Conversar con María Fasce, en su casa, un día gris y lluvioso, pasear por su salón, que tiene un gran ventanal que deja atravesar la luz que el día regala de un modo tacaño y poder admirar su biblioteca, una biblioteca como le gustaría a Borges, rica y variada, es toda una suerte. María es una de las voces más cautivadoras de la literatura argentina contemporánea. Escritora, editora y traductora, Fasce ha construido una trayectoria literaria marcada por la sutileza, la profundidad emocional y el poder de las atmósferas.
Es una de las editoras más importantes en lengua española: fichó a John Banville, descubrió a Lucía Berlín, llevó a Joel Dicker a la fama, y compro los derechos de Elena Ferrante. Su obra más reciente, El final del bosque (Siruela), ganadora del prestigioso Premio Café Gijón 2024, nos sumerge en un mundo donde los secretos, las relaciones familiares y las sombras del pasado se entrelazan con la naturaleza inquietante de un bosque que parece guardar su propia verdad.
Encontramos en esta novela todo lo que a María le gusta en un buen libro: una gran historia, giros inesperados, suspense, un thriller atrapante sobre la familia y la locura y unos personajes complejos y bien construidos. Además de su faceta como escritora, Fasce ha sido una figura clave en el ámbito editorial, desempeñándose como directora literaria en importantes sellos. Su mirada aguda sobre el panorama de la narrativa actual y su pasión por descubrir nuevas voces han dejado una huella significativa en el mundo de los libros.
- Te he escuchado contar que esta novela nace de un sueño que tuviste.
- Yo con los sueños tengo mucho cuidado porque decía Borges que no hay nada más aburrido que los sueños de los demás, entonces cada vez que voy a poner un sueño tengo que estar muy segura de que tenga mucho que ver y lo pongo muy breve, hablando ya dentro de la novela. En este caso el sueño ilumina a la protagonista, que es la narradora, con esa mente un poco perturbada, pero que es la única puerta que tenemos de acceso a saber esa historia. Pero sí, toda la novela, por única vez desde que escribo, surge de una pesadilla, de una imagen muy concreta.
- ¿Cómo fue ese sueño?
- En abril del 2020, soñé que mis dos hermanos y yo, ya adultos, vivíamos en el bosque de Peralta Ramos, que es un bosque mítico de la infancia de Mar del Plata, en una cabaña, y que un día de lluvia, así como hoy, yo me asomaba a la ventana y veía a un hombre en el suelo, tumbado, inmóvil. Y como sucede a veces en los sueños, yo sabía que nosotros tres habíamos tenido que ver con esa muerte, o uno de nosotros tres y ese fue el disparador, me desperté sudada, lo apunté en el blog de notas que tengo en la mesa de noche y dije, aquí tengo una novela. Los escritores somos unas personas muy extrañas, que estamos mucho tiempo solos y anotando ideas.
- Como editora también eres olfateadora de novelas.
- Sí, pero el proceso de escritura es muy loco, porque uno puede estar saliendo de una pesadilla, a veces digo, en un avión que se está cayendo y está pensando, aquí hay una novela. O te está dejando un novio y en una parte de ti tiene el corazón destrozado y la otra dice, con esto voy a hacer una novela. Y todo eso que en realidad es doloroso de transitar, nosotros como en una especie de alquimia, lo transformamos en una gran escena.
- El bosque como lugar de encuentro se puede ver de muchas maneras. Sanador, inquietante. ¿Eres muy de naturaleza?
- Para nada, para nada. De hecho, ese es un elemento que le he prestado un poco a la protagonista que va por ese bosque tocando las flores y las piedras y los árboles y en un momento dado se dice a sí misma, pero no, finjas, tu marido te llevó a vivir al campo y casi te mueres de tristeza. Cuando uno crea una historia, unos personajes, un poco intensifica todo. Yo no puedo decir que odio la naturaleza, pero para crear el personaje de Lola me gustaba esa contradicción entre tener que estar en ese ambiente natural y preferir toda la vida estar en Madrid yendo a los cines y a comprarse ropa.
- ¿Qué te aportaba el bosque literariamente?
- La naturaleza es un espacio maravilloso y, sobre todo, tan necesario para la humanidad, pero a efectos de la ficción me fascinó que en la pesadilla estuviera el bosque. Yo no creé el bosque, no estábamos en cualquier parte, estábamos en un bosque. Entonces, más bien mi trabajo fue después, a posteriori, darme cuenta de todo lo que encerraba ese bosque. Es como una habitación cerrada, es un espacio del que no pueden salir, que los lleva a la infancia, pero que también es un lugar muy oscuro.
Fuente:https://www.telva.com/cultura/2025/02/02/679cb60202136eb3118b457f.html