Hazte mayor, pero no te hagas aburrida", repetía como un mantra Iris Apfel. Nacida en 1921 y fallecida en marzo de este año, esta mujer centenaria se auto proclamó la adolescente más vieja del mundo. Nadie quiso discutirle jamás el título. Sobre todo porque ante una persona tan singular, una acuñadora constante de aforismos y una fuente inagotable de sabiduría práctica, lo que había que hacer era callarse y escuchar, mirar y admirar.
"cuando no vistes como todos, ya no tienes que pensar como todos"
Podría no haber abierto la boca jamás. Habrían hablado por ella sus fabulosos looks, una explosión constante de color y atrevimiento, en los que combinaba prendas de mercadillo y maisons desprejuiciadamente, contagiada de su espíritu lúdico y vitalista, al margen de convenciones marcadas por la edad, las modas o cualquier obstáculo para expresar la identidad propia. Sin embargo, Iris tenía un discurso tan bien armado y atractivo como el más impactante de sus estilismos. "Cuando no vistes como todos, ya no tienes que pensar como todos", expresó en una entrevista a The New York Times en 2011.
Su historia se ha contado muchas veces, pero hay hitos que conviene recordar. Con una edad, 84 años, a la que muchos firmarían por llegar, Iris comenzó una etapa frenética cuando se convirtió en inesperado icono de estilo. Fue en 2005, cuando el MET reunió en una exposición bajo el título Rara Avis: La irreverente Iris Apfel una amplia colección con las prendas, joyas y accesorios que caracterizaban su estilo. Hasta ese momento, el museo neoyorquino nunca había dedicado una muestra a alguien vivo que no fuera un diseñador. A partir de ahí, se siguieron contratos de imagen, portadas en revistas, colaboraciones con MAC o H&M, la publicación de su biografía, la salida de una Barbie hecha a su imagen y semejanza, o su fichaje a los 97 años como modelo en la agencia IMG. Esta mujer delgada y con el pelo blanquísimo, adicta al color y los accesorios enormes, siempre parapetada tras unas gafas oversized, tuvo la audacia de sostener la bandera del envejecimiento consciente en una sociedad obsesionada con la juventud.
"no entiendo por qué todo tiene que ser antiaging"
No entiendo por qué todo tiene que ser antiaging", contaba Iris, para la que cumplir años era la mejor noticia. Sobre todo porque para ella no había pasado un día a lo largo de su larga vida en el que la diversión y la curiosidad se ausentasen.
Iris, que había sido redactora en revistas femeninas, asistente de un artista y decoradora de interiores, había tenido junto a su marido, Carl -también extraordinariamente longevo; murió con 100 años en 2015- una empresa de telas, Old World Weavers, requerida por personalidades como Greta Garbo o Estée Lauder. También prestaron servicios a nueve presidentes en la Casa Blanca; contado por ella misma, Apfel hizo buenas migas con Pat Nixon, tuvo poca sintonía con Jackie Kennedy y aún menos con Hillary Clinton. Vendieron la compañía en 1992, planificando una jubilación dorada, con viajes alrededor del mundo, de los que siempre traían más objetos de lo que era razonable acumular.
Acabaron llenando de recuerdos, antigüedades y maravillas sus tres casas y un enorme almacén. Eran el diario de bitácora del matrimonio, su historia de amor contenida en artilugios, muebles, muñecos... Como contaba en el documental Iris, estrenado en 2015 y que la trajo a la Fundación Miró de Barcelona -¿dónde si no iba a encontrar más color?-, Apfel tenía un apego emocional a todo lo que había adquirido. Por ejemplo, conservó hasta el último día los zapatos que vistió en su boda con Carl en 1948; incluso se los ponía de vez en cuando. A pesar de eso, nunca quiso morir enterrada junto a su querida colección. Poco a poco fue despidiéndose de sus cosas, entendiendo que "merecían otras vidas y otros dueños. En la vida todo es un préstamo, también para los coleccionistas", solía decir.
Tras su fallecimiento, en vista de que se siguen promocionando artículos que llevan la firma de Iris -desde libros para colorear a accesorios para mascotas-, uno de sus tres millones de seguidores en Instagram preguntaba quién estaba manejando su legado. Sin hijos ni herederos, son quienes vieron en ella una inspiración, sus principales guardianes. Apfel puede estar orgullosa. Su forma de ser, su manera de mirar, permanece. Más sigue siendo más y menos es cada vez más aburrido. Ser actual ya no es tendencia. Es más importante ser feliz que ir bien vestido. No hace falta ni siquiera recurrir a unas lentes, grandes o pequeñas, para identificarla. Está presente en la gente que desafía el conformismo uniformado en la calle y en las redes sociales, continúa en las revistas y las colecciones de moda que no se ponen límites de ningún tipo, y ha quedado patente en el libro que recoge su filosofía de vida, Colourful, editado en España por Cúpula este otoño. Por si quedaba alguna duda, la influencer más longeva, esta adolescente de 102 años, se manifiesta al abrir su evangelio por una página al azar: "El color puede resucitar a los muertos". En el caso de Iris Apfel, el color la ha hecho eterna.
"con estas gafas la gente se alegra de verte"
Según la edad o el bagaje, las gafas de Iris Apfel para unos son de galerista o azafata del Un, dos, tres... No tengo claro en qué grupo ubicarme yo, aunque creo que todos estaríamos de acuerdo en que son su signo de identidad. Cuando en los almacenes Loehmans prepararon una campaña con Apfel como inspiración se plantearon poner a los maniquíes caretas con su rostro impreso. Pronto entendieron que bastaba con colocarles unas grandes lentes negras redondas de pasta. Algo más de ingenio hizo falta para colocarlas en esas cabezas sin orejas y con nariz difuminada. Hay fotos antiguas de ella sin gafas, sonriente, abrazada a su marido, vestida de gala, en destinos remotos y escenas domésticas, pero aún no era ella.
Alguien a quien nombran Iris está predestinada a tener una mirada especial, una que merece ser enmarcada. Cuando la gente le preguntaba por qué sus gafas eran siempre tan llamativas ella contestaba: "Por que se alegran de verte". Contrasta con Anna Wintour, con quien coincidió en tiempo y escenarios, pero que hizo de sus maxigafas oscuras trinchera. Las gafotas de Iris eran a la vez un portal desde el que salía a recibir y una lupa de aumento fruto de la curiosidad genuina. Prácticamente al final de la película Mi chica, Anna Chlumsky se empeñaba en que su amigo muerto, Macaulay Culkin, fuera enterrado con sus lentes. "¡No puede ver sin ellas!", sollozaba. Espero que alguien se asegurase de que Iris Apfel tenía las suyas cuando cerraron su ataúd. Allá donde esté querrá seguir mirando.
Fuente:https://www.telva.com/celebrities/2024/12/21/6751af9b02136e6e078b456f.html