposición que no supo estar a la altura, un nivel de por sí muy elevado.Sin embargo, ese deterioro no impide que la esperanza vuelva a despertar de vez en cuando, pero sí hace que el arranque sea cada vez más difícil y que la respectiva decepción sea más profunda. Y María Corina Machado supo pintar una luz al final del túnel cuando no se vislumbraba ningún tipo de salida, pero parece que, al no juramentarse Edmundo González –como prometió que haría–, el techo del túnel comenzó a derrumbarse sobre el país. Y quién sabe cómo se podrá abrir una próxima brecha entre los escombros. O cuándo.Un manifestante destroza un mural de Hugo Chávez dentro de una base militar, en una imagen de 2019 andrés gerlotti slusnysUna década atrás, mientras vivía las jornadas de protestas estudiantiles, pensaba que quienes emigraban eran una suerte de traidores, gente que escapaba del barco, cuando lo honorable era quedarse en él luchando para mantenerlo a flote, o hundirse con él. Una certeza nacida de la más absoluta ignorancia que me daba la irreverente juventud. Porque hoy soy uno de esos millones de venezolanos exiliados. Una decisión basada en la razón de procurarme un futuro viable y no en esa poética –y patética– pasión que puede servir para narrar una ficción heroica, pero no para garantizar una vida carente de miserias. Porque no creo que me alcance la vida para ver a esa Venezuela próspera de la que tanto me han hablado. Ahora entiendo que no debí juzgar a quien se fue de Venezuela, pero eso no quita que me siga sintiendo como una especie de desertor egoísta que relegó el trabajo a otros y cedió espacio al contrincante.Hace poco regresé a Caracas –ya como turista tras casi cuatro años viviendo fuera– y me entristece ver lo deteriorada que sigue la ciudad. Cuando nos comparaban con Cuba, me parecía una exageración; no consideraba a mi país tan atrasado. Pero ahora es obvio que Caracas está más cerca de La Habana, con edificios abandonados, obras inconclusas, y un parque automovilístico que, por estrechez económica, lleva décadas sin ser renovado.Algunos manifestantes asistían a las protestas con cascos, chalecos antibalas, máscaras antigás y gruesos guantes de jardinería para no quemarse al devolver los cartuchos de gases lacrimógenos ANDRÉS GERLOTTI SLUSNYSEn esta capital de alto contraste, donde conviven la miseria de la mayoría y la obscena opulencia de unos pocos, se respira miedo. Todos saben que el chavismo robó las elecciones, pero ya no queda capacidad de reacción. La ciudadanía está a merced de los uniformados, que han dejado claro que todo puede empeorar para quienes rehúsen agachar la cabeza, y todavía hay cientos de presos políticos tras las rejas que sirven para ejemplarizar las consecuencias.Ya la oposición ha intentado todo lo que ha tenido en sus manos: votación masiva, abstención colectiva, protestas callejeras, paros nacionales, e incluso alzamientos civico-militares. Pero ha fallado en cada oportunidad. Y tras tantos ensayos y errores, la población que sigue allí esperando un desahogo se muestra poco dispuesta a arriesgarse a perder la libertad o la vida en las calles.En 2020, el fiscal de la CPI dijo que había razones para creer que las fuerzas de seguridad de Venezuela habían perpetrado desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales, detenciones arbitrarias y torturas a disidentes durante las protestas de 2017, en las que fallecieron al menos 125 personas andrés gerlotti slusnysEl tiempo no se detiene y los problemas de los venezolanos, lejos de encontrar solución, siguen agravándose. Y, en medio de todo, se van normalizando cosas que no deberían ser normales, como las horas –o días– que se deben desperdiciar en una cola cada vez que se quiere repostar gasolina, o vivir con racionamientos diarios de luz y de agua, o incluso ser aterrorizados por unas fuerzas de seguridad que aprovechan el miedo para lucrarse impunemente. Mi anhelo como venezolano es que se inicie una transición pacífica que permita que el país por fin pueda entrar en el siglo XXI, pero mi raciocinio me pide que termine de abandonar las esperanzas vagas y entienda que lo que queda es revolución pa\'rato. Ojalá algún día pueda decir «me equivoqué».

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