Prosigue la campaña rusa de bombardeos con drones y misiles contra objetivos repartidos por toda Ucrania , mientras sus tropas conservan la iniciativa sobre el terreno. Tras el aldabonazo del agrio encuentro entre Trump y Zelenski , el pasado viernes, en Washington, la UE empieza a desperezarse del letargo defensivo de los últimos 25 años. El domingo, en Londres, se reunieron algunos jefes de estado y de gobierno, así como altos dignatarios de la OTAN y la Unión para mostrar su solidaridad con Zelenski, así como abrir la puerta a un plan europeo para finiquitar la guerra. Plan que, posteriormente, sería presentado en Washington buscando el plácet de Trump. La reunión resultó algo esperpéntica. No solo porque se saldase con muchas presiones a Zelenski –la de Rutte, particularmente, para que «restaure sus relaciones con Trump»–. También por la profusión de abrazos al líder ucraniano –el de Sánchez, en primer plano de las cámaras, fue enternecedor–. Sobre todo, porque la nación convocante del encuentro fuera, precisamente, el Reino Unido, país que, desde su entrada en las Comunidades Europeas, en 1973, constituyó el más recalcitrante obstáculo para el desarrollo de capacidades defensivas europeas. Además, por haberse ido de la UE (Brexit), en 2020, para volver a desentenderse de los problemas continentales.Provoca receloso estupor que el Reino Unido, desde fuera de la Unión, pretenda ahora revestirse con la púrpura del liderazgo europeo. El día anterior, Starmer aseguraba a Zelenski estar junto a Ucrania «todo el tiempo que sea necesario», anunciando una ayuda para financiar la adquisición de nuevos sistemas de armas, por valor de 2.200 millones de libras esterlinas. Pero en calidad de préstamo. Napoleón calificaba a Inglaterra como «país de tenderos». Noticia Relacionada ANÁLISIS TÁCTICO DEL GENERAL (R) estandar Si La mutación ucraniana: de agente de cohesión a factor de división Pedro Pitarch Europa está escenificado su apoyo al presidente Zelenski, cuestionado y vilipendiado por TrumpEl reciente anuncio de Trump de suspender la ayuda militar a Ucrania mientras Zelenski no se avenga a sus razones es un factor de presión, que podría acelerar el fin de la guerra. Porque Ucrania depende existencialmente de EE.UU. para poder sostener su esfuerzo bélico. La mayor parte de los medios antiaéreos que protegen Kiev, por ejemplo, y otras zonas vitales ucranianas son sistemas norteamericanos (como los Patriot). Por tanto, la falta de misiles, municiones y los correspondientes abastecimiento y mantenimiento dejaría neutralizados rápidamente tales armamentos. El mismo argumento podría aplicarse a Himars, carros de combate, etc. Un vacío que solo parcialmente podría ser rellenado por Europa que, al haber descansado grosera y cómodamente su defensa sobre los hombros norteamericanos a través de la OTAN , se encuentra ahora sin capacidad de disuasión y con una carencia fundamental de estructuras militares (mando y fuerzas) plenamente europeas.Además, hay prestaciones norteamericanas (nube, satélites, Starlink, designación de objetivos…) irremplazables para atajar vehículos aéreos entrantes. En cualquier caso, las propuestas de la Comisión para habilitar ingentes fondos para la adquisición de armamentos, tales como un fondo colectivo de defensa, o la constitución de una industria europea de defensa plenamente autónoma llegan tarde. Porque, por un lado, no hay ni arsenales que comprar urgentemente, ni tampoco capacidad de producción acelerada de armamentos. Y, por el otro, l a brecha tecnológica europea con respecto a EE.UU. es tan enorme que no podría superarse ni en quince años. El nuevo escenario geopolítico llegado de la mano de Trump resalta por su carácter mercantil. La guerra en Ucrania poco tiene que ver con la oposición ideológica que caracterizó las guerras del pasado. Por el contrario, las prisas de Washington por resolver el tema ucraniano, incluso al margen de la UE y la propia Ucrania, responden al «América first» que inunda tanto el pensamiento como la praxis política de Trump.Eso se manifiesta particularmente en dos direcciones. Una es su descomunal ansiedad por afrontar la rivalidad con la ascendente China, que responde mayormente a razones e intereses tecnológicos. La otra es la búsqueda de una salud fiscal, que enjuague la creciente deuda nacional y dos enormes déficits: el presupuestario (que es incesante), y el comercial (que es progresivo). Malsano escenario solo prolongable, y a duras penas, mientras el dólar continúe siendo la moneda principal de reserva mundial. De ahí la obsesión de Trump contra los BRICS. De ahí, asimismo, la pretensión de Washington de convertir a Moscú en su aliado frente a Pekín. Lo cual es una quimera