Por Pablo Kornblum
Nada va a cambiar, al menos en términos sustanciales, para nuestro país. La agenda de la política exterior estadounidense, complementando la ya compleja dinámica doméstica, tiene otras prioridades coyunturales: las relaciones económicas y comerciales con China, Europa y otros actores de relevancia internacional.
A pesar de las acusaciones, primará la racionalidad institucional: Joe Biden, un hombre del histórico ‘círculo rojo’ de la política estadounidense que cree en el multilateralismo y en el liberalismo económico, será erigido formalmente como el presidente número 46 de los Estados Unidos de Norteamérica. ‘Las instituciones no se manchan’, haciendo un paralelismo al parafrasear al mejor futbolista de la historia. Sería demasiado ordinario, grotesco, y terriblemente negativo para con las prospectivas de política exterior norteamericana como ‘faro democrático del mundo occidental’, continuar insistiendo con esta fantochada.
Para comenzar, debemos aclarar algo. Nada va a cambiar, al menos en términos sustanciales, para nuestro país. La agenda de la política exterior estadounidense, complementando la ya compleja dinámica doméstica, tiene otras prioridades coyunturales: las relaciones económicas – sobre todo comerciales – con China (principalmente para con su contención), Europa y otros actores de relevancia internacional; los dilemas geopolíticos/militares en Medio Oriente, Europa del Este (con Rusia a la cabeza) y el Asia Menor; y el complejo escenario migratorio con Centroamérica, entre otros.
Un poco más al sur, podemos afirmar que tampoco habrá presión ni exigencias para ponerle un coto a la Venezuela de Maduro. Derechos humanos si, hasta ahí. Avasallamiento agresivo a través del Grupo Lima – que puede quedar en semi Stand-by al no haber un claro soporte desde el norte -, no. Seguramente continuarán las relaciones cordiales con los aliados temporales de la era Trump (Brasil, Chile, Colombia), mirando de reojo la dinámica (y sobre todo las potenciales tensiones) de sus escenarios domésticos. Bajo este contexto Argentina podrá liderar, junto con México y ahora Bolivia, un posicionamiento de pragmatismo racional latinoamericanista que busque el dialogo permanentemente. Y no mucho más que ello.
A pesar del cierto distanciamiento expuesto, de ningún modo podemos denostar la relación bilateral existente, nos guste o no. Los Estados Unidos continúan siendo – al menos por ahora - el principal inversor externo en nuestro país, con el 22,7% del stock de Inversión Extranjera Directa; casi u$s 17 mil millones según los últimos datos del BCRA. En este sentido, se calcula que hay más de 300 empresas estadounidenses-argentinas, la mayoría nucleada en la American Chamber, con inversiones de relevancia en la industria de petróleo no convencional (u$s 450 millones para financiar a Vista Oil y Aleph Midstream en Vaca Muerta en los últimos años), en el suministro de energía (AES), en la industria manufacturera (GM, Ford – u$s 700 millones en inversiones recientemente -, Goodyear, BASF, DuPont, Whirpool), en el sector de los seguros (Metlife, Prudential), los servicios financieros (American Express, Visa, JP Morgan), los servicios profesionales (Accenture, Manpower Group), y los servicios de información y comunicaciones (IBM, Cisco Systems, Google).
Por otro lado, Estados Unidos es el tercer socio comercial de la Argentina, aun cuando supo ser el primero por un largo tiempo (solo para citar un ejemplo, las exportaciones argentinas a Estados Unidos representaron el 6% del total exportado en 2015, muy lejos del 11% que supieron alcanzar en 2005). Para el año pasado, el intercambio comercial superó los u$s 10 mil millones (deficitaria para la Argentina en el decenio 2010-2019 en 49.445 millones de dólares; solo con una merma relativa en los últimos dos años – como siempre a lo largo de nuestra historia, por la disminución de las importaciones derivadas de la devaluación y la estructuralmente deficitaria escasez de divisas -). Llevando a la practica la contra fáctica frase ‘vamos ganando’, podemos afirmar que los argentinos, en este campo, ‘seguimos perdiendo’.
Al analizar la composición sectorial del comercio bilateral, se observa que las exportaciones argentinas a los Estados Unidos tienen una fuerte concentración en combustibles y minerales, seguida por los productos metalíferos, así como la industria alimenticia y los productos primarios en general. Del lado de las importaciones originarias en los Estados Unidos, las maquinarias son el principal rubro de importación; aunque los combustibles también tienen un fuerte peso, así como los productos químicos. Aquí tenemos que dejar algo en claro: Argentina y Estados Unidos no son mercados complementarios, lo que implica un vínculo no carente de conflictos o de asuntos pendientes. Llámese aranceles, subsidios, o barreras paraarancelarias de tinte fitosanitario. Y por supuesto, el poder de presión de sus lobbies. No nos olvidemos lo que ocurrió en los últimos años con la suba de aranceles al biodiesel argentino en el mercado estadounidense, o la eliminación de preferencias especiales en comercio exterior para países denominados “en desarrollo”, como la Argentina. Y si, qué difícil es argumentar contra la potencia imperial que nuestras industrias no se encuentran ‘subsidiadas deslealmente’, que no realizamos devaluaciones competitivas adrede, o que ingenuamente disminuimos los requerimientos medioambientales para con la producción. Este escenario, siendo sinceros, tampoco cambiará durante el próximo gobierno demócrata.
Si seria dable esperar un gobierno más aperturista, más pro libre comercio; esa lógica podría ayudarnos, sobre todo pensando en los productos que le vendemos a los Estados Unidos, como el acero y aluminio. A la vez, Biden también es más pro combustibles alternativos; en ese marco, sería plausible la suba de los precios de la soja y del etanol. En tanto a la potencial devaluación del dólar a nivel global en el corto plazo, no es lo más trascendente para la Argentina en los próximos meses: lo que nos debe importar, lamentablemente bajo nuestra eterna fijación mental (derivado generalmente de políticas económicas inapropiadas a lo largo de la historia) es el valor que le den al billete verde nuestra elite empresarial en particular, y nuestra sociedad en general. Por supuesto, para alcanzar la ‘pax cambiaria’ el gobierno deberá contar con el suficiente ‘poder de fuego’ en términos de capacidades políticas y financieras, para apaciguar las demandas racionales y atacar con determinación las amenazas de los provocadores seriales de corridas bancarias.
Bajo el mismo paraguas, no podemos olvidarnos del financiamiento. En este sentido, el accionista mayoritario del FMI (17% de incidencia en los votos del directorio), con el cual el país debe renegociar un acuerdo histórico de u$s 44.000 millones, dejará que los técnicos hagan su trabajo. Pedir prudencia macroeconómica, ajuste fiscal, inflación controlada, no es exclusivo de Demócratas ni de Republicanos. ¿Otro pedido de auxilio financiero? Improbable en el corto plazo con el binomio Fernandez-Biden. Ello a pesar de que las tasas de interés seguramente se mantendrán bajas por un par de años, al menos para asegurar la sustentabilidad del efecto rebote post-pandemia. Esperemos que cuando los fondos de inversión busquen denodadamente activos más riesgosos, ambos Estados, desde la necesidad y desde el otorgamiento, no permitan la injerencia salvaje que ponga en jaque una vez más al sistema financiero nacional; ya sabemos que la historia de endeudamiento de nuestro país, lejos se encuentra de la utilización ‘bien habida’ para con el crecimiento de la economía real y el desarrollo socio-económico de nuestro pueblo.
En tanto a una temática mayúscula, probablemente se termine la ‘guerra declarada’ de aranceles con China; pero no así la rigurosidad. De hecho, la disputa por ganar mercados se profundizará; la diferencia estará en los modales. Recientemente, Claver Carone, un halcón de Trump erigido flamante presidente del BID que continuará en su cargo después de Enero, ha hecho pública su intención de gestionar un aumento de capital de la institución para ampliar su capacidad de préstamos. Sin tapujos ni tabúes, explícitamente ha justificado que el propósito de tal acción sería ofrecer a los países una alternativa frente a China. Recuperar espacios perdidos por negligencia propia, se diría.
Desde la óptica argentina, China no solo es el principal comprador de los productos relevantes de nuestra oferta nacional (cereales y oleaginosas, carne vacuna), sino que además es muy tentador en términos de inversiones (granjas porcinas, recursos estratégicos), y hoy en día representa el ‘ancho de espadas financiero’ sin cuestionamientos (Swap). Difícil competir con eso. Más allá de todo, cabe aclararse, el ser competitivo –una variable escasa en la historia de nuestro país– tiene que ser una premisa, gobierne quien gobierne. Para negociar con Estados Unidos, China, o con cualquier país del mundo.
El punto más álgido aquí, o diría el más preocupante, es la disputa geopolítica entre ambos colosos, la cual claramente continuará bajo la presidencia de Biden. Generar un buffer de contención financiero y económico en detrimento del avance chino no es suficiente para los Estados Unidos. La lenta agonía de la primacía del dólar, el dejar de ser los adalides de nuestros productos importados –y nuestra balanza comercial deficitaria-, o lo que podríamos denominar el ‘loser takes nothing’ ante el avance de las inversiones en infraestructura (con el ejemplo reciente del Banco Asiático de Inversión e Infraestructura financiando la ruta de la seda sudamericana), es solo un complemento de la más importante derrota que viene sufriendo ante el gigante asiático en nuestro país: la base satelital –con sus derivaciones militares-, la inteligencia artificial, las telecomunicaciones con el 5G, y la biotecnología entremezclada con la industria farmacéutica bajo el manto de la conquista Antártica, pronostican un escenario ‘oscuro’ de disputa en el mediano y largo plazo. Con un adicional: podríamos esgrimir que los chinos no nos tratan como su ‘patio trasero’. Es que también, al menos por ahora y haciendo honor a la verdad, hemos aceptado, sin chistar, sus requerimientos. Una vez más, nuestra necesidad (de financiamiento) tiene cara de hereje.
Sin embargo, tarde o temprano, Argentina tendrá que hacer elecciones que disgustaran a la otra parte: el riesgoso equilibrio sobre una soga tensa en ambos extremos. Porque a ciencia cierta, a pesar de la ‘conquista china’, Estados Unidos no retrocederá: defender sus bases militares y los intereses de sus corporaciones, mientras intimida a los actores políticos y de la sociedad que desafíen los objetivos y principios primarios dictaminados por todo el establishment desde el establecimiento de la doctrina Monroe, continuará siendo la piedra basal de la política estadounidense hacia nuestras latitudes.
El gobierno argentino se encuentra entonces obligado a jugar. En este sentido, el presidente Fernández participó el mes pasado de un encuentro de la Asociación de Cámaras Americanas de Comercio de América Latina y el Caribe, una entidad que nuclea a 24 cámaras de la región que colectivamente reúnen unas 20.000 empresas, en el que expuso sobre los beneficios que ofrece el país a la hora de invertir. Por supuesto prometió "reglas claras" (antes de que empiecen los históricos cuestionamientos sobre la necesidad de una flexibilización laboral, el terminar con los frecuentes cambios regulatorios –sobre todo en términos de precios-, o el ordenar ‘institucionalmente’ la macroeconomía, entre otros), esperando la tan ansiada lluvia de dólares. Solo les pidió que cumplan: que den empleo, que inviertan y que paguen sus impuestos. Que difícil todo. Sobre todo esto último.
Para concluir, quisiera tomar las palabras del jefe de Gabinete de la Cancillería Argentina, Guillermo Justo Chaves, quien declaró previo a las elecciones estadounidenses que para nuestro país “era absolutamente indiferente. Con los problemas que tenemos y con la política exterior que planteamos, que gane Trump o Biden no afectará las relaciones entre los países de forma determinante”. En definitiva, necesitamos y debemos hacer, de una vez por todas, las cosas bien. Recobrar la preeminencia regional en pos de los intereses económicos nacionales, y sobre todo de los que menos tienen, tiene que ser la prioridad. Aunque como sabemos, en un país que se encuentra arraigado bajo una asfixiante ‘dependencia estructural’ con las potencias (antes el Reino Unido, ahora Estados Unidos y China), ello es condición necesaria, pero no suficiente. Porque como decía Napoleón, “uno de los atributos que les exijo a mis generales, es que tuvieran suerte”. Apropiadas palabras para las vastas necesidades que representan el actual estadío de nuestro bendito país.