Lecciones de la bronca en el Despacho Oval

La bronca del viernes en el Despacho Oval , protagonizada por Trump, Vance y Zelenski, se convertirá en un caso de estudio en las escuelas diplomáticas y de negocio, ejemplificando todo lo que no debe hacerse en el proceso de negociación de un acuerdo complejo entre partes con intereses contrapuestos. Pero conviene trascender de la anécdota a la categoría y no entretenernos en la contemplación de semejante espectáculo. El propio escenario y las formas empleadas, tan abruptas y alejadas de los estándares de la buena diplomacia, no deben hacernos perder de vista el bosque. Porque este lamentable suceso pone de manifiesto los presupuestos políticos de la nueva Administración norteamericana. La Administración Trump ha puesto en marcha una política exterior y de seguridad no tan improvisada como puedan aparentar las propuestas sobre la franja de Gaza o la compra de Groenlandia, muy descabelladas desde una óptica política y jurídica. Es una apuesta fundada en el realismo político, una escuela de pensamiento que goza de amplia aceptación en las cancillerías de todo el mundo. Sus rasgos principales, mantenidos por las distintas corrientes que la enriquecen, son en resumen los siguientes: el pesimismo antropológico, auspiciado por pensadores como Hobbes y Maquiavelo; la posición preeminente del Estado soberano frente al papel vicario de las organizaciones internacionales, salvo cuando sirven o resultan útiles a sus intereses, y la defensa a ultranza del interés nacional en las relaciones de poder entre ellos, evitando cualquier aproximación ética o principio moral en la consecución de los objetivos fijados. Es evidente que Trump ha adoptado de entrada la versión más agresiva de la doctrina del realismo político, aplicándola si se quiere de modo instintivo y tosco, muy pragmático y poco meditado, guiado sólo por las relaciones de poder y el dinero. Su discurso es nacionalista y populista, muy desinhibido y polarizado, con una retórica simplista en la exposición de sus intenciones.No puede simplificarse ese cambio de rumbo afirmando sin más que Trump se ha rendido frente a las tesis rusasAhora bien, ese discurso en materia de política exterior y de seguridad resulta muy disruptivo y difícil de seguir por parte de sus aliados europeos y miembros de la OTAN. Porque rompe tajantemente con la inercia imperante en el establecimiento de poder en Washington sobre el ingreso de Ucrania en la OTAN y la transformación de la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania en una oportunidad para desgastar a Rusia mediante un conflicto bélico por delegación; aceptada sin más por sus aliados europeos. Al parecer, Trump no desea una Rusia aislada, debilitada y en brazos de China, que a sus ojos es el principal rival estratégico por la hegemonía en el sistema internacional. Es decir, Trump se atiene por supuesto a la doctrina del realismo político. No lo olvidemos. Pero interpreta y aplica el interés nacional de Estados Unidos a su leal saber y entender, de forma bien diferente a como se venía entendiendo hasta el momento en Washington. No puede simplificarse ese cambio de rumbo afirmando sin más que Trump se ha rendido frente a las tesis rusas. Puesto que ha pasado factura o puesto precio en especie, como un mercader, a la ayuda financiera y militar prestada hasta ahora a Ucrania, mediante alguna clase de arreglo o trato (una de sus palabras predilectas) para explotar los ricos recursos minerales del país. Sus públicas y graves amenazas a Zelenski sobre la suerte que le espera si no acepta las condiciones planteadas por su Administración para avanzar en un acuerdo de paz, evidencian que Trump es un discípulo aventajado, a su manera, del más puro y duro, y muy descarado, realismo político.SOBRE EL AUTOR CArlos Jiménez Piernas Es catedrático de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad de Alcalá