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Las víctimas del accidente aéreo de Washington: mensajes sin enviar y amargura entre los supervivientes

Hamaad Raza, de 25 años, esperaba a su esposa en el aeropuerto Reagan de Washington. El vuelo 5342 de American Airlines , procedente de Wichita, Kansas, debía aterrizar a las 21:03, hora local, tras un trayecto de casi tres horas. La cabina iba casi llena.Veinte minutos antes del aterrizaje, ella le envió un mensaje confirmándole que todo iba en horario. Él respondió que ya la esperaba en la terminal. Pero su último mensaje nunca llegó a ser leído.A las 20:43, un helicóptero Black Hawk con tres soldados del Cuerpo de Infantería a bordo, volando hacia el sur, chocó con el avión. Ambas aeronaves se precipitaron al río Potomac, de cuyas aguas, lodosas y gélidas en esta época del año, no se recuperarían supervivientes.Cuando decenas de periodistas llegamos al aeropuerto, el caos era absoluto. Los familiares de los pasajeros deambulaban nerviosos, sin certezas sobre qué avión había caído ni si había logrado amerizar. Hamaad Raza estaba allí, inmóvil ante un ventanal con vista al río, mostrando su teléfono a las cámaras. En la pantalla, los mensajes que su esposa nunca podrá responder. Cuando entre los medios cundió la certeza de que el avión era el de Wichita, Raza, aturdido, llamó a su padre y se retiró, diciendo: «Le ruego a Dios que la puedan sacar con vida».Noticia Relacionada estandar No Lo que se sabe y lo que no: así ha sido el choque mortal sobre el río Potomac David Sánchez de Castro El impacto entre el avión de pasajeros y el helicóptero militar se produjo al lado del aeropuerto nacional Ronald Reagan y muy cerca del PentágonoNi ella ni los otros pasajeros del avión, un pequeño Bombardier de los que se usan para vuelos de corto trayecto, bastante habituales en el aeropuerto de Reagan, que solo opera vuelos nacionales dentro de Estados Unidos.El domingo había acabado en Wichita el campeonato nacional de patinaje artístico, y no pocos entrenadores y atletas se quedaron en la ciudad en una serie de encuentros y concentraciones.Para algunos, el regreso a casa se convirtió en tragedia: el vuelo 5342 transportaba a un grupo de patinadores, entrenadores y familiares, verdaderas estrellas en ese mundo. Varios de ellos iban a hacer escala en Washington, de camino a Boston.Ya el jueves, sus familias comenzaron a llegar, visiblemente afectadas, recibidas por los servicios de atención psicológica en una parte acordonada del aeropuerto. El FBI, policía judicial, estaba ya en el lugar, iniciando las investigaciones.Murieron en el accidente los reconocidos entrenadores rusos Evgenia Shishkova y Vadim Naumov, que fueron campeones mundiales de patinaje en 1994 y figuras clave en la formación de jóvenes promesas en Estados Unidos. Junto a ellos estaba su colega Inna Volyanskaya, excompetidora soviética, así como los patinadores Jinna Han y Spencer Lane, dos estrellas emergentes del patinaje estadounidense que viajaban con sus madres. Los dos eran apenas adolescentes.El miércoles por la tarde, Lane, de 16 años, subió una última foto a su cuenta de Instagram: una imagen del avión en la pista del aeropuerto de Wichita, preparándose para despegar hacia Washington. «ICT –> DCA», escribió en la publicación, refiriéndose a los códigos de los aeropuertos de salida y llegada.Una tragediaHoras antes del vuelo, Lane, de Rhode Island, se mostraba exultante en redes sociales, agradeciendo la oportunidad de haber participado en una concentración, un objetivo que había perseguido durante años. «Aprendí tantas cosas nuevas que puedo aplicar a mi vida diaria y conocí a personas increíbles», escribió. Entre esas personas estaban sus mentores, los rusos Shishkova y Naumov, con quienes murió.La aeronave se partió en tres y cayó al río Potomac, donde los equipos de rescate han recuperado algunos cuerpos, pero todavía buscan a las víctimas entre aguas turbias y gélidas. Para Lane y el resto de los pasajeros, lo que debía ser un regreso triunfal se convirtió en tragedia.Muchos de esos patinadores estaban afiliados al Club de Patinaje de Boston. Doug Zeghibe, su director, recordó: «Spencer, en el mejor sentido posible, era un chico alocado, con un talento increíble».«Estamos devastados por esta tragedia indescriptible y mantenemos a las familias de las víctimas muy cerca en nuestros corazones», dijo.El aeropuerto estuvo clausurado, tomado por agentes de policía y periodistas, hasta que reabrió a las 11 de la mañana. Algunas personas, pocas, tomaron los primeros vuelos, algunos de ellos demorados desde la noche anterior.Casi nadie expresaba temor alguno. «Es algo totalmente excepcional», dijo Venita Johnson, de 32 años, que volaba a Tampa a las 11:50. «Es uno de esos accidentes que ocurre una vez en la vida», dijo tranquila, mientras empujaba su maleta de cabina por un pasillo.«¿Has visto la seguridad que hay aquí ahora?», preguntaba José Campos, de 43 años, que se disponía a embarcar en el mismo vuelo. «Si hay un aeropuerto seguro hoy en este país es este», añadió.

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