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Opinión del Lector

Abuelas, elecciones y la necesidad de clarificar el debate

Eduardo Aliverti

Por Eduardo Aliverti

Previo a cualquier otro tema, es imprescindible celebrar la restitución de identidad al nieto 133. Como resumió Ignacio Montoya Carlotto en una frase terminante y conmovedora: “La constancia como bandera”. Falta identificar a centenares de nietos, pero esa insignia no se abandonará jamás gracias a las Abuelas y a quienes las acompañan. Es un orgullo incomparable de los argentinos, al igual que la persistencia de seguir juzgando a los genocidas.

Por lo demás, es obvio que la noticia sobresaliente consiste en haberse conseguido un ¿entendimiento? con el FMI, tras renegociaciones agotadoras y aptas para que el vaso pueda ser observado, siendo benévolos, medio vacío y medio lleno.

En lo estructural, simplemente la pelota se revoleó a la tribuna y el análisis técnico se deja a los especialistas del área. Pero tampoco es cuestión de dejarse “extorsionar” por saberes específicos, cuando hay a la vista consideraciones elementales al alcance de quien lo desee.

El Fondo exige mayor endurecimiento de la política fiscal y de esfuerzos “necesarios” para “contener el crecimiento de la masa salarial”, junto con la actualización de tarifas energéticas y el fortalecimiento de los controles de gasto público.

Y en lo coyuntural, entendido en meses, la clave es que el Fondo libera(ría) desembolsos para pagarse a sí mismo. Y que entonces se mantendría a flote el programa económico hasta el próximo cambio de gobierno, del signo que fuere.

Ya es costumbre entre nosotros: la estructura es la coyuntura.

En consecuencia, la pregunta pasa por si este acuerdo será vislumbrado, entre los grandes actores de la economía, como símbolo de que Sergio Massa -con el peronismo en su conjunto- es lo mejor para tripular las circunstancias hasta octubre, o noviembre, o diciembre (siempre que las primarias no redunden en un resultado catastrófico para Unión por la Patria). Y también para después, cuando haya que sentarse a renegociar todo de nuevo.

En los números electorales es donde cuenta la percepción de “la gente” y no del círculo rojo (vaya paradoja denominativa) que tiene poder. Pero no votos.

Acerca de eso, el escenario es totalmente conjetural.

Los encuestólogos naufragan una y otra vez. Podría arriesgarse que los consultados ya “juegan” con ellos, mintiéndoles u ocultándoles lo que habrán de hacer. Incluso, y no hablamos de focus group, circulan versiones de que ya pagan para que les contesten (versiones que los consultores no refutan).

Sí es una certeza que ningún candidato apasiona, como no sea en su carácter “anti”.

Allí cabría la excentricidad infantiloide de un Javier Milei, sobre quien tampoco se ponen de acuerdo en torno a si se cayó, se mantiene o se levantó. El peronismo, como lo admiten en reserva mal disimulada todos sus referentes, lo necesita para partirle el voto a los cambiemitas. Eso llega hasta el punto de darle al “libertario” alguna mano, o varias, en la conformación de sus listas bonaerenses (cosa que el oficialismo ni siquiera se encargó de desmentir).

Y los cambiemitas no parecen acertar con la medida justa entre propender a la derechización del discurso, a tono con lo que sería el corrimiento de la sociedad hacia allí, y evitar que ese partimiento del voto deje a Massa en condiciones ganadoras o expectantes.

No acertarían ni Bullrich, quien en estos días semeja más a un pato criollo que a la Comandante Pato, ni el alcalde Larreta en su prédica por la ambigüedad.

Pero, se repite, todo es en el terreno de la especulación.

Las PASO serán la única encuesta estimable, y desde ya que para el peronismo rige otro tanto.

La precandidatura de Massa otorgó un aura de “competitividad”, que no condice con el hecho de que, al mismo tiempo, es ministro de Economía con una inflación desgastante y capaz de seguir ascendiendo por el impacto en precios del arreglo con el FMI.

Nadie, absolutamente nadie, sabe qué ocurrirá el 13 de agosto.

Nadie tiene una convicción completa, ni mucho menos, sobre a dónde irá a votar una sociedad embroncada que, a la par, no quiere saber nada con más sobresaltos.

Las elecciones provinciales habrían anticipado que no hay lugar para outsiders, y que “la política” le ganó al marketing de retóricas extremas de arribistas como Carolina Losada. O de influencias como las de Mauricio Macri, que no cesa de fracasar con sus apoyos mientras vuelve de sus vacaciones eternas como funcionario de la FIFA.

Sin embargo, no dejaron de ser comicios con imperio local decisivo. Lo corroboró el “cordobesismo” que hizo “viajar al pedo” a toda la cúpula cambiemita, según la expresión ya inolvidable del derrotado Rodrigo de Loredo (quien luego sugirió estar pensando en abandonar la actividad política).

A su turno, el peronismo/progresimo/antimacrismo tiene además un serio intríngulis con la decisión porteña.

Se polemiza entre el apoyo a Leandro Santoro, que en las ínclitas encuestas mide muy bien, y el voto “estratégico” a favor de Martín Lousteau para desbancar al macrismo de la Ciudad.

¿Cómo no habría de ocurrir si el propio Larreta juega para Lousteau, para diferenciarse de Macri (el primo Jorge le pidió a Larreta que sea “más enfático” en respaldarlo y, horas después, el alcalde le contestó con un acto junto a “Martín”)?

El hecho sería ¿anecdótico? si no fuese porque representa hasta dónde no hay espacio para enamoramientos, sino, y sólo, para especulaciones.

Salvo sorpresas descomunales que no figuran en cálculo alguno, el esquema de chances presidencialistas quedó reducido a Massa, Larreta y Bullrich. En el orden que se quiera.

Todo lo demás, ya exprimido hacia derecha e izquierda, es dibujar en arena cuánto sumarán o restarán, ¿a qué?, el ausentismo, el voto en blanco, Milei, Grabois, las alternativas testimoniales y casi ningún etcétera más (el “casi” va de yapa inercial).

Hacia la instancia decisoria, nominalmente esto es una lucha entre tres.

En medio hay aspectos no menores, como la firmeza que exhiba Axel Kicillof cual reserva del ideario más combativo de Unión por la Patria. O hasta dónde Milei se conservará como el rostro más lamentable de la berretada “antipolítica”. O, símil, cuánto se mantendrá ese pato criollo o esa Comandante Pato como nodo del núcleo duro gorilísimo.

Asoma claro que se vienen elecciones con agenda de derechas.

Hay una que, como este espacio se permite reiterar, ofrece resistencia desde adentro porque su unidad o unión comprende a sectores confrontativos, sindicatos, movimientos sociales, intelectuales, referencias culturales, rebeldías diversas.

Cristina habilitando la opción de Grabois en las primarias, sin ir más lejos, es una prueba de ese músculo activo, aunque sea cristalino que más tarde -guste mucho, poquito o nada- no habrá otra chance que el voto a UxP.

Legítimamente disgustados con la postulación de Massa, ¿qué harán los votantes de Grabois si pierden la interna? ¿Quedarse en su casa? ¿Poner el sobre vacío? ¿Impugnar el voto? ¿Sufragar por alguno de los partidos o nombres del trotskismo, o del espacio “peronista” si es que superan el piso para acceder a las elecciones determinantes? Esas probabilidades son comprensibles y respetables, por supuesto. Pero sería valioso que lo respondan, a efectos de profundizar y clarificar el debate por fuera de los consignismos de “la previa”.

Enfrente hay una variante explícita que, al revés de 2015, avisa con todas las letras lo que hará.

O intentará hacer.

Decirlo ya es un lugar común, pero no por eso menos cierto.

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