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Opinión del Lector

¿Rocky versus Drago?

Eduardo Aliverti

Por Eduardo Aliverti

La lógica binaria de buenos contra malos que abarca prácticamente a todos los medios de comunicación, redes y foros, con escasas excepciones, es que estamos frente a la secuencia IV de las películas que hilvanó Stallone.

Lo cierto es que, cualquiera sea la postura que se tenga frente a los acontecimientos en Europa, y fuere que desemboquen en sucesos aún mayores o se trate de una ofensiva relámpago que Rusia detendrá en Ucrania, no cabrían dudas de los efectos económicos globales que alcanzarán a Argentina.

El volumen de ese alcance muestra opiniones encontradas, salvo por la cuestión energética.

Todos acuerdan con que el país sufrirá consecuencias muy problemáticas, siendo suaves, porque la disparada en los precios de petróleo y gas afectará las tarifas locales, exactamente cuando ese tema es o sería la batalla principal en la letra chica del acuerdo con el Fondo Monetario.

Y, por si fuese poco, el ascenso a las nubes de las materias primas alimenticias significa que se incrementará la tensión con productores agropecuarios y oligopolios exportadores, que entre nosotros se resume bajo el genérico “el campo”.

Es la ya vieja cuestión de que volveríamos a ser víctimas de nuestras ventajas: producimos (incluso a raudales) lo que el mundo requiere, pero la parte del león se la queda un puñado de vivos y nosotros disputamos cómo se reparten los segmentos de la cola.

Desde otra mirada, la crisis internacional podría ser motivo de aprovechamiento local y, sobre todo en el caso de los commodities del agro, resignarse a que sólo puede pegarnos de manera negativa es un diagnóstico inmovilizador.

Enrique Martínez, ex titular del INTI, actual coordinador del Instituto para la Producción Popular y, justamente, uno de los productivistas más relevantes del staff de pensamiento nacional no consignista, destaca la obviedad (¿obviedad?) de que, por ejemplo, usar la guerra en Ucrania como excusa para encarecer el trigo en Argentina marcaría el símbolo rotundo de que todo se ve como negocio, en lugar de ver al alimento como bien social.

Y agrega uno de los desafíos centrales: el conflicto elevará el precio del trigo porque Ucrania es uno de los productores más grandes del orbe, pero eso debería afectar a países importadores. No a nosotros, salvo que nuestros productores actúen como el bolichero que aumenta el precio del agua mineral si hay inundación.

Ahí, por incontable vez, es donde ingresa el asunto de con qué fuerza política concreta y con cuál efectividad podrían afrontarse decisiones que no caigan en el aventurerismo descriptivo de que la deuda no se paga porque es de Macri; que entonces sean Macri y sus secuaces quienes la paguen; que bastaría un chasquido de dedos para nacionalizar, por caso, el comercio exterior; o que sería suficiente con el retorno a esquemas del tipo Junta Nacional de Carnes/Granos/Empresa Nacional de Alimentos/etcétera.

Martínez previene contra el peligro o inutilidad de la centralización burocrática que supondría volver a modelos del siglo pasado, cuando la disputa se daba entre Estados nacionales, en los marcos de un capitalismo de producción antes que casi exclusivamente financierizado (las cosas antes que los papelitos para especular con las cosas, dicho rápido pero sin refutación a la vista).

Hoy, muy en cambio, esa financierización -digitalizada- del capital obliga a renovar la cabeza productiva. Para no hablar de la manera en que los algoritmos llegan a determinar cómo piensan y actúan “las masas”, o la abstracción “pueblo”.

Además de plantearnos cómo se controla a los pulpos concentrados, los márgenes para aplicar retenciones, la eficiencia en detectar y sancionar maniobras de evasión y elusión, ¿no sería más práctico dedicarse al modo de ampliar el mercado y, así, el precio de productos esenciales, a través de una economía mejor regionalizada, interviniendo con nuevos actores en las cadenas de valor, en lugar de, sólo, batallar contra las pérfidas ganancias de un enemigo inmutable?

¿Es únicamente por el lado de la demanda y la “supervisión” de los grandes factores de Poder como debe intentarse salir o administrar el atolladero productivo e inflacionario?

¿Se espera que los oligopolios actúen cual si no lo fueran?, como asimismo pregunta Martínez y como si tuviese sentido común aspirar a su erradicación.

Sin embargo, previo a lo “técnico” de resolver oferta y demanda en un país dependiente en presuntas vías de desarrollo, la madre del borrego sigue siendo con qué empuje político se encara el desafío tremebundo de no volver a chocar contra la misma piedra.

¿Con cuál fuerza se lo hace, que no represente lo que ya gobernó hasta hace apenas dos años con la voluntad renovada (2021) de un 40 por ciento de la sociedad?

Los lamentos no sirven.

A la curiosísima pero útil experiencia electoral que logró sacarse de encima a Macri, unificando “derecha” e “izquierda” del peronismo (y un poco más allá) para sintetizarlo en términos polémicos pero igual de eficaces, le sobrevino una pandemia universal. Y ahora, encima, una guerra o episodio internacional de gravedad impredecible.

La sensación es de impotencia, porque se produce en medio de la herencia endeudadora más indescriptible que, en la región, haya sufrido gobierno alguno de cualquier tiempo y lugar.

Estamos abrochados entre el posibilismo y el voluntarismo.

Deprimente el uno, facilista el otro.

En el concepto legítimamente provocador de que de los laberintos se sale por arriba, la única perspectiva esperanzadora es que las fracciones del Frente de Todos -ninguna y ninguno de sus referentes tienen la potencia de imponer condiciones sobre la otra- se muestren unidos, en modo explícito, sobre un relato claro de que se hará esto y esto otro, con tales y cuáles derivaciones, respecto del acuerdo con el FMI y, antes o después, con qué táctica y estrategia acerca del mercado interno.

Eso no tiene forma que no sea Alberto y Cristina mostrándose juntos, explicando para qué sigue siendo la unidad, contra qué se enfrenta Argentina en la correlación de fuerzas interna y mundial, cuáles esfuerzos quedarán a cargo de quiénes para alcanzar qué objetivos, a quiénes se elige como aliados.

Sin esa imagen de unidad con qué meta (siquiera eso), con argumentaciones elementales de qué intereses se tocarán rumbo a cuál perspectiva, exhibiendo la contra y el favor de las medidas a tomar, y convocando a logros aun modestos pero concretables, cabe ser insistente y hasta agotador: la foto acechante del 2023, que queda a la vuelta de la esquina, será algún Larreta con algún radical guitarrero. Valga la redundancia.

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