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Regreso al kibutz del horror: «Siento que los terroristas siguen dentro de mi casa»

Las escalas de lo razonable indican que un año después de la masacre del 7 de octubre , uno iba a encontrarse en el kibutz Nir Oz excavadoras, hormigoneras y grúas que reconstruyeran el poblado hippie que Hamás convirtió en un solar de sangre, pesadillas, escombros y ceniza. Pero lo esperable es un territorio cada vez más remoto de lo que uno va desistiendo.Por eso no se sorprende de que en lugar de obreros, en Nir Oz le reciban los gatos huérfanos que dejaron atrás los muertos y los secuestrados, uno de cada tres de los que estaban allí aquella mañana. Son unos animales descarados, ruidosos, tenaces en su impertinente búsqueda de compañía, de cariño y, quizás, algo de comida.Se mueven entre los reporteros con ese aire trascendente de gato fantasma, de recién llegado de otra dimensión, la que se abrió el 7 de octubre y de la que no pueden regresar ni ellos, ni nadie. Gatos por todas partes: gatos entre los escombros, asomando tras las buganvillas que alguien, al parecer, sigue regando, y en el porche de los Bibas donde aún se pueden ver los triciclos de los bebés pelirrojos declarados muertos por Hamás y de los que Israel guarda la esperanza de encontrarlos vivos. Gatos en el hollín y gatos funerarios: en Nir Oz hay más gatos que gente.Cómo seguir adelante después de la masacre C. A.De 400 personas que vivían en el kibutz junto a la frontera frente a Jan Yunis, solo quedan cuatro. Tardarán años en volver y su regreso marcará, simbólicamente, la reconstrucción de Israel después de la guerra que hoy cumple su primer aniversario. Porque dice la leyenda que si se encendieran las luces de todos los kibutz , se dibujaría la frontera luminosa del país. Hace un año que eso no ocurre. En la zona de sombra del mapa israelí -el cinturón alrededor de Gaza y una franja de cinco kilómetros al sur de la frontera con el Líbano- no vive casi nadie. Irit Lahav, de 57 años, ha vuelto al kibutz para explicar su historia y las perspectivas lejanas y utópicas de la vuelta a la normalidad en la comunidad en la que creció. Esta directiva de una empresa de joyas, budista y de izquierdas, narra el terror en una secuencia precisa y perfecta: el viaje de la víspera a Hadera al norte de Tel Aviv, el regreso con su hija por la noche y, al amanecer, el infierno mil veces revivido: la alarma antimisiles, la carrera al refugio con la cría, los disparos cercanos y un mensaje de Sadid, un vecino que lo estaba viendo todo desde su azotea: «Han entrado terroristas armados. Encerraos».Irit escuchaba gritos por todas partes, sonidos de granadas -nunca había escuchado una hasta ese día- y disparos de RPG «que hacen shhh-bum». Temblaba porque sabía que vendrían a por ellas. Preguntó en el chat del kibutz cómo encerrarse y le aconsejaban levantar el picaporte de la puerta, pero sabía que no sería suficiente. Entonces escribió a sus compañeros de empresa y alguien le habló de un ingenio en el que se cruzaban dos palos para bloquear la puerta. Noticia Relacionada Podcast estandar No El periodista Chapu Apaolaza, en los kibutz atacados: «Aún se nota el olor a muerte» abcUsó la madera de un viejo remo, el tubo del aspirador y un cordón de cuero que anudó durante 20 minutos y colocó el conjunto sobre la puerta con cuidado de no hacer ruido. Sabía que los terroristas estaban cerca y que por el oído sabrían cuáles eran las casas en las que había gente escondida. Madre e hija esperaron leyendo su futuro en los mensajes de whatsapp del grupo del kibutz: un marido herido que pierde mucha sangre, una madre que no responde. Hace una hora que nadie sabe nada de Ron... Construyeron frente a la puerta una muralla de libros y el primero que tomó Irit era \'Ascenso y caída del tercer Reich\'. Susurraron mantras. De pronto, escucharon cómo los terroristas entraron en la casa.«Gritaban y rompían cosas». Recorrieron las habitaciones hasta que dieron con la puerta y comenzaron a golpearla a patadas. Eran las nueve y media. «Entonces supe que había llegado la hora. En ese momento, dejas de tener miedo. Has hecho todo lo que has podido y hay que dejarse ir. Entonces, mi hija y yo nos abrazamos. Le di las gracias por los veintidós años que había podido vivir con ella y nos despedimos». Ocho minutos de patadas y golpes a la puerta después, los terroristas desistieron y se fueron. El pueblo se había convertido en una fiesta de la muerte con asesinatos , torturas , violaciones y secuestros entre gritos de júbilo y \'allahuakbares\'. De las 202 casas del kibutz, solo quedaron seis sin atacar. Del resto solo limpiaron la sangre. Los platos del último desayuno, los vasos ennegrecidos por el humo y las neveras con imanes de souvenir de aquel viaje Venecia permanecen allí. En el suelo de una de las casas, encuentro una tira de fotos de una máquina de fotomatón de esas que ahora instalan en las fiestas. Por la leyenda deduzco que se tomaron el día del bat mitzvah -la ceremonia de paso a la edad adulta según la ley judía-, de una niña que se llama Lihi de la que no sé nada más y por la que no pregunto, pues sobre su historia se suceden decenas de historias más.El olor que sigue allí«Aquí la vida ahora mismo es muy difícil -asegura Irit-. No hay tienda, ni comedor». Sobre una mesa del refectorio, alguien ha colocado platos, cubiertos y las fotos de los muertos como si se celebrara un banquete de espíritus. En las cámaras frigoríficas de las cocinas adyacentes apilaron decenas de cadáveres después de los ataques , pero no había electricidad, de manera que ya no están, pero el olor que me abrumó en la primera visita después de los ataques y que me ha acompañado desde entonces como el recuerdo de una arcada permanece dulzón, preciso y macabro. Recientemente, sellaron ese ala del edificio para mitigar aquel rastro, pero cuando uno llega a Nir Oz, el hedor sigue allí, testigo de todas las cosas que han sucedido y que son difíciles de borrar.La simple decisión de arrasar el kibutz para construir uno nuevo o restaurar lo que hay y dejarlo tal y como estaba el 6 de octubre supone una quiebra entre los vecinos que se dividen entre las dos opciones. Todo en Nir Oz supone un cruce de caminos y una toma de decisiones que son difíciles de aprobar, aceptar y sobrellevar por el conjunto de los vecinos, pues así es como se deciden las cosas allí. Los kibutz israelíes han funcionado tradicionalmente como colectividades en las que las decisiones se toman por mayoría. En los principios de esta utópica forma de vida, los niños dormían juntos en un dormitorio común y, hoy, algunas de las comunidades que fueron desplazadas siguen viviendo en los mismos hoteles y tomando decisiones en asamblea. Claro que una cosa es decidir si se compra un tractor nuevo y otra si volver al kibutz pues todos los habitantes comparten un modo de vida y una idea aproximada del mundo, pero el miedo y el dolor afecta a cada persona de manera distinta. Las huellas de la masacre Irit Lahav revive el infierno vivido en el kibutz, donde las huellas del horror siguen presentes C. A.El Gobierno ha informado a los vecinos de que, cuando se vuelva a ocupar la zona, se tardarán tres años en reconstruir el pueblo o en hacerlo de nuevo. Otros kibutz cercanos en los que la destrucción no fue tan profunda han retomado, tímidamente, la vida cotidiana.Entre los vecinos de Nir Oz que quedan libres y vivos, llevan un año pensando en un futuro que pasa -o no- por el regreso. Algunos desean volver y otros aseguran que no serían capaces. El Gobierno ha prometido que pagará la vuelta de los que se decidan por el kibutz, pero no asegura el desembolso económico de los que quieran reconstruir su vida en otra parte.«Al Gobierno le interesa que volvamos. Supongo que porque no hay dinero para que todo el mundo se haga una casa en cualquier parte y porque quiere enviar el mensaje a Hamás de que estamos aquí platándole cara», explica Lahav, que asegura que el kibutz no va a estar vacío y que gentes que viven en otros pueblos y en las ciudades de Israel , además de judíos de otras partes del mundo, se han interesado por vivir en Nir Oz cuando se reconstruya.Así fueron las 17 horas de masacre y supervivencia ABC MultimediaEl portavoz del ejército Roni Kaplan es uno de los que pretenden llenar los vacíos que pueda dejar la masacre del 7 de octubre, pero la llegada de soldados y patriotas podría modificar la esencia utópica de lo kibutz en los que cada semana se organizaban manifestaciones pacifistas contra el Gobierno de Netanyahu . Cuando concluya la guerra en Gaza, Israel elimine la amenaza de Hamás y la zona sea segura, se irán despejando las incógnitas del regreso a un futuro difícil de dibujar con en este instante. Irit no sabe si volverán a la que fue su casa desde la infancia y esperarán a que llegue el momento en el que tengan que tomar una decisión: «Ahora me costaría mucho. Cada vez que abro la puerta de mi casa pienso que están los terroristas dentro. Entonces la recorro en silencio, sin hacer ruido y voy por las habitaciones esperando encontrármelos allí. Quiero vivir en un lugar en el que me pueda sentir a salvo y ahora tengo miedo de que vuelva a pasar, de que vuelvan a entrar y de que haya venido a ver mi hermana de visita y secuestren a su hija. Sé que el miedo se puede superar, pero aún no ha llegado ese momento».

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