Rosario se prepara, una vez más, a honrar sus orígenes. Entre la pugna establecida entre historiadores académicos y la tradición popular, nos inclinamos por aquella que don Pedro de Tuella y Mompesar, el padre putativo de Catalina Echevarría, la dama que encabezó la confección de la Bandera, transcribió cuando fue corresponsal del Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiógrafo del Río de la Plata, fundado en 1801.
Tuella, sí, el nombre de la calle donde está emplazado el querido Club Náutico Avellaneda, fue el primer maestro que tuvo nuestro entonces Pago de los Arroyos. Fue él quien recogió la tradición oral entre los más antiguos pobladores y estableció sus orígenes cuando llegó, en 1725, Don Francisco de Godoi, junto a un grupo de indios calchaquíes que venían buscando en esta zona un lugar de paz y convivencia.
Historia que recogieron en sus anales, Eudoro Carrasco (el dueño de la imprenta de calle Puerto -hoy San Martín- que le dio la oportunidad a su compañero tipógrafo Ovidio Lagos para crear el diario La Capital), su hijo Gabriel, el inefable y pasional Wladimir Mikielievich y, en la década del 30, el poeta, dramaturgo y periodista rosarino Fausto Hernández.
Esta, nuestra amada ciudad, que no registra en los papeles fundador ni fecha de fundación como se hacía entonces, con rollo incluído, nació hija de su propio esfuerzo y, sostenida, fundamentalmente, por una fuerte espiritualidad que desde sus albores la acompañó y protegió.
Maravillosa, incomprensible a veces al intelecto humano, la fe obra milagros atribuibles sólo a algo inconmensurablemente superior.
Creer es una fuerza arrolladora que arrastra todas las inercias. Creer en algo, creer en alguien, es inherente al ser humano y hasta necesario para su supervivencia. Aún los ateos se mantienen firmes en su creencia de no creer, y creen en ella.
Una buena parte sigue fiel a más de dos mil años de historia, algunos con revisionismos, otros con estilo carismático, la cuestión es que la fe mueve montañas… de personas.
Sólo así se puede entender, en el Año de la Oración, la fuerza de la palabra.
El verbo es acción, movimiento y quien cree, crea. Como creyeron quienes pidieron a la Virgen María en 1776 cuando todo el virreinato sufrió una mortífera pandemia que aquí sólo se cobró dos muertos; cuando el lenguaraz pampa tradujo: “indios no viniendo a matar, ni robar, sólo a ver a Virgencita”; cuando en 1819 todo era una gran llamarada de fuego por el incendio que provocó Balcarce y los horrorizados vecinos se refugiaron en la humilde capilla sin sufrir ningún daño; cuando en 1823, el clamor a la Virgen convirtió en lluvia la pertinaz
sequía que mataba animales, secaba arroyos y aguadas, transformando en páramo yerto el campo feraz, o cuando permaneció indemne la cúpula a pesar de los cañonazos que la flota anglo francesa apuntaron hacia ella en 1840.
Creer o reventar, dice el saber popular que encierra todo el saber. Elegimos creer, por eso auguramos a nuestra iglesia Matriz (Madre) una nutridísima concurrencia en esta novena que hoy se inicia dando comienzo a las Fiestas Patronales 2024 para honrar a la Patrona y Fundadora, Nuestra Señora del Rosario, quien nos dio el nombre que orgullosamente llevamos por el mundo los rosarinos.
Y cuando nos acerquemos a ver la imagen de María que está en el Camarín de la Virgen, traída desde Cádiz, España, hace 251 años (hay una hermosa historia que escribiré en octubre) pensemos que es la misma que Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano vio, con sus propios ojos, cuando llegó a hacernos Cuna de la Bandera. Tendremos seguramente un encuentro más cercano con nuestra propia historia…