Por Eduardo Dalmasso
La sociedad no viene produciendo lo suficiente para sostener al conjunto de la población en condiciones dignas, situación que se agrava cuando se sufren políticas inflacionarias permanentes.
El desempeño de la economía debe ser lo suficientemente estable e importante para contribuir al bienestar de la población, a partir del hecho de que la sociedad en su conjunto tiene que contribuir al sostenimiento de las personas desocupadas, a la amortización e intereses de la deuda interna y de la casi impagable externa, además de solventar las demandas del conurbano bonaerense.
El resultado dependerá del crecimiento de los ingresos reales de la población y del empleo de calidad. El mero crecimiento del producto bruto no dice nada respecto de estas dos variables fundamentales, tal como se ha vivido la experiencia de los últimos años.
UN LARGO PROCESO PREVIO
Es una situación crítica que deviene de un largo proceso de errores dentro de la concepción política y económica de los diferentes gobiernos. Por caso, el conurbano bonaerense se resiente por la política económica del proceso militar, por la hiperinflación de fines de los años 1980 y principios de los 1990, para rematar su descalabro como consecuencia de una política neoliberal que termina de romper el andamiaje creado a partir del proceso de sustitución de importaciones.
El estallido de la convertibilidad definió un país herido en su estructura social.
Lo real, a propósito del cuadro descripto, es que la sociedad no viene produciendo lo suficiente para sostener al conjunto de la población en condiciones dignas, situación que se agrava cuando se sufren políticas inflacionarias permanentes y, más aún, cuando su nivel llega a escalas impropias de un Estado ordenado.
La inflación da cuenta de esta realidad de la peor manera: un mecanismo de exacción a los que menos tienen.
La inflación es un mecanismo de ajuste y de concentración de la riqueza, dado que los ingresos quedan en manos de quienes están mejor posicionados en el mercado; por ejemplo, los oligopolios y los sectores financieros.
Además, torna muy rentable la especulación y resta al ahorro genuino de las inversiones productivas. Una economía, sea capitalista o colectiva, no puede funcionar con eficiencia si carece de previsibilidad. Esto porque en situaciones caóticas, con precios relativos desequilibrados e insuficiencia financiera, no se generan fuentes de empleo de calidad; a lo sumo, se absorben empresas ya constituidas.
AHORRO E INVERSIÓN
Nuestra sociedad no registra el ahorro necesario para lograr el nivel de inversión que permita un crecimiento sustentable (empleo y producción). Los gobiernos acuden al crédito para exacerbar un consumo insostenible, dado que el sistema no produce lo suficiente para hacer frente a los compromisos financieros y a las necesidades del aparato productivo. Las políticas de expansión que se basan en el consumo no tienen sustento, y por ello se producen permanentes crisis.
La falta de ahorro en los circuitos formales deviene de la inestabilidad política y de la falta de consenso respecto de las reglas de juego que permiten e incentivan el desarrollo.
Ante la carencia de horizontes estables por la falta de un acuerdo político sobre el camino por seguir y el significado de la democracia capitalista, los excedentes económicos se insertan dentro del proceso de evasión de capitales. O sea: existe un drenaje por evasión y un drenaje financiero ante los endeudamientos crecientes por la falta de productividad de la economía en su conjunto.
Los sucesivos fracasos ponen en evidencia la carencia de nuestra dirigencia política para entender una realidad que nos muestra a lo largo de 50 años que los facilismos sólo conducen a acrecentar el cuadro de pobreza y violencia.
Realidad que también se manifiesta en políticas de proteccionismos múltiples, que terminan asociando a la dirigencia gremial con intereses sectoriales que no hacen al interés general.
Desde los años 1970, nuestro país no encuentra un rumbo. La recuperación poscrisis de 2001, a raíz de la demanda asiática, oscureció el hecho de que los fundamentos para el crecimiento real y durable en el tiempo no podían ser los mismos.
Un país que refleja múltiples realidades con una dirigencia política que o bien no reconoce que el sistema productivo instaurado a mediados del siglo 20 hoy nos conduce al subdesarrollo, o bien cree que el equilibrio macroeconómico es suficiente para el crecimiento, o peor aún: tiene una mirada en la que predomina la visión esencialmente financiera o desde la perspectiva de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires o del Amba.
Cada mirada define una forma de hacer política.
En nuestro largo historial, todos por lógica jugaron a defender lo sectorial bajo las máscaras de lo nacional. Todos contra todos, por la carencia de necesarias coincidencias sobre el rumbo por seguir.
Ahora nos enfrentamos a un largo y duro camino, la gran minería y Vaca Muerta aliviarán las presiones financieras, pero no restaurarán por sí mismas el circuito virtuoso del ahorro, la inversión y el empleo. Es más: pueden degenerar en el uso improductivo de los excedentes que generan.
Es importante para la defensa de los intereses del interior la generación de nuevas alianzas. Fundamental: una entre Córdoba y Cuyo, que vertebre con la existente con el Litoral. Se trata de conformar ejes solidarios que contribuyan a una conducción del Estado más racional.
En suma, Argentina necesita generar liderazgos visionarios y con los pies en la tierra.
* Doctor en Ciencia Política (UNC-CEA)