Barbara Wojnarowska-Gautier , hoy de 84 años, sometida a los experimentos del Doctor Mengele , logró con los años licenciarse en Derecho en la Sorbona y trabajó en la ONU para el Alto Comisionado para los Refugiados Políticos. Su empleo le permitió llevar la memoria del Holocausto a una escala institucional. Otros, como Erich Finsches , de origen húngaro pero residente en Viena, han participado en programas educativos en los que comparten su memoria con nuevas generaciones.Nate Leipciger , afincado en California, pasó muchos años sin querer regresar a Auschwitz-Birkenau , donde su madre y hermana fueron asesinadas, pero desde los años 90 ha realizado incontables excursiones con escolares americanos a los campos de concentración nazis. Nació en Chrozow, Polonia, pero aprendió alemán en Auschwitz y vivió un tiempo en Bamberg, lo que le ha permitido visitar también colegios alemanes para relatar allí su experiencia. Son algunos de los últimos de Auschwitz.Ochenta años después de la liberación del campo de exterminio, sólo unos pocos miles de supervivientes del Holocausto siguen viviendo en Alemania. En 2023 eran todavía 14.000. Y los que quedan ya no están para dar conferencias en los colegios, como han estado haciendo las últimas décadas. Pronto no habrá más testigos contemporáneos y será necesario recordar sin supervivientes que den testimonio.Noticia Relacionada \'La zona de interés\' estandar Si La casa del comandante nazi Rudolf Höss, la nueva atracción de Auschwitz Rosalía SánchezMarc Fachinger, profesor de Religión en Limburgo, que muchos años recurrió a los testigos para que hablasen a sus alumnos, ha tomado el testigo, asumiendo él mismo el papel de narrador. Frente a estudiantes de secundaria, relata la historia de Krystyna Kozak , una superviviente polaca que murió en 2021. Antes de su muerte, le pidió que le repitiese su historia. «Ella me dio esta tarea», explica a los alumnos, y reproduce grabaciones de sonido de Kozak, responde a las preguntas, sugiere reflexiones. Cuando cuenta cómo la separaron de su madre, cómo guardó un mendrugo para su hermano pequeño a pesar de su propia hambre, algunos se limpian los ojos. Otros se muestran indiferentes, «pero Kozak decía siempre que, con llegar a una sola persona, ya merecía la pena», insiste, entusiasta, Fachinger.Ruth-Anne Damm de la asociación «Zweitzeugen», constata que cada vez encuentra más adolescentes y jóvenes reacios a hablar del asunto. «Antes no había discusión al respecto, ahora a algunos chicos les incomoda, hay votaciones en las clases, hay algunos padres que no están de acuerdo porque piensan que se genera un sentimiento de culpa, o que son realidades demasiado duras para los chavales. Para mi eso significa que cada día tiene más sentido este trabajo».La polaca Janina Iwanska ReutersQuemaban gente todo el día, todo el tiempoTenía todo listo para empezar la secundaria, incluido el maletín que usaban los escolares polacos, un delantal nuevo y un estuche de lápices de colores, pero el levantamiento de Varsovia truncó para siempre sus planes. Janina Iwanska tenía 14 años y pertenecía a una familia católica que había escondido a dos judíos que huían del gueto. Cuando llegaron los alemanes, sus padres no estaban en casa, en la calle Żytnia, el 6 de agosto de 1944. «Fue un domingo, el de la Transfiguración de Cristo», fija la fecha. El edificio fue incendiado, ella detenida y trasladada a Pruszków, donde se hacinaban ya unas 6.000 personas. «Nos subieron a un vagón de carga. Sólo había una pequeña ventana enrejada en la parte de arriba y nos arrojaba pan entre los barrotes cuando el tren paraba, pero era muy poco», recuerda todavía. «Llegamos de noche. Se acumulaban los transportes y tuvimos que caminar varias horas hasta el campo», relata. A medida que se acercaban a Auschwitz, «apestaba». «Muchos no sabían lo que era ese olor, pero yo sí, porque mi abuela vivía en Treblinka y habíamos ido a verla en verano. Así era como olían los cuerpos quemados. Por eso yo sabía lo que pasaba, pero no dije nada». Janina distinguía a «los alemanes» y «los que hablaban polaco y llevaban traje de rayas», que eran los Sonderkomando y llevaban el registro de entrada. «Me quitaron mi medalla de la Virgen, de mi Primera Comunión, mis pendientes y mi ropa. Me dieron una camisa-braga, que llegaba hasta el muslo, y nos hicieron fotos así, se reían de nosotras. Pero lo peor fue cuando me cortaron mis largas trenzas y me raparon la cabeza», enlaza lentamente una sílaba con otra. A partir de esa noche, Janina fue el número 85595.Janina habla de las «duchas» y de las zanjas en el bosque, en las que «quemaban también judíos porque los hornos no alcanzaban». «Quemaban gente todo el día, todo el tiempo», insiste. Habla de los desgarrados gritos de las madres separadas de sus hijos y del barracón con un centenar de pequeños que les fueron asignados a ella y a Wanda Swat. Sin letrinas, disponían de dos cubos para todos que ellas vaciaban y lavaban cada mañana. «Cuando lloraban, porque no había madres, los distraíamos con cuentos, pero estaba prohibido cantar», lamenta.Janina Iwanska en su casa en Varsovia, Polonia ReutersAl igual que los adultos, los niños tenían que formar en el patio para el recuento. «Si no mataban a nadie, era rápido. Pero a veces había muerto alguien en el campo de trabajo y no salía la cuenta, o castigaban a alguno, y duraba mucho. Yo rezaba para que terminase porque hacía mucho frío». Con estremecedora naturalidad, Janina rememora que, «cuando terminaron de eliminar a los gitanos, nos llevaron a sus bloques, que no eran de ladrillo sino de madera», por lo tanto más calientes, en un invierno que se alcanzaron los 25 y 30 grados bajo cero. Sonríe al hilvanar otro recuerdo, el de aquella Navidad. Algunas madres llevaron al barracón comida o juguetes de papel doblado y una cantante llegó de Oświęcim y entonó una melodía que quedó grabada en su memoria: «Porque un día volveré, llamaré a la puerta, me preguntarás quién soy, así que cuando quieras llorar más de una vez, susurra: Dios, protégelo, y volveré», una canción de Eugeniusz Zhytomierski.Tras la «Marcha de la Muerte», muchos niños murieron por el camino, Janina pasó todavía por Ravensbrück, antes de la liberación. Fue entonces cuando supo que no quedaba nadie más vivo de su familia. «Fui a confesarme a Nuestra Señora de Czestochowa. Padre, robé, le dije. ¿Qué robaste?, me preguntó. Todo lo que llegaba a la mano: comida, ropa… ¡Hija, eso no es pecado, es sobrevivir. Pues no recuerdo más pecados, padre. Y obtuve la absolución, a pesar de que estaba robando ¡sin ningún problema!».