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El Efecto: Héctor Ansaldi, el actor que convierte a los adultos en niños

 

Héctor Ansaldi hace tiempo que ya no es él. Cuando lo llaman por su nombre no se voltea. Es que a este actor todos lo conocen como su más entrañable creación: Piripincho Daniel Rigatusso Ledesma. El suyo es uno de los particulares casos en los que el personaje excede al artista, ya que Néstor desde hace décadas que es orgullosamente Piri, apócope por el que todos los llaman.

Por la calle, los cartoneros lo saludan al grito de “¡Piriii!”, pero también sus amigos íntimos lo llaman así. Néstor o Piri, contento. Es que durante más de 40 años (44 exactamente) su personaje atravesó a diferentes generaciones y extractos sociales. Al punto de que aquellos niños que lo iban a ver hace décadas ahora van con sus hijos.

Este arquitecto de 74 años, que trabajó en algunos estudios antes de dedicarse de lleno a la actuación, nunca imaginó el efecto hipnótico que tendría esta especie de clown en la gente, sobre todo en los más chicos. “Me gusta, pero te tenés que dedicar a full. No se puede ser arquitecto o actor a medias”, diría sobre su el oficio de los planos.



Más allá de su personaje estelar, el artista también se ha dedicado a la puesta en escena de obras para otros públicos como la recientemente biografía de Cachilo, «Errante, el musical» (donde hizo del emblemático linyera) y la actual «El Canto del Cisne», en la que interpreta a un clown en su ocaso “que renace con cada personaje”. Un rol que, por diferentes motivos, parece haber sido escrito para él, dice el propio Ansaldi.

Al comparar ambos registros, analiza: “El público infantil es el más exigente, si no les gusta te lo hacen saber, te insultan. Cuando uno trabaja con niños tiene que estar a la altura de ellos, es decir subir mucho. Así que para mí actuar para adultos es una relajación”. Pero a pesar del desgaste físico que le imprime actuar para niños, lo que ellos le devuelven “es una carga positiva”.



El nacimiento

Los primeros momentos de Piri fueron tan excéntricos como el propio personaje. Comenzó en un programa de televisión en Canal 9 de Buenos Aires, donde tenía que decir unas líneas para poder cobrar el bolo. Entonces, Ansaldi rescató unos dientes de otra obra, una peluca y algunas prendas y salió al ruedo con Pelopincho, quien se ganó el cariño de la gente inmediatamente.

“Es un chico de la calle, yo quería que fuera feo, desgarbado, que no llegué por el lado de la belleza”, desmenuza Ansaldi al personaje, que fusiona elementos de Felipito, Goofy y el Principito.

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Hasta el mismísimo Roberto Gómez Bolaños le dio la bendición para continuar con el personaje durante un encuentro en la productora en común de ambos programas. Así, comenzaron las obras en Rosario y giras por diferentes lugares del país y el exterior, el niño hasta llegaría a España e Italia, donde vivió unos años.

Por motivos comerciales -lógicamente- debió cambiar su nombre: “Los nenes me decían Pirincho, y el autor de la música me propuso Piripincho y quedó”. También tuvo que atravesar un conflicto con la productora de TV por los derechos de autor, así como sucediera con icónicos personajes como el Vagabundo de Chaplin o Minguito -por citar ejemplos-, que lo llevaría a insólitas audiencias frente a un juez. “El personaje es de quien lo interpreta. Piri soy yo”, afirma, como si cabría alguna duda.

Su casa, el teatro

Antes de que naciera Piripincho, Ansaldi -junto a un grupo de teatreros– creó la sala Caras y Caretas, que en sus 51 años debió atravesar duras tormentas, como los oscuros años de la dictadura en las amenazas eran moneda corriente y sorteaban la censura modificando textos de los autores.

Todo en estas más de cinco décadas fue a “pulmón y corazón”. El Instituto Nacional del Teatro manda algo, pero nunca es suficiente, señala Ansaldi, quien hasta tuvo que vender una camioneta para realizar refacciones. “Igual no pido nada, por eso el nuestro es un teatro independiente”.

“El teatro lo construí de acuerdo a las necesidades de las obras. Por eso me cuesta salir de ahí, tiene fosos, trampas, pasarelas que los otros teatros no tienen”, describe el arquitecto. Allí, entre sus paredes, vive Piri, que todos los años, durante las vacaciones de invierno, sale a escena. Después, descansa.

Para los niños adultos

Piripincho tuvo su final. Fue en el año 2000, cuando el actor sintió la necesidad de dar por finalizada esa etapa en su carrera. Es así como se despidió en el Anfiteatro de Rosario ante unas diez mil personas. “Parecía que me moría, pero yo lo despedí, no es que lo maté”, recuerda Ansaldi. Lo que no esperaba es todo lo que iba a venir después: llamados a su casa para darle el pésame a su mujer porque la gente creía que Héctor había fallecido. O personas que le gritaban por la calle enojadas por haberle dado fin al personaje. Entonces, a pedido del público, pero en realidad de él mismo -según el propio Ansaldi- luego de unos meses Piripincho volvió. Ahora, el actor sabe que lo acompañará siempre.

Claro, es que la despedida de Piri era como el adiós a una parte feliz de la vida de cada persona que lo veía  en un teatro, en una pantalla o en un escenario callejero. Como su nieta, que nació con parálisis cerebral a causa -de acuerdo a una resolución judicial- de una mala praxis, y se despertó en el hospital cuando apareció ese niño algo harapiento, sucio y de gran corazón. “Le apliqué energía y despertó; un día le hablé como Piripincho, le dije ‘dale que quiero que jugués conmigo’”.

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Años atrás, a Néstor lo abordan dos sujetos que se aprestan a robarle. Pero al acercase deponen su actitud. Algo los conecta con su infancia, con su costado más inocente. Es que su víctima no era otro que uno de los personajes preferidos de su infancia: Piripincho. De alguna manera lo reconocen en el cuerpo entrado en años del hombre. Quizás por su mirada, su voz o quién sabe qué. Lo cierto es que curiosamente la situación terminó con una insólita foto entre los tres.

“Yo escribo las obras para el niño del ser humano, no el cronológico. Yo quería que la gente pueda seguir conectada con ese mundo mágico que tiene en algún lado. Algo les queda, es inexplicable”, expresa Héctor, mientras retoma la historia del robo que no fue: “Ahí está el objetivo, que una persona vuelva a ser niño por un momento. Eso quiere decir que, a pesar de todo, algo se puede rescatar”.

 

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